Dios ama al embrión

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Justo cuando en España se acaba de aprobar una Ley que permite la clonación terapéutica y, con ello, la destrucción de embriones, el Papa Benedicto XVI ha pronunciado una conferencia en la Academia Pontifica para la Vida donde recalca, de nuevo, que el embrión es vida desde el momento de su concepción

Dios ama al embrión


Discurso de Benedicto XVI ante la Academia Pontificia para la Vida


Justo cuando en España se acaba de aprobar una Ley que permite la clonación terapéutica y, con ello, la destrucción de embriones, el Papa Benedicto XVI ha pronunciado una conferencia en la Academia Pontifica para la Vida donde recalca, de nuevo, que el embrión es vida desde el momento de su concepción


Dios ama al embrión humano como a cualquier otra persona, explicó Benedicto XVI el 27 de febrero pasado, al ratificar la enseñanza de la Iglesia sobre el carácter sagrado de la dignidad humana desde los primeros momentos de su concepción. El Pontífice aprovechó el encuentro de 350 científicos, médicos, bioéticos, teólogos, que se reunieron en el Vaticano por invitación de la Academia Pontificia para la Vida, para afrontar por primera vez de lleno en su pontificado la cuestión que planteaba el encuentro: El embrión humano antes de la implantación.


«El magisterio de la Iglesia ha proclamado constantemente el carácter sagrado e inviolable de toda vida humana, desde su concepción hasta su fin natural», afirmó citando la encíclica Evangelium vitae, de Juan Pablo II. «Este juicio moral es válido ya desde los inicios de la vida de un embrión, incluso antes de que sea implantado en el seno materno, que le custodiará y alimentará durante nueve meses hasta el momento del nacimiento», añadió.


El esperado discurso del obispo de Roma tiene lugar después de que la Conferencia Episcopal Española se haya pronunciado firmemente ante la gravedad moral de la Ley de Técnicas de Reproducción Humana Asistida (LTRHA) –cuyo proyecto ya ha aprobado el Congreso de los Diputados–. El Santo Padre explicó que «el amor de Dios no hace distinciones entre el ser humano recién concebido y que se encuentra en el seno materno, y el niño, o el joven, o el hombre maduro o el anciano, porque en cada uno de ellos ve la huella de la propia imagen y semejanza». Y subrayó: «Este amor sin confines y casi incomprensible de Dios por el hombre muestra hasta qué punto la persona humana es digna de ser amada por sí misma, independientemente de cualquier otra consideración –inteligencia, belleza, salud, juventud, integridad, etc.–» En definitiva, para Benedicto XVI, «la vida humana siempre es un bien, pues es manifestación de Dios en el mundo, signo de su presencia, resplandor de su gloria».


Benedicto XVI recalcó: «Al hombre se le da una altísima dignidad, que hunde sus raíces en el íntimo lazo que le une con su Creador: en el hombre, en todo hombre, en cualquier fase o condición de su vida, resplandece el reflejo de la misma realidad de Dios». El Papa invitó a los científicos a adentrarse en el misterio del origen de la vida humana con respeto. «Hemos mejorado enormemente nuestros conocimientos e identificado mejor los límites de nuestra ignorancia, pero para la inteligencia humana parece que se ha hecho demasiado difícil darse cuenta de que, al contemplar la creación, se ve la huella del Creador», reconoció.


«En realidad, quien ama la verdad –afirmó el Santo Padre– debería percibir que la investigación sobre temas tan profundos nos pone en condición de ver y casi de tocar la mano de Dios».


La posición del Papa no es la de quien está contra la ciencia, sino todo lo contrario, a condición de que respete la ética: «Más allá de los límites del método experimental, en el confín del reino que algunos llaman meta-análisis, donde no es suficiente o no es posible la percepción sensorial, ni la verificación científica, se inicia la aventura de la trascendencia, el compromiso de avanzar más allá», concluyó.


Al presentar este Congreso a la prensa, el Presidente de la Academia Pontificia para la Vida, monseñor Elio Sgreccia, preguntó a los periodistas «qué es ese conjunto de células que en los primeros días de fecundación todavía no se ha implantando en el útero materno». El prelado italiano respondió que «en todo caso, el embrión es un hijo: un niño o una niña, que tiene una relación especial con sus propios padres y, para quien es creyente, tiene también una relación especial con Dios». La necesidad de este Congreso –explicó– estriba en el hecho de que la posición de la Iglesia católica en esta materia se basa en «argumentos suficientes y válidos». Entre los científicos que los expusieron, se encontraba el profesor Adriano Bompiani, director del Instituto Científico Internacional de la Universidad Católica del Sagrado Corazón, de Roma, quien aclaró que el conocimiento de las fases del desarrollo del embrión permite ofrecer una respuesta ética a lo que sucede en el seno materno. La biología constata en las primeras células embrionales la existencia de una actividad, de una individualidad, hasta el punto de que llega a proponer la definición de un estatuto, incluso para el embrión antes de su implantación en el útero, protegiéndolo de manipulaciones, especialmente de experimentación destructiva.


Eliminación de embriones


Kevin T. Fitzgerald, profesor asociado de Genética del departamento de Oncología de la Universidad de Georgetown, de Washington, planteó una pregunta decisiva en estos momentos: «¿Podemos legítimamente prevenir enfermedades seleccionando a aquellos individuos en virtud de bases genéticas para contraer esa enfermedad?» La selección de embriones implica la eliminación de los considerados menos sanos. «Esta cuestión nos recuerda a los movimientos eugenésicos del siglo pasado», respondió el profesor. «La práctica de los exámenes prenatales establece el principio de que los padres pueden escoger las cualidades de sus hijos, y escogerles en virtud del conocimiento genético». De este modo –denuncio–, este nuevo principio está llevando de ver al niño «como un don incondicionalmente apreciado, a verlo como un producto cuya aceptación es condicional».


Jesús Colina. Roma


 Alfa y Omega