ANECDOTAS HISTÓRICAS: Gaudí, Juan Ramón Jiménez, Pio Baroja, Rossini…

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ANECDOTAS HISTÓRICAS: Gaudí, Juan Ramón Jiménez, Pio Baroja, Rossini…

LA CATEDRAL DE ASTORGA

La construcción de la catedral de Astorga fue una fuente de enormes quebraderos de cabeza para Antoni Gaudí.

Llegó el momento de montar el triple arco abocinado del pórtico. Media ciudad llenaba los alrededores de las obras contemplando a Gaudí que, arrebatado, dirigía la operación. Arquitectos y académicos de toda España esperaban con sonrisa irónica el resultado de aquella locura.

Las dovelas se derrumbaron. Gran alegría para muchos. Se reinició el trabajo y volvieron a caerse. Al anochecer se inició por tercera vez y un fuerte vendaval derribó los arcos. Era el desastre. Lejos de amilanarse, Gaudí dejó el puesto directivo y con sus propias manos, desollándose y con la ayuda del operario Luengo, rehizo los arcos. Después de poner la última piedra, arquitecto y albañil, exhaustos y ateridos, se fundieron en un emocionado abrazo. Las manos ensangrentadas dibujan una rosa en la nieve.

Tomado de Álvarez Izquierdo, «Gaudí».


LA EXQUISITA COSMOVISIÓN DE UN ALMIRANTE

Anécdota de un Almirante contada por Juan Ramón Jiménez en El trabajo gustoso.

El padre del del pintor sevillano Javier de Winthuyssen, cuando tenía que pintar la fachada de su casa, que en Andalucía es costumbre pintarlas para la primavera, mandaba al pintor a casa del vecino de enfrente a preguntarle de qué color quería que la pintara. Decía el viejecito encantador: Él es quien ha de verla y disfrutarla; es natural que yo la pinte a su gusto». Un hombre tan profundamente «simpático», de un sentimiento tan poético, tan práctico, es difícil que declarase ni nunca fuese a guerra alguna, a ninguna revolución; y era Almirante.


PIO BAROJA

Un pequeño y entrañable relato histórico de Julio Caro Baroja sobre su ilustre tío Pío Baroja, escritor sobresaliente de la generación del 98, en su último año de vida. Divertida estratagema que ilustra la caridad que debe tenerse con los ancianos:

«No faltó, en el verano de 1955, algo insólito. Un embajador de Colombia en España, que se llamaba Alzate y Abendaño, dos apellidos famosos en las guerras de bandos, tuvo la ocurrencia de darle una condecoración y de organizar en Vera, en casa, la entrega. Invitó a muchísima gente y allí apareció un buen día con ello. Yo no sé si mi tío se enteró de lo que significaba aquella baraúnda; pero, el caso es que luego andaba con el estuche y la condecoración en la mano preguntándome qué era aquello».

«El proceso arteriosclerótico del tío avanzó sensiblemente a finales del año. De noche, de repente, se levantaba con angustias terribles y andaba de un lado al otro. Había que tener dos camas para que hiciera estos traslados condicionados por pesadillas de un cierto tipo. Una noche soñó que le habían puesto a dormir en un sitio muy lóbrego y triste, con lámpara, como de templo. Otras, con frecuencia, se levantaba de prisa y obsesionado porque tenía que irse a examinar a San Carlos. El recuerdo de hacía sesenta años de los exámenes con Letamendi o Hernando le perseguía. Al principio yo le quise persuadir de que no había tales exámenes. Esta contradicción le irritaba. Entonces pensé que era mejor inventar algo que siguiera el hilo de la fábula onírica y le decía que habían avisado de San Carlos, que los exámenes se habían suspendido porque había grandes alborotos en la calle de Atocha y que los guardias daban cargas de caballería por allí. Esto recordaba lo que yo le había oído contar sobre algunos tumultos, y oyéndolo se quedaba más conforme y hasta alegre: «Bueno, bueno, si es así, será cuestión de meterse en la cama otra vez».

Julio Caro Baroja, Pio Baroja, Ed. Rueda, 2000, pp.174-175


FALLECIDO EN VIDA

Gioacchino Rossini fue uno de los músicos más afamados del siglo XIX. Caminó por un sendero alfombrado de triunfos, animado por un coro de aclamaciones. En España gozó de una inmensa popularidad, y se le consideraba –siendo muy poco posterior a Mozart y contemporáneo de Beethoven– «el mejor músico de todos los tiempos».

Así como otros talentos del pasado apenas lograron éxito entre sus contemporáneos, Rossini tuvo, por el contrario, fama, popularidad y riqueza desde el principio. Le idolatraron desde la puesta en escena de sus primeras óperas.

A la edad de 37 años, tras el estreno de Guillermo Tell en el año 1829, Rossini entró en una misteriosa y larguísima etapa de inactividad creadora. Tras veinte años de producción abundante y felicísima, se sumió en un período de sorprendente vacío, que sólo rompió en un par de ocasiones –dejando aparte algunas canciones que compuso para deleite de unas reuniones semanales que celebraba en su casa– en los 39 años de vida que transcurrieron hasta su fallecimiento en 1868.

Se produjeron múltiples interpretaciones ante un silencio tan largo en un artista total y absolutamente consagrado. Muchos pensaron que se debía a su temor de quedar a un nivel inferior al de otros talentos musicales que habían surgido como competidores. Ya anciano, reconoció: «Después de Guillermo Tell, un éxito más en mi carrera no añadiría nada a mi renombre; en cambio, un fracaso podría afectarlo. Ni tengo necesidad de más fama, ni deseo de exponerme a perderla».

Tomado de Perfiles humanos, Juan Antonio Vallejo–Nájera, Ed. Planeta, p. 191.


EL «GENIO» DEL ELEFANTE

Cuando yo era pequeño iba al circo y lo que más me gustaba era el número del elefante. El elefante es un animal que desplaza un enorme peso y despliega una fuerza brutal. A mí me asombraba ver que, tras su fascinante actuación, hasta poco antes de volver a la pista, el elefante quedaba sujeto tan sólo por una cadena que ataba una de sus patazas a una pequeña estaca, un minúsculo palo de madera apenas enterrado en el suelo. Un animal capaz de arrancar de cuajo un árbol ¿no podía irse a paseo por donde gustara sin consultar a nadie ni preocuparse de aquel palillo insignificante?

Indagué la razón de proceder tan extraño, al tiempo que peligroso para los que se movían en las proximidades del paquidermo, hasta que un experto en estas cuestiones me explicó que el elefante no escapa porque desde muy pequeño estuvo atado a un palo parecido. Así que, ese animal gigantesco y poderosísimo, no intenta arrancar la estaca porque cree que no puede. En su más tierna infancia se vió incapaz de librarse de la cadena y siempre mantendrá el registro de su impotencia bien guardado en la memoria (memoria de elefante, por cierto)

Anécdota extraída del libro de Juan Manuel ROCA, Cómo acertar con mi vida, Ed. Eunsa, Pamplona 2002, pp 122-123