Según el diario EL PAIS, las reformas prometidas por el presidente de Brasil, desde la lucha contra el paro hasta la defensa del medio ambiente, están paralizadas. Este país-continente, de 170 millones de habitantes, tiene la distribución de renta más injusta del planeta con 40 millones de ciudadanos en la pobreza
Autor: JUAN ARIAS. 04-04-2004
El pasado 31 de marzo, Brasil hizo un ejercicio de memoria para recordar los 40 años de la desdichada dictadura militar, que duró dos décadas, y para celebrar que es ya un país democrático sin peligro de ruidos de sables. Hoy, los problemas son otros. El problema es cómo este país-continente, de 170 millones de habitantes, cuya distribución de renta es la más injusta del planeta, puede hacer crecer su economía para que 40 millones de ciudadanos que viven aún por debajo del límite de la pobreza puedan integrarse en el sistema.
De ahí que la llegada del presidente Lula, con su carisma arrollador, arropado por 52 millones de votos y con el lema de que finalmente “la esperanza había vencido al miedo”, fuera como un sueño, una nueva era mesiánica, una nueva receta para “construir un Brasil nuevo y diferente”, en el que, para empezar, “todos puedan comer tres veces al día”. Pero Lula soñaba con más: quería acuñar una especie de cuarta vía, un “nuevo modelo económico” y una forma diferente de hacer política, y comenzó lanzando promesas. Tras haber anatematizado la “herencia maldita”, recibida de sus antecesores, juró que iba a reconstruir Brasil. Llegó a decir que “nadie -sólo Dios-, ni el Parlamento ni el Poder Judicial”, iban a impedirle llevar a cabo sus promesas y proyectos.
Pero, poco a poco, el ex tornero se ha ido dando cuenta, como él mismo ha afirmado, que “nadie puede pedirle milagros, pues no es Dios”, y que la felicidad para un presidente sólo existe “desde el momento de la victoria hasta la toma de posesión”, ya que después “todas son amarguras”. Son las amarguras de las demasiadas goteras que se han encontrado en la casa heredada. Goteras de todo tipo. Para taparlas, creó un Gobierno gigante de 36 ministros, casi todos de su partido, el izquierdista Partido de los Trabajadores (PT). A primeros de año cambió a una serie de ministros que, a su parecer, no funcionaban, pero a los 15 meses del sueño del cambio, muchas goteras siguen abiertas. Las más visibles son estas diez:
- Desempleo. Lula había prometido crear en cuatro años diez millones de nuevos puestos de trabajo, pero 2003 acabó, sobre todo en el gran São Paulo y en las principales grandes ciudades, con el mayor desempleo (un 19%) de los últimos 18 años. Y el proyecto para jóvenes de las familias más pobres, titulado Primer empleo, apenas si ha llegado a mil de ellos. Hoy, el 54% de los trabajadores son informales, sin contrato alguno de trabajo y sin derechos sindicales.
- Hambre Cero Debía haber sido el programa estrella de Lula, que quiere exportarlo al exterior, pero está prácticamente paralizado. Fue relevado el ministro responsable del proyecto, José Graziano, amigo de luchas políticas de Lula durante 40 años. El proyecto encuentra dificultades por motivos burocráticos y porque se lo disputan, por una parte, las alcaldías, pues da muchos votos, la Iglesia y el PT, que querría controlar el proyecto con nuevos criterios, a su decir, más democráticos. El nuevo ministro, Patrus Ananaias, es amigo de la Iglesia.
- Reforma agraria Si alguien tenía fuerza moral y política para abordar el mismo día de su toma de posesión la tan esperada y necesaria reforma agraria, era Lula, fundador del mayor partido de izquierdas de América Latina, el PT, y uno de los creadores del Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST). De hecho, el nuevo presidente dijo, nada más llegar, que con el MST “no iba ya a necesitar invadir tierras”. No ha sido así. Como la reforma ni ha comenzado aún, el MST ha continuado con las invasiones y con mayor virulencia. Su principal líder, João Pedro Stedile, acaba de anunciar que el país “va a arder de invasiones” este mes de abril. Y como aperitivo, los Sin Tierra han realizado en la última semana más de veinte invasiones.
- Analfabetismo. Lula, que por pobre, casi no pudo estudiar, había prometido acabar en cuatro años con la llaga de esos 20 millones de brasileños que aún no saben ni leer ni escribir. Su ministro de Educación, el intelectual Cristovam Buarque, había considerado el proyecto de alfabetización como la abolición de la “segunda esclavitud”. El ministro, que también quería que ningún niño a los cuatro años quedase fuera de la escuela y convertir la enseñanza media en obligatoria, fue relevado de su cargo por exigir mayor presupuesto para educación. El proyecto de alfabetización quedó desinflado.
- Favelas. Una de las promesas de Lula que dieron la vuelta al mundo fue la de dar a los millones de favelados de las grandes metrópolis la propiedad de sus barracas para que de ese modo se conviertan en ciudadanos legales, con una dirección postal y la posibilidad de abrir una cuenta bancaria. Iba a servir también para desacelerar la violencia acumulada en esas comunidades, dominadas por el tráfico de drogas. El proyecto aún no ha echado a andar.
- Reforma laboral. Era una de las más urgentes. Lula, primer sindicalista en llegar a la presidencia, quería dar un revolcón a toda la política sindical y laboral, en un país donde la carga fiscal para los empresarios es ingente y da lugar a millones de empleos ilegales. El 50% de los trabajadores no tiene contrato alguno. Dicha reforma, ha dicho el Gobierno, no podrá ser presentada antes del año próximo. Hay muchos intereses creados.
- Seguridad ciudadana. Después del desempleo, el problema que más acucia a los brasileños es el de la seguridad ciudadana. Baste pensar que São Paulo, con sus 16 millones de habitantes, es la ciudad del mundo con mayor número de coches blindados, porque es también la de mayor número de secuestros de personas diarios. Lula prometió reformar toda la seguridad, cambiar a la policía, la más corrupta del mundo y la que más mata, y declarar la guerra al narcotráfico. El responsable escogido por Lula para el proyecto fue cesado. El programa está empantanado y la inseguridad ha crecido.
- Medio ambiente. Con un territorio como la Amazonia, 10 veces más grande que España, con el 26% del agua potable del mundo y uno de los territorios más saqueados en su enorme biodiversidad, Brasil necesitaba una política ecológica a fondo. Lula nombró ministra de Medio Ambiente a la negra Marina Silva, que había nacido en la selva y es una de las políticas más empeñadas en el sector y más honrada. Pero ha estado a punto de dimitir varias veces y, al parecer, en 15 meses no ha tenido ni un encuentro a solas con Lula. Contra su voluntad se aprobaron los transgénicos.
- Indios. En Brasil la comunidad indígena supera las 300.000 personas y está considerada la más concienciada social y políticamente de América Latina. Los indios han tomado conciencia de su identidad y la defienden con fuerza. Tanto los indigenistas más activos como la Iglesia, que ha estado siempre aquí al lado de los indios, han acusado al Gobierno Lula de haberles abandonado a su suerte.
- Infraestructuras. En este país hay más de cien obras importantes, comenzando por carreteras y puertos a medio hacer. Están paradas. No existe prácticamente el tren y los exportadores se quejan de que de nada les sirve producir millones de toneladas de soja o de trigo si después no saben cómo transportarlos para enviarlos al exterior. Era uno de los grandes proyectos de Lula, sobre todo la reactivación del ferrocarril, tanto de carga como de pasajeros. La burocracia y la falta de presupuesto no hacen arrancar el proyecto.
El Gobierno podrá alegar, sin duda, que muchas de las cosas que está haciendo aún no se ven, y para que se vean ha lanzado la llamada Agenda positiva, con un presupuesto de 200 millones de euros en publicidad; podrá alegar que no es verdad que esas goteras estén sin maestro de obras intentando taparlas, y hasta piensa que “no perdonan que un ex tornero pueda dirigir el país”, pero la opinión pública, a juzgar por los resultados negativos de los sondeos, no parece creérselo demasiado. Por eso han empezado a castigar tanto al Gobierno como al mismo presidente carismático con una fuerte bajada de popularidad.
EL LÍDER MÁS VIAJERO
Cuando Lula llegó al poder dijo que no iba a hacer como su antecesor, Fernando Henrique Cardoso, que se pasaba más tiempo en el extranjero que dentro del país. Dijo que él iba a viajar fundamentalmente por Brasil y que llevaría con él a sus ministros para que conocieran de cerca los problemas de la gente.
Pero alguien debió de convencerle de que era bueno que usase su carisma planetario para llevar al exterior la nueva imagen de Brasil. Y lo hizo con celo, hasta el punto de que en su primer año de gobierno superó en viajes internacionales a su antecesor en el mismo periodo. Le tomó tanto el gusto a los viajes que, como les ocurrió a otros personajes políticos importantes y al mismo papa Juan Pablo II, cuando volvía a su despacho se le hacía pesada la administración de lo cotidiano. Sólo que mientras estaba fuera, en el Gobierno comenzaron las peleas entre ministros. Y llegó la crisis y la parálisis de los proyectos. Y esta vez alguien le ha aconsejado que tome él las riendas, que se olvide del extranjero y que ayude a tapar las goteras de la casa.
Y parece que lo está haciendo, hasta el punto de que se ha olvidado, dicen, del avión nuevo que ya había apalabrado, un flamante airbus de 45 millones de euros, de 17 módulos, que le permite hacer largos viajes sin necesidad de hacer escalas. Como a Lula le gusta viajar acompañado, tiene prevista una sala vip para 40 personas. Por ahora, el airbus puede esperar.