Benedicto XVI «Humilde trabajador de la Viña del Señor» ¡Hasta mañana en el Altar!

1842

HASTA MAÑANA EN EL ALTAR HUMILDE TRABAJADOR

Hoy ha partido a la casa del Padre Dios «un humilde trabajador de la Viña del Señor». Así se autodefinía el Papa Benedicto XVI, uno de los cristianos que han dejado su impronta en la historia de la Iglesia del siglo XX y lo que va de este siglo. La aportación de este Papa a la Iglesia es inconmensurable. Él ha sido una de las mentes más brillantes de nuestro tiempo; cultivando una sabiduría que emanaba de su sólida ortodoxia teológica, su profunda vivencia de la liturgia de la Iglesia, que lo llevaba a tener un análisis agudo de la realidad política, económica y cultural de su tiempo.

Toda su vida estuvo marcada por la herencia cristiana recibida por su familia, los horrores vividos durante la II Guerra Mundial, su labor como profesor en Alemania, su participación como perito en el Concilio Vaticano II, su enriquecedora obra escrita, sus años como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Esto fue configurando a un bautizado que conoció en su propia vida las terribles consecuencias del mal y a su vez la obra redentora de Cristo y su Iglesia. Todo ello, confluyó en un Papa que no podía entender su vida de otro modo que no fuera sirviendo a la Iglesia.

Las palabras del Señor: «por sus frutos los conoceréis» (Mt 7,20) puede ser encarnada en la vida del Papa alemán sin lugar a duda. Benedicto XVI será recordado entre muchas cosas por su inmensa aportación a la Iglesia, las cuales describimos sintéticamente:

Impronta teológica

Ratzinger se definió reiteradamente, ante Peter Seewald en Sal de la Tierra, como un «agustiniano convencido» y «hasta cierto punto platónico». Tracey Rowland, conocida teóloga y biógrafa, describe el ramillete de los principales pensadores que le han influido en la configuración del pensamiento teológico del Papa emérito: San Agustín, San Buenaventura, Newman, von Balthasar, Romano Guardini, Henri de Lubac y Josef Pieper: «donde Ratzinger – afirma Rowland- se muestra más agustiniano y buenaventuriano es en su epistemología y especialmente en su insistencia en la centralidad de la relación entre la verdad y el amor y en su interés por la historia y el trascendental de la belleza» (La fe de Ratzinger. La teología del Papa Benedicto XVI, Granada 2009,32)

El diagnóstico sobre la situación de la teología lo dejaba establecido afirmando: «el problema básico de la teología actual es la divergencia entre historia y dogma, el paso de Jesús a la Iglesia» (La fiesta de la fe, Bilbao 1999, 51).

Dictadura del relativismo

El 18 de abril de 2005, un día antes de ser electo Papa, el entonces Cardenal Ratzinger denunciaba lo que era y sigue siendo el común denominador de las sociedades de nuestro siglo: «se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos». Una dictadura construida sobra la base del nihilismo moderno. Los últimos decenios de la humanidad han estado estructurados por pendulazos del marxismo al liberalismo hasta confluir en el libertinaje, del colectivismo al individualismo radical, del ateísmo a un ambiguo misticismo religioso, del agnosticismo al sincretismo.

Ya en los años sesenta, el joven teólogo, vaticinaba esta realidad: «Ya hemos dejado de buscar la cara oculta de las cosas, de sondear la esencia del ser…Nos hemos situado en nuestra perspectiva, que es la de lo visible en el sentido más amplio, lo que podemos abarcar y medir…Con esto se ha ido formando poco a poco en la vida y en el pensamiento moderno un nuevo concepto de verdad y realidad» (Introducción al cristianismo, Salamanca 2016, 49). En el discurso de Ratisbona (2006) explicaba las limitaciones, aún con sus elementos positivos, de la Ilustración que trajo consigo un nuevo concepto de razón y de ciencia, basados en las matemáticas y el método empírico. Así, «el sujeto, basándose en su experiencia, decide lo que considera admisible en el ámbito religioso y la “conciencia” subjetiva se convierte, en definitiva, en la única instancia ética»; con ello se opera un reduccionismo de la razón, de la ciencia y de la ética, que excluye a Dios por no subordinarse al marco de la capacidad humana. Las consecuencias de esta mutación de la razón y la ciencia han conllevado a una cultura occidental fracturada, ya que sus instituciones: familia, parlamentos, universidades, tribunales, etc. se estructuran sobre la base inestable de valores ideológicos en constante mutación que ni siquiera poseen un telos orientador.

La respuesta que planteó ante este relativismo fue un diálogo entre fe y cultura actual, una vuelta a las raíces de la tradición y la historia de la humanidad. En Ratisbona reafirmaba la necesidad de recuperar el vínculo entre fe y razón en la vida pública, porque «una razón que sea sorda a lo divino y que relegue la religión al ámbito de las subculturas es incapaz de entrar en diálogo de las culturas». Un año antes proponía una respuesta a las limitaciones de la Ilustración: «deberíamos dar la vuelta al axioma de la Ilustración y decir: Incluso quien no lograra encontrar la forma de aceptar a Dios debería, de todas formas, intentar vivir y conducir su vida veluti si Deus daretur, como si Dios existiese…de este modo, nadie queda limitado en su libertad».

En el 2007 denunciaba en Brasil las destructivas mentiras de las ideologías, del capitalismo y el marxismo. Las cuales constituyen una falsificación de la realidad, amputándola de su realidad fundante que es Dios: «sólo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano. La verdad de esta tesis resulta evidente ante el fracaso de todos los sistemas que ponen a Dios entre paréntesis» (Discurso en Aparecida 2007).

En el año 2011 pronunciará su famoso discurso al Bundestag alemán, aportando un agudo análisis sobre los fundamentos del estado liberal de derecho y el fin que debe perseguir la política. Así, para esta última, afirmará que «servir al derecho y combatir el dominio de la injusticia es y sigue siendo el deber fundamental del político». Pero se requiere como paso previo una renovación de los fundamentos del derecho, superando el reduccionismo que opera el positivismo de la naturaleza y la razón, en el cual el criterio legislativo de la mayoría resulta insuficiente. La propuesta de Benedicto XVI a sus compatriotas consiste en recurrir al patrimonio cultural de Europa: «la cultura de Europa nació del encuentro entre Jerusalén, Atenas y Roma; del encuentro entre la fe en el Dios de Israel, la razón filosófica de los griegos y el pensamiento jurídico de Roma. Este triple encuentro configura la íntima identidad de Europa». Con ello, propone una vuelta a la naturaleza y la razón como verdaderas fuentes del derecho, confluyendo en una actualización del derecho natural que conlleve a un respecto del hombre inherente a su dignidad intrínseca y no sobrevenido por imposición ideológica y positivista.

La centralidad de la fe cristiana

Ratzinger- Benedicto XVI ha desarrollado una suerte de pedagogía de la encarnación del misterio de Dios en tres pasos.

Un primer paso de anuncio, desde las postrimerías de los años sesenta con su emblemática obra Introducción al cristianismo, nacida en el contexto postconciliar, en la efervescencia del marxismo, la teología de la liberación, el mayo francés, el agnosticismo, occidental, etc. Ratzinger planteaba, desde el Credo, una aportación que «Quiere ayudar a una nueva comprensión de la fe como la realidad que posibilita ser auténticos seres humanos en el mundo de hoy». Una cuestión que será actualizada con su primera encíclica Deus caritas est, centrando cristológicamente la identidad cristiana: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva». Con ello, planteaba cómo la identidad cristiana no puede reducirse a una operación moralista o un gnosticismo intelectualista, sino en el protagonismo de Dios que sale al encuentro del hombre.

Un segundo paso de encarnación de la caridad en lo social. Haciendo su gran aportación a la Doctrina Social de la Iglesia con Caritas in veritate, que constituye junto con Deus caritas est las dos caras de la misma moneda (el misterio del amor y el amor encarnado en lo social); explicando el auténtico desarrollo humano integral desde la caridad y la verdad, precisando que «la cerrazón ideológica a Dios y el indiferentismo ateo, que olvida al Creador y corre el peligro de olvidar también los valores humanos, se presentan hoy como uno de los mayores obstáculos para el desarrollo. El humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano» (78).

Por último, un tercer paso celebrativo al convocar a toda la Iglesia a un año de la fe (2012-2013): durante el cual, recordó la lógica de la fe cristiana desde la encarnación. De tal forma, que «El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado […] La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree» (Porta Fidei 10). Así planteó una profundización en las Sagradas Escrituras, los documentos conciliares y en el catecismo, como fuentes para el cristiano que lo lleven a profesar, celebrar y testimoniar la fe públicamente.

Cristología y Escritura

La trilogía del Papa teólogo sobre Jesús de Nazaret constituye una actualización superadora acerca de las pretensiones de algunos “teólogos” que buscan dividir al Jesús histórico del Cristo de la fe. Ante ello, plantea una cristología que aúna todos los elementos de la crítica textual, la historia y soteriología para explicar la redención obrada por Cristo, inseparable de lo humano y lo divino.

También como Papa, planteara un avance en la exégesis bíblica con la publicación de Verbum Domini en 2010: recordando: «la fe cristiana no es una “religión del Libro”: el cristianismo es la “religión de la Palabra de Dios”, no de “una palabra escrita y muda, sino del Verbo encarnado y vivo”. Por consiguiente, la Escritura ha de ser proclamada, escuchada, leída, acogida y vivida como Palabra de Dios, en el seno de la Tradición apostólica, de la que no se puede separar» (nº7).

La liturgia

En el 2015 escribía un breve prólogo para la edición rusa de su libro El espíritu de la liturgia, donde recuerda como una mala interpretación de la reforma litúrgica conciliar ha degenerado en una concepción de la misma, diluyendo la urgencia o prioridad de Dios en la vida de la Iglesia, colocando en primer plano la instrucción, la actividad propia y la creatividad; todo ello, en contravía con los planteamientos conciliares, por eso «en esta situación se hace cada vez más claro que la existencia de la Iglesia vive de la correcta celebración de la liturgia y que la Iglesia está en peligro cuando el primado de Dios ya no aparece en la liturgia y, por tanto, en la vida». Agudizando más su análisis eclesial, afirma Benedicto XVI: «La causa más profunda de la crisis que ha derruido a la Iglesia reside en el oscurecimiento de la prioridad de Dios en la liturgia. Todo esto me llevó a dedicarme al tema de la liturgia más ampliamente que en el pasado, porque sabía que la verdadera renovación de la liturgia es una condición fundamental para la renovación de la Iglesia».

La pretensión de colocar a Dios en un segundo plano, ocultando la urgencia de Él, conlleva a transmutar los valores de prioridades y de lo importante en la vida social. Así la liturgia es una actualización permanente de la prioridad divina en la vida del hombre y fuerza liberadora para él ante toda esclavitud que atente contra su dignidad: «el hombre, al dejar de lado a Dios, se somete a sí mismo a las constricciones que lo hacen esclavo de fuerzas materiales y que, por tanto, se oponen a su dignidad».

Por ello, ante esta urgencia, la respuesta de Benedicto XVI, aunado a su producción de teológica litúrgica antes de ser electo Papa, será un reafirmar a la Iglesia en la Tradición: publicaba en 2007 Sacramentum caritatis, recordando que «la Iglesia vive de la Eucaristía» y el influjo causal de la actualización constante de la redención de Cristo que se entrega para la edificación de su Cuerpo la Iglesia; con el motu proprio Summorum Pontificum, facilitó la celebración de la liturgia romana anterior a la reforma de 1970; fiel a su visión universal de la Iglesia, valoró en gran medida el papel de la piedad popular en los pueblos de Hispanoamérica, reconociéndolo en el discurso inaugural de la V conferencia del CELAM: « la religiosidad popular que es el precioso tesoro de la Iglesia católica en América Latina, y que ella debe proteger, promover y, en lo que fuera necesario, también purificar». Con razón llegaba a concluir en su autobiografía Mi vida: «la inagotable realidad de la Liturgia católica me ha acompañado a lo largo de todas las etapas de mi vida: por este motivo, no puedo dejar de hablar continuamente de ella».

Eclesiología

La aportación de Ratzinger-Benedicto XVI a la comprensión de la Iglesia Católica está fundamentada en su hondo conocimiento de los Padres de la Iglesia, cuestión que plasmaría en su tesis doctoral sobre Pueblo y Casa de Dios en la doctrina de San Agustín, aunado a su participación en el Vaticano II. Así poseía un profundo conocimiento de la Tradición y de las pretensiones conciliares para el mundo actual.

Su eclesiología constituye una huida ante el peligro del monofisismo eclesiológico: los que por una parte aspiran a una Iglesia espiritual e introvertida sin repercusión social o los que por otra parte anhelan una Iglesia sociológica que disuelven la misión eclesial en puras tareas de promoción y liberación histórica. De esta última, surgieron las correcciones que hizo en su momento como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe a la teología de la liberación en Iberoamérica. Ante esta disyuntiva eclesiológica reafirmó los planteamientos del Concilio acerca de la realidad compleja de la Iglesia, desde la doble naturaleza de Cristo: Dios y hombre. Con ello, recordaba la comunión entre la Iglesia y la Trinidad, siendo sacramento universal de salvación. Por eso, ante las interrogantes acerca de la razón última del ser de la Iglesia y de su estar en el mundo responderá: «La Iglesia existe para que Dios, el Dios vivo, sea dado a conocer, para que el hombre aprenda a vivir con Dios, ante su mirada y en comunión con Él. La Iglesia existe para exorcizar el avance del infierno sobre la tierra, y hacerla habitable para la luz de Dios (…). La Iglesia no existe para sí misma, sino para la humanidad. Existe para que el mundo llegue a ser un espacio para la presencia de Dios, espacio de alianza entre Dios y los hombres» (Convocados en el camino de la fe, Madrid 2006, 295-296).

Ante las pretensiones de manipular los planteamientos del Vaticano II de quienes hablaban de ruptura e innovación, planteó su famosa hermenéutica de la continuidad: «la renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia, que el Señor nos ha dado; es un sujeto que crece en el tiempo y se desarrolla, pero permaneciendo siempre el mismo, único sujeto del pueblo de Dios en camino» (Discurso a la Curia Romana 2005). También consideraba que la problemática que afronta hoy la Iglesia no es una cuestión cuantitativa, sino cualitativa, es decir, una pérdida de fe: «la crisis se origina en la difuminación de la conciencia cristiana, en la tibieza en la oración y las celebraciones litúrgicas, en el descuido de la misión. Para él [Benedicto XVI], la verdadera reforma es una cuestión de resurgimiento interior, de corazones enardecidos» (Últimas conversaciones con Peter Seewald. Bilbao 2016, 10).  

Los abusos

Aunque en los últimos meses de su vida ocurrió el frustrado intento de desprestigiarlo por los abusos de clérigos a menores. Es indiscutible cómo buscó solucionar estos trágicos hechos al interno de la Iglesia. Desde su famosa carta los católicos de Irlanda, pasando por la recepción en diálogos de las víctimas y la puesta en marcha de la reforma del Libro VI del Derecho Canónico y legislaciones complementarias, para potenciar la tolerancia cero ante estos vergonzosos crímenes, buscando el castigo de los culpables.

Escatología

Desde su época de profesor con su manual de Escatología y posteriormente con la encíclica Spes Salvi, planteó la fe como una «esperanza performativa» que desenmascara los falsos mesianismos de salvación en un mal entendido progreso. Así el mensaje cristiano no solo es informativo, es decir, no es solo comunicación del mensaje cristiano, sino que además es encarnación que comporta una comunicación de hechos y cambio de vida: «la puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva” (2). Con lo cual, el hombre puede vivir eternamente porque es capaz de tener una relación particular con quien da la eternidad.

La renuncia de Benedicto XVI es manifestación de lo hondo de su humildad y búsqueda del bien de la Iglesia. Pues ante el deterioro de su salud no dudó en hacerlo. Sus últimos años como Papa Emérito han sido de profunda oración, no ha dejado de escribir y aportar con su sabiduría a la Iglesia; el 10 de octubre del presente año escribía una carta a la Universidad Franciscana de Steubenville, en Estados Unidos sobre lo necesario que fue para la vida de la Iglesia el Vaticano II.

Los cristianos de estos tiempos hemos tenido la gracia enorme de conocer a un hijo de la Iglesia que se ha degastado hasta sus últimas fuerzas por el bien de la Mater Ecclesia. Su fe en Dios lo llevaron a esperar la partida de este mundo con profunda paz y esperanza: «Muy pronto me presentaré ante el juez definitivo de mi vida…me siento sin embargo feliz porque creo firmemente que el Señor no sólo es el juez justo, sino también el amigo y el hermano que ya padeció Él mismo mis deficiencias y por eso, como juez, es también mi abogado (Paráclito)…Ser cristiano me da el conocimiento y , más aún, la amistad con el juez de mi vida y me permite atravesar con confianza la oscura puerta de la muerte».

Gracias Señor por darnos a este siervo fiel, gracias, Benedicto XVI por tu inmenso testimonio de fidelidad a la Iglesia. ¡Hasta mañana en el Altar!

Solidaridad.net