Campaña de lectura social: «Vida de un esclavo americano»

1944

Queridos amigos/as:

Os dejamos un pequeño texto para que podáis leer.

Con este texto, extraído del libro VIDA DE UN ESCLAVO AMERICANO, queremos trasmitiros, con esperanza y entusiasmo, lo importante que es la cultura como arma clave de la liberación.

Frederick Douglas lo descubrió con gran entusiasmo. Escribió su propia historia y la de miles de esclavos. Es un libro con un gran valor testimonial, publicada  obra en 1845. Lo que más impresionó cuando se publicó la obra es que nadie daba crédito que hubiera podido ser escrito por un ESCLAVO.

Espero que disfrutéis y os haga pensar lo importante qué es la promoción personal y colectiva para ser libres.

«CUANDO APRENDAS A LEER, SERÁS LIBRE PARA SIEMPRE.»

Frederick Douglas

Muy poco después de que me fuese a vivir con el señor y la señora Auld, ella empezó muy bondadosamente a ense­ñarme el abecedario. Una vez que aprendí esto, me ayudó a aprender a deletrear palabras de tres o cuatro letras. justo en ese punto del proceso, el señor Auld se enteró de lo que esta­ba pasando y prohibió inmediatamente a la señora Auld enseñarme más, diciéndole, entre otras cosas, que era ilegal, además de peligroso, enseñar a leer a un esclavo. Y añadió, y utilizo sus propias palabras: «Si le das a un negro un dedo, se tomará el brazo. Un negro no debería saber nada más que obedecer a su amo… hacer lo que le digan que haga. Hasta el mejor negro del mundo se estropeara con el estudio. Has de saber», le dijo, «que si enseñas a ese negro [refiriéndose a mí] a leer, no habría modo de controlarle luego. Le incapacitaría completamente para ser un esclavo. Se volvería al mismo tiempo inmanejable y de ningún valor para su amo. En cuanto a él mismo, no le haría ningún bien, sino muchísimo daño. Le haría descontento y desgraciado». Estas palabras penetraron profundamente en mi corazón, despertaron sen­timientos interiores que yacían dormidos y convocaron a la existencia una vía de pensamiento completamente nueva.

Era una revelación nueva y especial, que explicaba cosas oscuras y misteriosas, con las que se había debatido, aunque sin resultado, mi inteligencia juvenil. Comprendí entonces lo que había sido para mí un problema absolutamente des­concertante, a saber: el poder del blanco para esclavizar al negro. Fue un gran triunfo, y lo valoré mucho. A partir de entonces, comprendí cuál era el camino de la esclavitud a la libertad. Era exactamente lo que yo quería, y lo conseguí en el momento en el que menos lo esperaba. Aunque me ape­naba la idea de perder la ayuda de mi bondadosa ama, me alegró aquella lección inestimable que me dio mi amo por puro accidente.

Aunque me hacía cargo de lo difícil que era aprender sin un maestro, me consagré con gran esperanza y con un propósito fijo a aprender a leer, fuese cual fuese el coste. La misma decisión con que había hablado él, y con que se había esforzado en convencer a su mujer de las perni­ciosas consecuencias de proporcionarme instrucción, sirvió para convencerme de que estaba profundamente seguro de las verdades que exponía. Eso me proporcionó la certeza ab­soluta de que podía confiar plenamente en los resultados que produciría, según él, que aprendiese a leer.

Lo que más temía él era lo que yo más deseaba. Lo que él más amaba, era lo que más odiaba yo. Lo que para él era un gran mal, que había que evitar cuidadosamente, era para mí un gran bien, que había que perseguir con diligencia; y el argumento que él con tanto afán esgrimió, en contra de que yo apren­diese a leer, sólo sirvió para inspirarme el deseo y la decisión de aprender. En lo de aprender a leer, debo casi tanto a la agria oposición de mi amo como a la ayuda bondadosa de mi ama. Les agradezco a ambos el beneficio que me hi­cieron. «…

… La esclavitud resultó tan dañina para ella (su ama) como lo resultó para mí. Cuando yo llegué era una mujer piadosa, afectuosa y compasiva. No había aflicción, ni sufrimiento para el que ella no tuviese una lágrima. Tenía pan para el hambriento, ropas para el desnudo y consuelo para todo afligido que se ponía a su alcance. La esclavitud demostró pronto su capacidad para apartarla de esas excedentes cualidades…El primer paso en su caída fue dejar de instruirme.

Comenzó entonces a poner en práctica los preceptos de su marido. Acabó aún siendo más violenta que él en su oposición…Nada parecía haber que más la enfureciese que verme con un periódico en la mano. Parecía pensar que allí estaba el peligro. Se abalanzaba sobre mí con la cara crispada de furia y me lo arrebataba, de manera que revelaba claramente su temor. Era una mujer lista; y un poco de experiencia demostró, a su satisfacción, que instrucción y esclavitud eran incompatibles entre sí.

A partir de ese momento estuve estrechamente vigilado. Si estaba solo en una habitación un periodo de tiempo considerable, era seguro que se sospechaba de mí que tenía un libro, y se me llamaba en seguida para que diera explicaciones. Pero todo esto llegaba demasiado tarde. Se había dado ya el primer paso.

El plan que adopté fue…convertir en mis maestros a todos los niños blancos a los que me encontraba en la calle. Convertí en mis maestros a todos los que pude. Con su bondadosa ayuda, obtenida en diferentes momentos y en diferentes lugares, conseguí por fin aprender a leer. Cuando me mandaban hacer recados llevaba siempre mi libro conmigo, hacía rápidamente el recado y luego tenía tiempo para conseguir una lección antes de volver. También solía llevar pan, del que siempre había bastante en casa y que tenía siempre a mi disposición; pues estaba mucho mejor en ese sentido que muchos de los niños blancos pobres de nuestro barrio.

Este pan yo solía dárselo a los golfillos hambrientos, que me daban a cambio el pan más valioso del conocimiento…

Yo tenía ya unos doce años y la idea de ser un esclavo de por vida empezaba a pesar angustiosamente sobre mi corazón. Conseguí hacerme con un libro titulado  El orador de Columbia. Lo leía siempre que podía. En él encontré entre otra mucha materia  interesante, un diálogo de un amo y un esclavo… El diálogo era la conversación que tenía lugar entre ellos después de que le capturaran por tercera vez. En él, el amo exponía toda la argumentación a favor de la esclavitud, y el esclavo la echaba por tierra…

Me encontré en el mismo libro con uno de los vigorosos discursos de Sheridan sobre la emancipación de los católicos y en defensa de ella. Era una de mis lecturas favoritas…La moraleja que me aportó el diálogo fue el poder de la verdad sobre la conciencia, incluso sobre la de un propietario de esclavos. Lo que encontré en Sheridan fue una valerosa denuncia de la esclavitud y una vigorosa reivindicación de los derechos humanos. La lectura de estos documentos me permitió expresar mis pensamientos y responder a los argumentos esgrimidos para defender la esclavitud; pero aunque me libraran de un problema me traían otro aún más doloroso que aquel del que me libraban de un problema.

Cuanto más leía , más me veía inducido a aborrecer y detestar a mis esclavizadores. Solo podía considerarles una pandilla de ladrones afortunados, que habían salido de sus países y se habían ido a África y nos habían robado allí de los nuestros y nos habían reducido a la esclavitud en una tierra extraña…