El siglo XX fue el siglo de los totalitarismos y de los regímenes liberticidas, tales como el nazismo, los fascismos europeos, las dictaduras iberoamericanas y africanas o el comunismo internacional. En palabras de Fernando Savater, prologuista de El Delirio Nihilista que acaba de publicarse, “podemos llamar totalitaria a aquella ideología o conducta política que considera el valor de la vida humana como algo relativo a la norma que impone. Si no se somete a ella, esa vida pierde su calidad de verdaderamente humana o sea deja de pertenecer a nuestra propia especie y por tanto ya no gozará de la protección especial -incluso sagrada- que tienen las existencias de nuestros semejantes”.
Los sistemas liberticidas trajeron consigo los regímenes más déspotas y sanguinarios de la Historia. Sin embargo, de las cenizas de la devastación que fue la Segunda Guerra Mundial y el genocidio surgió un periodo de paz y estabilidad sin parangón. El siglo XXI -a pesar del avance en el respeto a los Derechos Humanos y del progreso socio económico de la humanidad- no parece presentar un panorama exento de riesgos, ya que los enemigos históricos de las libertades vuelven a surgir bien cebados por una larga crisis que no solamente es económica sino también institucional y en donde la insatisfacción es el mínimo común denominador de una ciudadanía huérfana de referentes.
Steven Pinker escribía hace poco que «un pesimista parece que quiere ayudarte; un optimista, venderte algo» y quizás por eso los populismos viven y medran de rentabilizar la rabia y la frustración de una sociedad acuciada por graves problemas que no tienen soluciones mágicas. Y es en este caldo de cultivo en el que nacen casi siempre los peores sistemas totalitarios y autoritarios.
El totalitarismo es destrucción pura, por eso resulta tan tentador analizarlo en términos de psicopatología. Los líderes totalitarios conducen a sus naciones al suicidio colectivo, no sin antes haber asesinado a millones de personas en el camino. En El Delirio Nihilista, obra anteriormente aludida, se diseccionan seis regímenes totalitarios o autoritarios, con el nihilismo como mínimo común denominador: nazismo, comunismo, fascismo, nacionalismo, populismo y yihadismo.
Es la dificultad para la empatía con el sufrimiento ajeno la que permite identificar a los regímenes liberticidas
Nihilismo y delirio van de la mano, son una causalidad, y por ello su maridaje es inevitable. Nietzsche en La Voluntad de Poder postula que el nihilismo supone que “los valores supremos se deprecian”. Y esa anunciada “de-valuación” llevaba, según Nietzsche, a la muerte de Dios. Dovstoieski en involuntaria réplica escribe en Los Hermanos Karamazov que “si dios no existe, todo está permitido y si todo está permitido la vida es imposible”. Llama la atención que los dos grandes totalitarismos de la Historia hayan compartido su odio a lo divino y a su representación mundana que es la religión. Nazismo y comunismo pretendieron sustituir a Dios para despejar el camino a sus respectivas religiones paganas.
Las desastrosas vidas privadas de Lenin, Hitler o Stalin. confirman muy probablemente esa dificultad para amar y gozar. Y es precisamente esta dificultad para la empatía, especialmente para con el sufrimiento ajeno, la que nos lleva a identificar los peores regímenes liberticidas. De facto, cuando el nihilismo sale de la órbita del mero debate filosófico y encuentra a personas o grupos dispuestos a implantarlo en la sociedad con toda su carga de destrucción y amoralidad es entonces cuando nos encontramos ante el delirio nihilista y la locura destructiva en aras de un futuro siempre promisorio y jamás alcanzado.
La clasificación y diferenciación de la amplia gama de sistemas y regímenes liberticidas tiene como común denominador la privación de libertades a las sociedades y pueblos que los sufren. Si entendemos la democracia -siguiendo la definición de Raymond Aron– como “la organización de la competencia pacífica con vistas al ejercicio del poder” podríamos identificar, como modelos no democráticos, el totalitarismo, el fascismo, los regímenes autoritarios, los nacionalismos, el populismo y el yihadismo.
El Estado totalitario supone un poder absoluto y violento, bajo el liderazgo de una persona que representa al partido único y que no está sujeta a mecanismos de control. Los ejemplos más brutales de totalitarismo son el comunismo (especialmente bajo las tiranías de Lenin y Stalin, pero también de Mao, Pol-Pot o Kim Jong-un) y el nazismo.
extracto del artículo original
*** Fernando Navarro García es presidente del Centro de Investigaciones sobre los Totalitarismos y Movimientos Autoritarios (CITMA).