Javier Urra, psicólogo de la Fiscalia del Menor, publicó hace una decada, que la violencia real no estaba en las calles ni en los institutos sino en el hogar…
ENTREVISTA A JAVIER URRA, psicólogo de la Fiscalía del Menor en la Comunidad de Madrid
Un niño consentido puede terminar siendo adolescente agresivo.
Es en el hogar donde se puede variar el perfil arisco del mundo. Autoridad, competencia y confianza son las armas de los padres educadores. Las agresiones no se dan en niveles socioeconómicos bajos ni en gitanos.
Hace ya una década que Javier Urra Portillo, psicólogo de la Fiscalía del menor, supo, y lo publicó, y lo repitió hasta la saciedad, que la violencia real no estaba en las calles ni en los institutos sino en el hogar, que los niños eran generalmente las víctimas de esta violencia pero también, ocasionalmente, los agresores. Aquel ocasionalmente se ha ido acentuando con el tiempo. Al despacho de Javier Urra llegan ya, con una frecuencia cada vez más alarmante, padres pidiendo ayuda, padres que no saben cómo controlar a hijos apenas adolescentes, padres que han perdido toda autoridad, y lo que es peor, padres tan angustiados como asustados porque ya han sufrido los primeros embates de una criatura sin control alguno que para conseguir lo que quiere, aquí, ahora, ya, no duda en utilizar no ya el chantaje, el engaño, y las amenazas, sino la violencia física pura y dura. Sobre todo ello Javier Urra ha escrito un libro desolador y también ejemplar que muchos padres deberían aprenderse de memoria para evitar su propia infelicidad y la de sus hijos. Lleva un título, «El pequeño dictador», editorial La Esfera de los Libros, muy acomodaticio que seguramente a él no le habrá gustado demasiado porque enuncia con paños calientes una realidad mucho más dura.
En realidad los pequeños dictadores que él conoce y de los que habla son criaturas despóticas y crueles que si nadie les abre la mente a tiempo con una buena ración de disciplina y racionalidad terminarán llenando los reformatorios primero y las cárceles después. «Seguramente el título es demasiado blando para la realidad que denuncio» explica Javier Urra, «aunque ya se aclara en los dos subtítulos: Cuando los padres son las víctimas y Del niño consentido al adolescente agresivo. Yo soy consciente de que seré criticado por muchos, que me llamarán alarmista y me acusarán de estigmatizar a niños y jóvenes… Ya sé que en la mayoría de los hogares la relación padres/hijos funciona muy bien y que ambos se sienten mutuamente orgullosos, se comprenden, se respetan y se quieren. Pero no tengo mas remedio que denunciar una realidad que está creciendo exponencialmente ante mis ojos, día a día, y eso pese a la resistencia de los padres a asumirla. Es muy duro para un padre o una madre admitir que su hijo le pega porque delata un clamoroso fracaso educativo».
Rabietas sin respuesta
P.- ¿De qué tipo de niños hablamos?
R.- Se trata en su mayoría de hijos únicos, o hijos últimos, cuyos hermanos han abandonado ya el hogar y que tratan de imponer su propia ley en casa. Son niños caprichosos, sin límites, que dan órdenes a los padres, que organizan la vida familiar, que quieren ser constantemente el centro de atención. Son desobedientes, desafiantes, no aceptan frustración alguna… Lo que quieren, lo quieren al instante… y si no se les pone límite, si los padres no ponen coto a sus desmanes seguramente se convertirán en adolescentes conflictivos mucho más difíciles de controlar.
P.- ¿En qué momento se da ese primer paso que luego ya es imparable?
R.- Se da a edades muy tempranas y por cosas absolutamente normales en un niño. Es normal que un niño coja una rabieta cuando no consigue lo que quiere. Lo que no es normal es que el padre y la madre no sepan encauzar esas rabietas, no sepan que un niño debe aprender a no tener todo cuanto quiere, no consigan enseñarle cómo afrontar una frustración, algo que necesariamente el niño tendrá que aprender para poder desenvolverse el día de mañana en la vida…
P.- Así que empieza con rabietas inocentes mal llevadas por los padres…
R.- Ese niño que tira el bocadillo que lleva de casa porque lo que quiere es un donut, y va la madre y se lo compra. Ese niño que no cede el columpio en un jardín público sin que la madre haga la menor señal para obligarle a dejarlo y enseñarle a compartir las cosas. Ese niño que pega desde muy crío sin que nadie le enseñe que eso nunca debe hacerse… Esta mañana en el aeropuerto he visto una familia con un crío que no tendría más de tres años que le dio una patada a su abuelo cuando le dijo que no pusiera los pies en el asiento, ante la absoluta impasibilidad de sus padres… Jamás se debe hacer una broma sobre un niño que pega incluso si es pequeñito. El niño no es responsable a esa edad, pero sí sabe cuándo se le habla en serio. Los padres son los responsables de su educación. Si nadie le enseña desde pequeñito que nunca, nunca, se debe tratar con violencia a una persona, crecerá ignorante, creerá que pegar es un derecho adquirido y seguirá pegando mientras con ello consiga lo que quiere.
P.- ¿Qué realidad contradictoria se está dibujando? Hay que proteger niños maltratados por sus padres y a padres maltratados por sus hijos…
R.- Hemos pasado de una educación de respeto absoluto, casi de miedo al padre, al profesor, a las autoridades que la sociedad establece, en la que ciertamente se han cometido y se siguen cometiendo muchos abusos de autoridad, a una sociedad permisiva que educa a los niños en sus derechos pero no en sus deberes. De los niños traumatizados hemos pasado a la parálisis educativa por no traumatizar al niño. Se les cede, se les permite, se les ofrece todo lo que sus padres no tuvieron y ahí, en ese toma y daca, es donde muchos padres han perdido el norte, la autoridad y la fuerza moral.
«Niño agenda» y «niño llave»
P.- La vida de muchos padres es difícil: el trabajo, los horarios, las propias tensiones personales…
R.- Lo sé, lo sé… Vivimos contra reloj, no hay tiempo de escuchar, de contar cuentos o jugar con los hijos… Estamos demasiado cansados. Los niños viven ese estrés, son «niños-agenda» que van de una actividad extraescolar a otra, o niños que pasan mucho tiempo solos, o niños que deambulan entre la casa de un padre y una madre separados… Y luego los problemas de la propia estructura familiar, familias con uno o dos hijos, con lo que los «reyes de la casa» seguirán reinando toda su vida, familias nucleares, madres primerizas que se encuentran solas en su tarea, parejas separadas que ceden para evitar conflictos…
P.- Y el mundo, además, se ha hecho mucho más complejo…
R.- Y las diferencias educativas, los modelos, son múltiples y van desde los «niños-llave» que llevan colgada al cuello la llave de casa y pasan solos el resto de la jornada, frecuentemente ante el televisor, o niños superprotegidos a los que se les acompaña a todo sitio en todo momento…
P.- Autoridad, competencia y confianza eran las armas de los padres educadores. ¿Ya no sirven?
R.- ¡Claro que sirven! Lo que ocurre es que muchas veces, cuando escucho a los padres que vienen a mi despacho a lamentarse, tengo la sensación de que no sé quién es más adolescente, si los padres o los hijos. Hace un momento, donde tu estás sentada ahora, he tenido unos padres. Llegaron con un hijo de 14 años que entró el primero en mi despacho y sin mediar palabra se sentó en una de las dos sillas que hay. «Levántate de ahí, le dije, y deja ese sitio a tu madre». El chaval, obedeció al instante, y se corrió a la otra silla. «Ahí, tu padre. Tú de pie», tercié. Se levanto sin protestar. Le parecía lo más normal del mundo ocupar él el asiento. Luego hablé con unos y otros por separado. Los padres estaban asombrados, creían que eran unos buenos padres: «le damos lo que quiere, me decía el padre, le compramos ropa de marca con grandes esfuerzos porque aunque tengo un buen puesto de camarero en un buen restaurante, no me sobra la paga… Le paso 70 euros a la semana para sus gastos, su madre le compra una caja de tabaco rubio al día. Nada le basta y está comenzando a ser agresivo y ya no quiere ir a la escuela, no sabemos qué hacer con él…» El chico por su parte encontraba lo mas normal del mundo sus peticiones, eran sus padres y tenían que atender a sus necesidades…
P.- ¿Se querían?
R.- Escuchando al chico llegue a la misma conclusión que ya he llegado en otros casos. Son chicos que crecen en una gran desvinculación
afectiva. No es que rechacen a sus padres, es que no tienen con ellos vínculo afectivo alguno.
P.- ¿Y eso ocurre en toda circunstancia?
R.- Esta desvinculación y las consiguientes agresiones no se dan en los niveles socioeconómicos bajos, no se da entre los gitanos… Se da sobre todo en hijos únicos, o en hijos que han tenido una equívoca relación edípica con su madre, una ambigua relación en la que la madre le consiente todo, permite que duerma en su cama, y no hablo de relación incestuosa, pero sí como una situación que el chico vive como diciendo «soy el rey de la casa». También algún niño que ha sido maltratado y cuando es mayor lo devuelve y pega a su madre. También porque ve que su padre pega a su madre para obtener dinero y el hijo hace otro tanto para obtener lo que quiere. En casos de separación mal llevados en los que el padre le dice al chico, «no hagas caso a tu madre, es una loca», y cuando su madre le obliga a ducharse, a estudiar, a llegar a la hora a casa, se rebela, da un portazo, da un empujón, y si ve que no hay respuesta, se crece y va a mayores.
Primero yo y siempre yo
P.- ¿Pasa con padres adoptivos?
R.- Poco pero pasa. Pasa con esos padres adoptivos que se creen sin fuerza moral para educar. «Si se me enfrenta, a fin de cuentas no soy su padre…», se dicen, y ahí mismo está el problema: es el padre el que no se ha terminado de creer que realmente sí es el padre, no ha asumido sus responsabilidades de padre… De todas formas, el grupo principal que yo trato en mi consulta no provienen de estos sectores que hemos hablado sino entre hijos de nuevos ricos.
P.- ¿Nuevos ricos?
R.- Si, ese hijo de padres que han llegado a tener un poder adquisitivo que sus padres no tuvieron y que quieren dar a su hijo todo lo que ellos no tuvieron. Este hijo es el rey de la casa: primero yo, luego yo y siempre yo… Se admiten con normalidad cosas fuera de todo sentido. Mi mujer y yo cenamos la otra noche con un grupo de amigos. Sonó un móvil de uno de los reunidos. «Me tengo que ir, lo siento, pero tengo que recoger a mi hijo de la discoteca y no me lo había advertido antes…» Son niños que hacen y deshacen y disponen de los padres para todo sin pararse a consultar primero. La filosofía es lo que quiero, lo quiero ya, ahora mismo. Lo lleva pidiendo así desde que era un crío enrabietado. A los 4 años, hace gracia y la gente que le rodea, padres, abuelos… se ríe y le da lo que quiere. A los 7 años, un buen día, pega una patada a su madre porque no le da lo que quiere y no pasa nada: «cosas de críos». A los 13 el niño se ha convertido en el tirano de la casa, dice que no le da la gana ir al colegio y vuelve a las tantas, piensa que su casa es un hotel en el que entra y sale cuando quiere, abre la nevera y come cuando y cuanto quiere. Marca su territorio constantemente desbordando a sus padres, a su madre sobre todo, porque esos padres no suelen ni aparecer…
Jamás han sufrido un castigo
P.- ¿Y qué hace la Fiscalía cuando vienen padres a pedir ayuda?
R.- A veces si la relación con sus padres está muy emponzoñada, lo mejor es separar al chico, distanciarlo de sus padres y enviarlo a otro núcleo familiar, a un tío…. Son chicos que jamás han sufrido un castigo y ese primer castigo les impacta mucho. Nosotros sabemos que los chicos son los chivos expiatorios de una relación fallida, algo ha fallado en su entorno, hay que volver a restablecer los lazos familiares de respeto y afectos perdidos. El problema es que muchos padres que vienen aquí pidiendo ayuda, no saben en realidad lo que quieren porque cuando el problema es serio y les proponemos hacernos cargo del chico, se retraen. «No, no, te dice el padre, es que parece como si le hubiéramos denunciado» «Oiga, les digo, es que usted lo está denunciado porque si no lo denuncia no puede entrar aquí».
P.- ¿El encierro es necesario?
R.- No siempre. A veces basta enviar a los servicios sociales cuyos profesionales estudian la situación, ven cómo se manejan los conflictos, por qué se calientan las cosas, que errores hay por medio… Y entonces empieza una terapia de recuperación.
P.- ¿Se puede obligar a querer?
R.- Esa es la cuestión. No puedes obligar a querer. Tenemos padres que no saben ser padres. Más aún: nos encontramos con adultos que no son adultos y que siguen anclados en una adolescencia inmadura. El chico lo sabe y busca fuera ese norte, esa orientación que todo chico necesita. Lo busca en la calle, en las pandillas, en la droga… Por eso es bueno que los padres se cuestionen sobre ellos mismos: ¿son un buen ejemplo? porque hasta la adolescencia son los principales referentes de sus hijos. Por eso siempre he creído que para evitar futuros comportamientos violentos no hay nada tan rentable como la prevención con los niños más pequeños. Es en el hogar donde se puede variar el perfil arisco del mundo, si en ese hogar brilla el cariño, la comprensión y el respeto ˜