Desde Solidaridad.net queremos recordar a quienes defienden que la solución al hambre es ´cerosietes´ y en especial al PSOE y a al Señor Zapatero (ante la canallada de prometernos el 0,7 del Producto Interior Bruto en ayuda al Tercer Mundo si es reelegido para un segundo mandato) que cuando se roba a los empobrecidos entre el 30 y el 40% de nuestra riqueza, no valen ´cerosietes´; eso solo vale para tranquilizar nuestra conciencia y seguir robando…
Publicado en Autogestión
Por Alejandro Rodriguez Catalina
Sacerdote misionero en Benín
En relación con la campaña por el 0,7% del PIB en favor de los países pobres, me gustaría hacer una pequeña reflexión animado, no por un desmedido afán de crítica, sino por el sincero deseo de unirme a todos aquellos que se plantean con el máximo rigor y seriedad el problema de los pobres.
Vaya por delante mi más profundo respeto hacia todos los que, sin buscar ningún protagonismo, intentan con hechos que suponen, sin duda, gran esfuerzo y sacrificio, llamar la atención de los gobiernos y de la opinión pública sobre la escandalosa situación de la mayor parte de la Humanidad. Ello no es óbice, sin embargo, para que, tras un análisis detenido sobre la campaña del 0,7, exprese mi opinión acerca de si la misma puede contribuir a combatir la situación de gravísima injusticia de las relaciones entre los países enriquecidos (Norte) y los países empobrecidos (Sur), o si, por el contrario, es algo que desgraciadamente también puede ser integrado por el sistema, sin que esto le lleve a un cambio radical.
Como el lector habrá podido observar, el empleo de los términos «enriquecidos» y «empobrecidos» supone ya una primera afirmación fundamental de este análisis. En efecto, no es lo mismo hablar de países pobres y ricos que de países enriquecidos y países empobrecidos. Así un país llamado pobre puede ser rico, pero estar empobrecido a causa, por ejemplo, del injusto Comercio Internacional. Lo mismo, pero en sentido contrario, podríamos decir de un país llamado rico. Y hablamos así, porque la actual situación del mundo es consecuencia, a nuestro entender, de un cúmulo de injusticias debidas, en lo fundamental, a un estado permanente de expolio y latrocinio con el que los países enriquecidos sometemos y oprimirnos a los países empobrecidos. ¿Cual es, si no, el papel del Comercio Internacional, la Deuda externa, el Monopolio tecnológico, o la función de Instituciones financieras internacionales como el Banco Mundial, el FMI, la Ayuda Oficial al Desarrollo, los acuerdos del GATT, etc … etc …?. La misma ONU reconoce de hecho esta situación en su informe sobre desarrollo humano de 1992 cuando afirma que la actual situación de desigualdad le cuesta a los países empobrecidos (ellos les llaman «en vías de desarrollo», sin duda para guardar las formas) 500.000 millones de dólares anuales, es decir, diez veces más de lo que reciben como ayuda al desarrollo.
Es evidente, que si esto es así, – y la ONU nunca se equivoca en contra suya -, son los países pobres los que financian a los países ricos y no al revés, como de forma vulgar y ligera se suele entender. A la misma conclusión llegaba el profesor Lasúen, cuando en un artículo aparecido hace ya una década, en 1993, afirmaba que eran los países pobres los que estaban financiando el déficit de EE.UU.
Imaginémonos lo que los países empobrecidos podrían hacer con esos 500.000 millones de dólares que les usurpamos, si los invirtieran en educación básica, atención médica, agua potable, eliminación de la desnutrición, etc..
Con esos datos, ¿cómo podemos seguir hablando todavía de «ayudar» al Tercer Mundo?. Cuando a alguien, por los mecanismos que sean, no se le paga lo que le corresponde en justicia y se le obliga irremediablemente a aceptar unas reglas de juego que provocan el expolio de lo que por derecho le pertenece, no se puede hablar de desajustes o desequilibrios. Llamando a las cosas por su nombre hay que hablar sencilla, llana y honradamente de robo. Eso es lo que hacemos los países enriquecidos con los empobrecidos, y, por eso, nosotros somos ricos y ellos, en cambio, son pobres. Y dar a otro algo de lo que se le roba no es ayudarle, que sepamos, a eso se le llama devolver, restituir. Según determinados estudios los países enriquecidos roban a los países empobrecidos entre el 10 y el 40%. España, en concreto, anda sobre el 20%, es decir, que de 100 pesetas que llevamos en el bolsillo 20 no nos corresponden, son debidas a la injusta relación económica que mantenemos con los países empobrecidos.
De todo lo anterior podemos concluir que el problema de las relaciones Norte-Sur es de
índole fundamentalmente político y eso es lo que produce el hambre, el sufrimiento permanente, el dolor y la muerte de la mayor parte de la humanidad. Sólo por tanto, atajando sus causas en el terreno político puede tener la respuesta adecuada. No podemos seguir jugando a pequeñas o grandes ayudas por aquí y por allá al son que nos
marquen otros. Las ayudas serán necesarias, sobre todo en situaciones extremas, pero siempre que se realicen acompañándolas con acciones políticas que combatan sus causas, y siempre que no creamos que con éllo ya somos solidarios. Solidaridad es una palabra demasiado sublime como para usarla tan a la ligera como solemos. Solidaridad no es mandar una ayuda a Ruanda (¿quién se acuerda ya de este atormentado y querido país?) y que eso no cambie nada nuestra forma de vivir; Solidaridad no es devolver algo de lo que, queriendo o sin querer, estoy robando; Solidaridad es, como bien dice el Papa Juan Pablo ll, compartir hasta lo necesario para vivir, y de eso estamos todos todavía muy lejos. En la historia de los pobres (¿porqué la ignoramos?) Solidaridad supuso siempre sufrimiento, sacrificio, renuncia a lo propio y hasta de la propia vida.
Pero, volvamos a la campaña del 0,7. Es éste, como sabemos, el resultado de un acuerdo al que llegaron los países enriquecidos en las Naciones Unidas en 1974. hace treinta años. La cifra del «0,7» fue impuesta por los EE.UU., si mis informes no me fallan, contra otros que estaban a favor del 1%. En ese momento, la diferencia entre el país más rico con respecto al más pobre era de 1 a 50, en 1995 era ya de 1 a 150. Es decir, el país más pobre lo es ahora tres veces más que entonces. En buena lógica habría que multiplicar por tres el dicho 0,7 para que pudiera hoy ser presentado con el espíritu de entonces. De cualquier forma, el acuerdo no lo ha cumplido, ni lo cumple casi ningún país y, mucho nos tememos, que ni lo cumplirán en las actuales circunstancias. A ello se opondrán no sólo los gobiernos, sino también la mayoría de los ciudadanos cuando les afecte directamente a su bolsillo. Y la razón fundamental no es por falta de voluntad, sobre todo del lado de los ciudadanos sensibles, sino por falta de conciencia política del problema. El problema, decíamos antes, es fundamentalmente política y moral, y sólo, por tanto, en esos terrenos podría tener solución. Pero, no nos sentimos realmente responsables de la situación, no creemos que los pobres lo sean por nuestra culpa, es decir, por una organización mundial (habría que hablar mejor de desorganización) que a nosotros nos favorece y a ellos les perjudica, y nada hacemos por cambiarla. Estamos, además, dominados por una mentalidad de obras que nos lleva a pequeñas acciones de ayudas que no van a las raíces del problema. Vivimos en la más absoluta dispersión o en la más absurda masificación. Y sin conciencia política y asociativa, trabajando sólo con hechos aislados y no de forma permanente, no se pueden combatir las causas de la injusticia que domina nuestro mundo. Y, si no se combaten las causas, los hechos nunca desaparecerán.
Para terminar preguntémonos: ¿La campaña del 0,7 va realmente a combatir las causas de la injusticia o del robo Norte-Sur, o es más bien un hecho, loable en si mismo, que intenta paliar la grave situación de los países empobrecidos, pero que no ataca las raíces del problema?. Esta es, en nuestra opinión la cuestión fundamental que hay que plantearse. Por otra parte, si todos los países dieran el 0,7 de su PIB ¿se acabarían el hambre, las desigualdades económicas, el injusto comercio internacional, las deudas que hipotecan el porvenir de los pueblos, el monopolio tecnológico del Norte?. ¿Debemos, en buena lógica, reivindicar el 0,7%, si nuestro expolio alcanza como mínimo el 20%?. Se puede argüir diciendo que es un primer paso. Pero, entonces, habría que plantear el problema, no en línea de «ayudas solidarias» – la mayor parte de los veces aisladas y hechas más con el sentimiento que con la cabeza-, sino dentro de una estrategia que, partiendo del reconocimiento de nuestro vivir insolidario, denunciase abiertamente los mecanismos de robo que hacemos a los países empobrecidos, creara conciencia política y tendiera, mediante una lucha permanente y asociada (no hechos aislados) a cambiar nuestras formas de vida personales y sociales y nuestras estructuras opresoras, para, así, dejar de robar a los pobres y comenzar a restituir, colaborando, sin paternalismos ni neocolonialismos, a su emancipación en el respeto absoluto y riguroso del protagonismo de sus propias vidas. No será posible realizar ninguna ayuda eficaz, si no se cambia a la vez la máquina que roba de forma estructural y permanente. Dejar de robar, por tanto, es un primer paso para empezar a ser solidarios, que debe ser acompañado por el cambio radical de nuestra sociedad, para serlo de verdad.