Ka-ubanoko, una manera de integrar en Brasil a los migrantes warao venezolanos desde la autogestión.
La Iglesia católica de Roraima se ha convertido en uno de los principales, o el principal aliado, de los migrantes venezolanos
Hay varias entidades de la Iglesia que están colaborando desde el principio en el refugio Ka-ubanoko
Son ingenieros, enfermeros, comunicadores, educadores, médicos, que quieren «mostrar la otra cara del migrante»
La migración es una realidad que cambia la vida de las personas, que las lleva a vivir situaciones que tiempo atrás eran inimaginables. En Boa Vista, capital del estado brasileño de Roraima, que hace frontera con Venezuela, muchos venezolanos son víctimas de un sistema que los excluye y provoca sufrimientos que marcan negativamente la vida de esas personas.
«Uno está feliz cuando encuentra algo en la basura», afirma una migrante«
En un encuentro con los migrantes, hablar con ellos, nos muestra esa cara de la realidad, que alcanza a quien emigró para garantizar su supervivencia y de aquellos que se quedaron en el lugar de origen, esperando las pequeñas ayudas que con mucho sacrificio logran enviar, eso a costa de quedarse sin comer, para así poder enviar el poco que consiguieron ese día.
Víctimas a menudo de actitudes xenófobas por parte de la sociedad y de los propios gobernantes, los migrantes dejan claro repetidas veces que «queremos trabajar». Son ingenieros, enfermeros, comunicadores, educadores, médicos, que quieren «mostrar la otra cara del migrante», aquella que no aparece. Ellos mismos son conscientes de que «si trabajamos no dependemos de la ayuda de los demás».
Estas son palabras de quienes están en el refugio Ka-ubanoko, nuestro dormitorio en lengua warao, un pueblo indígena originario del delta del Orinoco, del que forman parte la mayoría de aquellos que ocuparon un espacio público abandonado en la ciudad de Boa Vista, que se convirtió en la única alternativa para muchos de ellos, que vivían en las calles de la ciudad. Los indígenas y algunos criollos, que ya superan a las 500 personas, desde el principio asumieron la ocupación del espacio desde una perspectiva de autogestión, de auto organización, de ser parte de la solucióny no sólo estar esperando algún tipo de ayuda.
La coordinadora general es Fiorella, que era médica en Venezuela y llegó junto con otras 38 personas, quedándose 19 días en la calle junto a su hermana, su hijo y su sobrino. Ella coordina un plan de trabajo donde ellos se organizaron, distribuyeron a las personas en equipos, de salud, de educación. Los migrantes afirman que salieron de su país porque «en Venezuela no tenemos esperanza de desarrollo integral». El hecho de quedarse fuera de la red oficial de albergues, dificulta su vida cotidiana, pues sólo reciben ayudas puntuales, lo que según los propios migrantes hace que «las necesidades nos desborden, quedamos debilitados, es muy difícil». Esto hace que los coordinadores no siempre puedan dar respuestas ante las necesidades, lo que en ocasiones provoca situaciones de tensión.
Gidri era farmacéutica en Venezuela, ella cuenta su propia historia con lágrimas en los ojos. «Es duro, porque aquí en Brasil hemos tenido que aguantar muchas cosas», relata la migrante venezolana, quien destaca la importancia de convivir juntos en este momento como elemento que ayuda a seguir adelante. Como reconoce Javier, otro de los migrantes que viven en Ka-ubanoko, «hay días que uno se desanima».
Deyris trabajaba con los jesuitas en Fe y Alegría cuando vivía en Venezuela, donde dejó una hija de tres años, con quien aún no ha podido hablar desde que llegó a Boa Vista hace más de un mes. Su trabajo como comunicadora era en la web Tane Tanae y la TV Caina (Así Sucedió y Nuestro Mundo, Nuestra Tierra, en lengua warao). Ella dice que «jamás imaginé esto». Desde su condición de reportera, incluso con pocos medios, intenta dar a conocer la situación que los migrantes venezolanos están viviendo, pero también hacer entender a los brasileños que «hemos venido a trabajar, no hemos venido sólo para pedir». Ella relata que «hemos venido porque allí la situación era muy difícil», llegando a decir que «cuando salimos de allí, sólo comíamos una arepa por día, ahora todavía está peor». Hoy vive una realidad completamente nueva, tan difícil que «uno está feliz cuando encuentra algo en la basura».
Los migrantes reconocen que hay brasileños que los ayudan y se sienten felices cuando eso sucede, porque ellos experimentan que no están solos. La Iglesia católica de Roraima se ha convertido en uno de los principales, o el principal aliado, de los migrantes venezolanos. El obispo de Roraima, Monseñor Mario Antonio da Silva, elegido segundo vicepresidente de la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil – CNBB, el mes pasado, se ha constituido en el principal impulsor de un trabajo que involucra a mucha gente.
Hay varias entidades de la Iglesia que están colaborando desde el principio en el refugio Ka-ubanoko, desde hace dos o tres meses. Hay diferentes proyectos que se están desarrollando, como un proyecto de educación indígena diferenciada, en colaboración con los maestros indígenas que están allí, ayuda con la documentación, el acompañamiento en los hospitales, alimentos, apoyo logístico, clases de portugués para adultos, de discusión sobre las posibilidades de generar ingresos con artesanía, agricultura.
Desde la Pastoral Indigenista y el Consejo Indigenista Misionero – CIMI, se hace un fortalecimiento del proceso de organización, de las iniciativas que ellos están tomando de auto organizarse. Este es un espacio diferente a los abrigos convencionales, donde otras entidades tienen la responsabilidad de administrar el refugio. Desde el CIMI, afirman que «en los otros refugios, siempre defendimos que debían ser respetadas las formas de organización social de los pueblos indígenas, tener derecho a participar en la elaboración de las normas de convivencia, a ser consultados, a la educación indígena diferenciada».
En este espacio, desde el CIMI se entiende que los indígenas, junto con migrantes no indígenas, asumen la auto organización del espacio, que no elimina ni disminuye, según el CIMI, las obligaciones del estado. Hay una serie de actuaciones en términos de salud, de logística, de alimentación, que el estado no puede omitirse sobre ello.
Hasta ahora, «nuestro trabajo ha sido estar muy cerca de los coordinadores, ser un puente con la organización indígena de Roraima, estar llevando informaciones sobre cómo funciona el estado brasileño, los diferentes servicios, la operación acogida», según el CIMI. Para el Consejo Indigenista Misionero es importante, «dar empoderamiento para que ellos puedan fortalecer el proceso de autogestión. Estamos insistiendo para que el estado asuma de forma contundente, sistemática y coordinada el apoyo a las familias que están en el ka-ubanoko». Hasta ahora sólo hubo ayudas puntas del ejército y del ACNUR.
El Ministerio Público Federal, con quien ya se celebraron reuniones, defiende esa postura, reconocen desde el CIMI. Las diversas entidades de la diócesis intentaron organizar un proyecto común, donde cada entidad asuma un área de actuación, con una coordinación única y financiamiento común por parte de Manos Unidas, pero aún no se llegó a eso. Por eso, «como CIMI defender la garantía de los derechos colectivos de los pueblos indígenas en situación de movilidad», es una prioridad en este momento.
RD, 12.06.2019 | Luis Miguel Modino