La ciencia contra los débiles

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El mito de la raza nórdica no fué sólo una locura de Hitler. En los años 20, un grupo de científicos concibió un programa para EEUU de pobres y enfermos. Bajo el movimiento eugenista, se esterilizó contra su voluntad 35000 norteamericanos.

El mito de la raza nórdica no fue sólo una locura de Hitler. En los años 20, un grupo de científicos concibió un programa para EE.UU. de pobres y enfermos. Bajo el movimiento eugenista, se esterilizó contra su voluntad a 35.000 norteamericanos. Ahora, un libro denuncia las atrocidades de un proyecto que acabó desembarcando en la Alemania nazi.

«¿Qué clase de niño eres?», decía el cartel que, en los años 20, lucía en algunas escuelas estadounidenses. Más abajo, esta campaña, que incitaba a hacer deporte, decía: «Los niños reciben sus cualidades por la herencia. Si van a ser fuertes y grandiosos, deben tener buenos genes». Los genes, la raza, también fue una obsesión al otro lado del Atlántico, según sostiene el historiador e investigador Edwin Black. En su último libro, «La guerra contra los débiles», este autor de varios trabajos sobre el holocausto, indaga en los proyectos de eugenesia de EE.UU. y su camino a la Alemania nazi.

Campañas de esterilización

Esta obra, que se apoya en el trabajo de más de 50 investigadores que recopilaron información en archivos de cuatro países, concluye que grupos empresariales, religiosos (sectas) y gubernamentales estadounidenses se unieron con un mismo fin: promulgar leyes que les permitieran esterilizar a quienes no cumpliesen con estándares de calidad humana para crear una población perfecta. Sus esfuerzos fueron efectivos en algunos Estados: en Carolina del Norte lograron esterilizar a miles de personas y en Virginia el historiador Paul Lombardo estima que la cifra ascendió a 8.000 personas. En 1940 ya eran 35.000 los estadounidenses que habían sido castrados, la mayoría en las dos décadas anteriores.

Entre las personas que difundieron la eugenesia figura la millonaria E. II. Harriman, que defendía su uso para acabar con las clases «defectuosas y delincuentes y asegurarse la superioridad de las más poderosas». Margaret Sanger, una de las impulsoras de los programas de control de natalidad en América, tenía otros motivos: tras haber trabajado como enfermera en los barrios pobres de Manhattan y Brooklyn, había visto lo que llamó «la realidad opresiva de la superpoblación y la pobreza». Ella consideraba, en su libro «el Pivote de la civilización», de 1922, que el control de la natalidad era la solución para una vida mejor y abrazaba las teorías del filósofo Thomas Roberts Malthus de que un mundo que se estaba quedando con pocos víveres debía detener sus obras de caridad y permitir morir a los más débiles.


Los orígenes del movimiento se remontan a mediados del siglo XIX en Inglaterra cuando el primo de Charles Darwin, el estadista inglés Francis Galton, se convenció de que la raza humana se estaba degradando por la alta natalidad de seres «poco aptos». Para remediarlo, Galton, inspirado en las teorías de Darwin y del trabajo en genética de Gregor Mendel, propuso que la sociedad debía hacerse cargo del control de la evolución a través de lo que llamó eugenesia positiva. Su propuesta era que las personas superiores debían procrear más y ofrecer mejores seres humanos. También apuntaba la posibilidad de que lo hicieran con aquéllos más inferiores, reglas, en suma, que seguían el dictado de las técnicas de apareamiento para producir caballos más rápidos y mejores. En 1883, Galton utilizó el término eugenesia (cuando en la Grecia antigua un deportista ganaba un torneo, se le gritaba: «¡Bravo Euge!», para loar su superioridad) como una forma de mejorar la raza humana. Por otra parte, en 1880, el doctor B. W. Richardson patentó una «Cámara letal para la extinción indolora de animales», especialmente usada para perros y gatos. El agente mortífero era un ácido gaseoso pariente del gas que después se utilizaría en las cámaras de Auschwitz. Tras emplearse en 1884 con animales, en ciertos círculos se llegó a hablar de que podía usarse para que la sociedad se librara de los criminales y los idiotas. El eugenista A. P. Tredgold explicó que «sería un procedimiento económico e indoloro».

Apoyo económico


Pero el uso de cámaras letales para humanos nunca se consideró en serio en Gran Bretaña. Sin embargo, cuando esas ideas cruzaron el Atlántico, tocaron tierra en algunos círculos estadounidenses con una variación: ya no se trataba de potenciar a los inferiores, sino de permitir sólo la mezcla de los superiores. Con fondos de la Fundación Rockefeller y del instituto Carnegie, el biólogo Charles Davenport reunió a un grupo de científicos dispuestos a validar la teoría de la eugenesia negativa, donde el Estado no debía permitir procrear a los inferiores. Para Davenport y sus investigadores, los seres inferiores eran personas con disfunciones congénitas y genéticas que podían ir desde la ceguera hasta el alcoholismo, pasando por la inmoralidad sexual hasta la pobreza. Aunque Davenport no estaba de acuerdo con las cámaras letales para humanos, sostenía que las personas defectuosas debían tener permiso para morir y que las intervenciones quirúrgicas no debían usarse para prolongar la vida de los poco aptos.

Su campaña hizo mella en algunos gobiernos estatales que legalizaron la esterilización involuntaria. Davenport usó los fondos para crear lo que llamó la Estación para la Evolución Experimental en 1904 y, en 1910, la ERO: Oficina de Archivos Eugenésicos en Long Island.

Allí, los investigadores identificaban a individuos defectuosos y los médicos, sin permiso legal aún, comenzaron a castrar y esterilizar a los débiles. Lo siguiente fue la búsqueda de legislaciones para permitir la esterilización y otras políticas que iban desde la prohibición de casarse a las personas ciegas hasta la sanción de los matrimonios interraciales que querían procrear.

En manos de Hitler

Gracias a Davenport y sus contactos en Alemania, estas teorías llegaron al Führer. En su libro, el historiador Edwin Black concluye que la ideología racista nazi fue una importación estadounidense. «El principio nazi de la superioridad nórdica fue instalado por primera vez en Long Island. Cientos de estadounidenses fueron forzados a la esterilización, internados sin causas en instituciones de salud mental, se les prohibía casarse y a veces se disolvían sus matrimonios por orden de la burocracia estatal. Todo en nombre de una raza superior.» La Sociedad Estadounidense de Eugenesia mantuvo su apoyo al programa de Hitler hasta que la Institución Carnegie lo retiró en 1944 cuando ya estaba claro que lo que Alemania había creado era lo que en Nuremberg llamaron: crímenes contra la humanidad y genocidio.


Pero hay que decir que los defensores de la eugenesia tuvieron fuertes opositores: sus críticos eran biólogos, políticos, sociólogos, antropólogos y psicólogos que se rebelaban contra esas ideas. Uno de los mayores opositores del racismo científico fue el antropólogo Franz Boas, quien explicaba que las diferencias en la conducta o las formas en que cada grupo se desarrolla son producto de su historia y su cultura, más que de su raza o su biología. Sus teorías exponían la igualdad de todas las personas oponiéndose a la jerarquía de las razas. Hoy, sus convicciones están fuera de toda duda. l