Birmania: «arrodillarse por la paz»

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Monja arrodillada en Birmania pidiendo paz

La foto de la hermana Ann, la monja que se arrodilló frente a los policías durante las manifestaciones por la democracia en Myanmar, se ha convertido en un símbolo de lucha no violenta, de amor a su pueblo. Mientras el país se enrosca en una dinámica de guerra civil, la iglesia católica sigue defendiendo la paz y la democracia plena para la antigua Birmania.

La antigua Birmania, está en plena guerra civil. Durante diez años vivió en democracia, aunque controlada, hasta el golpe de Estado del 1 de febrero del año pasado. La Junta multiplica las acusaciones de crímenes contra Aug San Suu Kyi, líder de la Liga para la Democracia, que se encuentra bajo arresto domiciliario y no responde a los llamamientos internacionales para que se ponga fin a la represión.

Las imágenes de la monja católica javeriana en la ciudad de Myitkyina, capital del estado de Kachin, en el norte de Myanmar, aparecieron en sitios web y periódicos de todo el mundo, mientras se arrodillaba y rogaba las fuerzas de seguridad con equipo antidisturbios que no disparasen a los jóvenes manifestantes que protestaban pacíficamente.

Su nombre es Hermana Ann Nu Thawng, de la congregación religiosa de San Francisco Javier, y su gesto no violento, valiente, sencillo pero eficaz, se ha convertido en el símbolo, sea cual sea su evolución, de la crisis birmana, y seguirá siendo la efigie indeleble de una reivindicación popular de libertad y democracia por ahora no escuchada.

El compromiso de la Iglesia

Desde el comienzo de la crisis política en Myanmar, la Iglesia siempre ha estado en primera línea para que todo vuelva a la senda de la negociación. El cardenal Charles Bo, arzobispo de Yangon y presidente de los obispos birmanos, ha instado personalmente a salvar a Myanmar, ahora convertido en un campo de batalla, mediante un plan nacional de cooperación con las autoridades. La intención de la Iglesia es fomentar y mediar en el diálogo entre las partes. «Sólo el amor, no el odio, vence al odio», fueron las palabras pronunciadas por el cardenal en la homilía de la Santa Misa durante la Cuaresma, «que no se derrame más sangre inocente en esta tierra».

Después del golpe de estado el conflicto bélico se extiende por varias zonas del país, generando refugiados en las fronteras anexas como la de India.

Un país emparedado por dos gigantes geopolíticos (China e India) que vigilan y miran de reojo las imposiciones militares sobre la población.

Han pasado dos meses desde que el ejército birmano se hizo con el poder por las armas. Desde entonces, 1 de febrero, la junta militar acumula más de medio millar de cadáveres y cientos de heridos y detenidos. Además, la violencia de los últimos días ha forzado a miles de personas a buscar refugio en países vecinos como India o Tailandia, donde temen estar a las puertas de un éxodo masivo a consecuencia del derramamiento de sangre.

En India, que comparte una frontera de unos 1.650 kilómetros con Birmania, varios cientos de personas han buscado refugio en los estados nororientales de Manipur y Mizoram, incluidos varios policías que se negaron a seguir las instrucciones de disparar contra los manifestantes. Aunque desde Nueva Delhi llegaron al principio instrucciones de “rechazarlos cortésmente”, las críticas a esta decisión llevaron a cambiar de opinión y ofrecer ayuda.

También se ha complicado la situación en la vecina Tailandia. Desde la noche del sábado, varios aviones de la Fuerza Aérea birmana han bombardeado zonas del sudeste controladas por la guerrilla karen, que previamente atacó a un puesto de soldados birmanos.

Según fuentes locales, el miedo a los bombardeos empujó a unas 10.000 personas a buscar refugio en la selva. Otras 3.000 habrían cruzado a la vecina Tailandia, aunque varios activistas denunciaron que las autoridades del país obligaron a 2.000 a retornar a través del río Salween. “Les dijeron que era seguro regresar, aunque no lo fuera. Tenían miedo a volver, pero no tenían otra opción”, contó un portavoz del Karen Peace Support Group.

Dictadura y conflictos con etnias y mafias periféricas

Los conflictos con los pueblos minoritarios hacen de Myanmar el país que más tiempo lleva inmerso en un conflicto armado, desde 1948. El Gobierno lucha contra una veintena de grupos insurgentes que van desde guerrillas opositoras, nacionalistas, autonomistas e independentistas a mafias. Esto se produce especialmente en la periferia del país, ya que los grupos se financian mediante el cultivo de opio o el tráfico de fauna y flora, y que tienen en el Triángulo Dorado, la triple frontera entre Birmania, Laos y Tailandia y muy cerca de China, uno de sus epicentros mundiales.

Exceptuando a los arakaneses, habitantes de Rakáin, el Gobierno birmano tiene frentes abiertos con todas las etnias suficientemente numerosas para tener un estado. Los arakaneses se mantienen fieles a Birmania, y es que, pese al aislamiento geográfico de la región y largos periodos históricos separados, los arakaneses y los bamar comparten un origen común, y sus lenguas funcionan de forma dialectal, siendo mutuamente inteligibles. Sin embargo, su estado no se libra del conflicto, ya que al norte del mismo habitan los rohinyás.

La persecución contra los rohinyás ha sido elevada hasta el nivel de genocidio por parte de las Fuerzas Armadas de Myanmar —Tatmadaw—, y es el conflicto más conocido del país, con cientos de miles de refugiados. Sin embargo, las décadas de lucha en la periferia del país han desplazado a miles de personas de otras etnias a campos de refugiados en India y, sobre todo, Tailandia.

Fuentes: elordenmundial.com – lavanguardia.com – vaticannews.va