Amores que matan. ¿Se debe matar por compasión al que sufre?

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Llorar, tener lástima, compadecerse de un ser querido enfermo que sufre constituyen acciones humanas que brotan de un corazón sensible. Nadie duda de tal bondad natural. Es muy humano sentirse así por alguien. Lo dudoso vendría dado por una ausencia total de afectividad o una hipertrofia de la compasión

La excesiva sentimentalización de la compasión –hipertrofia- desemboca en su resultado antagónico: la impiedad. Desvincular los sentimientos compasivos de la razón práctica produce una confusión ética que hace errar a la compasión en su esencia. Conduce a la pérdida de su carácter objetivo, anulando su racionalidad. Y al dejarse comprar – embaucar- por meros sentimientos, estos le hurtan su verdadero significado, arruinándola semánticamente.

En determinados contextos, como recurso estratégico manipulativo se intenta conmover la fibra sentimental subrayando el carácter penoso que reviste un enfermo grave para al final optar por la salida más drástica y contundente. Se trata de planteamientos melodramáticos puramente tácticos que no responden ni a la situación general de los enfermos ni a una demanda social, constituyendo más bien un abuso demagógico. A expertos se les encomienda entonces la ingeniería conceptual necesaria para manipular desde el lenguaje hasta la deontología profesional y conseguir que la gente acepte sin resistencia esa nueva realidad.

Pero ciertos sentimentalismos bajo una capa de suavidad pueden esconder la capacidad para hacer daño a los otros, incluso a los más indefensos. Suavizar el corazón humano corre el peligro de esclerotizarlo, forzando la compasión y segregando lágrimas falsas que engañan a uno mismo y a los demás, encubriendo un provecho particular. Dice el protagonista de El quinto en discordia, (Robertson Davies) que “la compasión embota la inteligencia más deprisa que el coñac”.

Y como resultado final se convierte la compasión en un acto de servicio irrenunciable hacia el enfermo que sufre adelantando su muerte intencionadamente. Pero este acto nunca llegará a ser un acto de compasión cierta, una obra de misericordia, una acción salvadora.

La muerte de un ser humano enfermo nunca puede ser digna, y menos compasiva, si es provocada y querida directamente por otro que además suele ser un profesional de la medicina. Otra cosa distinta es la aparición de la muerte de modo natural. Las muertes de enfermos por compasión siempre son intencionales. No manifiestan simples deseos de que alguien muera definitivamente.

Hay por medio una acción ejecutada para conseguir el efecto mortal. Resulta un contrasentido que puedan existir buenas razones para matar a alguien inocente, en este caso un paciente vivo que sufre una enfermedad. Nunca esa muerte puede ser una buena muerte. No puede reflejar un bello gesto humano. Insisto, no puede ser un bien exigible – un deber- que una persona por compasión le quite la vida a otra o le ayude a quitársela. La vida de cualquier persona enferma es demasiado valiosa como para supeditar su continuidad a una pena que los otros puedan sentir.

La agudización del dolor en el enfermo y la lástima que puede producir nunca pueden servir como justificación para que un profesional de la salud participe en su eliminación directa. La muerte por compasión, inocular un coctel lítico letal no puede definirse como un acto médico, sino como un acto deshumanizador de la ciencia médica.

Por tanto, debemos asegurarnos que una respuesta emocional no nos avoque a rechazar bienes y a proteger males. No tiene fundamento ético que existan razones humanitarias –compasivas- para acabar con vidas humanas. Tal compasión edulcorada vendría errada al separarse de la esencia de la propia bondad. Y apelar a la compasión en esas situaciones la convertiría en un argumento falaz y en una palabra talismán, enfundándose un guante de seda ante un hecho trágico: la anulación violenta de un ser de nuestra especie. En este caso, el deseo y la forma de consolar al enfermo no vienen avalados por un criterio realista que es la vida en sí misma. De tal modo que sentimentalizar la muerte causándola, no sería un acto compasivo sino una inmoralidad.

El deseo compasivo se convierte así en un deseo de poder

Alguien por lástima se entromete en el dolor del hombre apropiándose de su vida. Una connotación humillante de la compasión que expresa la superioridad sobre el enfermo, un poder despótico sobre el débil. Y no solo se transformaría en la más falsa de las compasiones, sino en la peor de todas, en la misma anti-compasión que niega la vida y garantiza la muerte. La piedad reemplazada por la crueldad. Sin duda una compasión muy rara que muda de la actitud positiva de reverencia a la vida hacia una negativa antivitalista.

La verdadera compasión lo que describe es uno de los cuadros más conmovedores del amor humano. Se trata de un movimiento del corazón que indica vida, un requisito de humanidad no de mortandad. Lo esencial de la compasión con el enfermo que sufre lo define el conjunto de acciones dirigidas a paliar eficazmente el dolor.

La profesión médica y de la enfermería no deben pensar que su trabajo ha finalizado cuando ya no pueden hacer nada con ese paciente grave. No es un fracaso, un motivo para ceder el paso a una falsa compasión como último escalón de un protocolo prefijado que conduce a la muerte.

Fuente: bioeticaweb (* Extracto)