Amor a la verdad y a los pobres

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Benedicto XVI ha realizado un fecundo magisterio en el que ha ofrecido con frecuencia una reflexión profunda y original del mensaje cristiano con una sorprendente claridad.

Se advierte en sus escritos la huella de su infatigable y cualificada tarea como teólogo y al mismo tiempo en diálogo permanente, respetuoso e iluminador, con los pensadores más representativos de la cultura europea.

«El fundamento de la dignidad humana es el Dios personal. Cuando esto se niega es fácil convertir al ser humano en mercancía de bajo precio»

Uno de los elementos comunes a las tres encíclicas escritas por el Papa es el amor de Dios Padre que se revela y se hace presente en Jesucristo muerto y resucitado a quien nos unimos con la fe, la esperanza y la caridad, bajo la acción del Espíritu Santo. De esta fuente brota nuestra vida cristiana. Pero el cristianismo no es solo una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida.

Una de nuestras responsabilidades más destacadas es colaborar activamente al desarrollo integral de las personas y de los pueblos que viven sometidos a la pobreza. Este fue el gran problema que abordó con lucidez Pablo VI con su Encíclica «Populorum progressio» (1967), Juan Pablo II en «Sollicitudo rei socialis» (1987) y posteriormente Benedicto XVI con «Caridad en la Verdad».

Se trata de una síntesis de la doctrina social de la Iglesia que pone de manifiesto lo que significa el «humanismo» cristiano como luz orientadora a favor de la humanidad esclavizada por las pobrezas más diversas. Muestra que un «humanismo sin Dios, es un humanismo inhumano». El fundamento de la dignidad humana es el Dios personal. Cuando esto se niega es fácil convertir al ser humano en mercancía de bajo precio. «Caritas in veritate» es una defensa inteligente y profunda de la dignidad de la persona humana. Es una llamada a la corresponsabilidad: somos miembros de la humanidad entendida como «familia», en la que todos debemos ser solidarios. La técnica y las instituciones, por sí solas no generan fraternidad. El desarrollo necesita cristianos con los brazos levantados hacia Dios, conscientes de que el amor lleno de verdad, no es el resultado de nuestro esfuerzo, sino ante todo un don de Dios.

* Arzobispo emérito de Zaragoza

Presidente de la Conferencia Episcopal Española (1993 – 1999)