CAMUS, SU MUERTE EVITÓ SU BAUTISMO

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Una forma de clericalismo detestable es la de bautizar el pensamiento de un autor después de muerto, quizá como sustitución de la ausencia de referentes creyentes en su vida.

La fe de Albert Camus
Libertad digital
José F. Serrano Oceja 12-01-2006



Afirmar que a don José Ortega y Gasset le faltó el «hecho extraordinario» de Manuel García Morente no es nada más que constatar una realidad histórica. El recientemente fallecido Julián Marías, a quien, por cierto, parece que relegaron del equipo de la reedición de las obras completas de Ortega, nunca dio un paso más allá de lo que habían sido los hechos en la siempre candente relación entre fe y pensamiento en el autor de «La rebelión de las masas».


Pero como la vida sigue y la historia siempre es más rica que nuestros proyectos, ahora nos encontramos con una sorpresa intelectual de primer orden. Uno de los pensadores que más está influyendo en nuestro tiempo es Albert Camus, padre de una forma de existencialismo imbuida de absurdo, de nostalgia, de justicia, de rebelión, de locura, de sinsentido, de desarraigo, de sinceridad. Si hay un autor leído por la clase política, intelectual, social que hoy está en la cresta de la ola, ése es el de «El primer hombre», «El extranjero», «El mito de Sísifo»…


Sabíamos por el estudio del sacerdote convertido del marxismo, Padre I. Lepp, que Camus estuvo muy cerca de su conversión al catolicismo entre los años 1947 y 1950. Sabíamos que en su discusión y posterior alejamiento de su amigo Jean Paul Sartre, la cuestión de Dios había jugado un papel nada desdeñable. Pero lo que no sabíamos, hasta hace pocos días lo lectores de lengua española, es que había pedido el bautismo, la reincorporación a la Iglesia, meses antes del trágico accidente que le costó la vida. La historia nos la cuenta el pastor metodista Howard Mumma, quien fuera su amigo, confidente y catequista acreditado.


«Amigo mío, mom chéri, gracias… ¡Voy a seguir luchando por alcanzar la fe!» . Ésta fue la frase con la que el premio el Premio Nobel de Literatura se despidió, en el aeropuerto de París al final del verano de 1959, de su amigo el pastor metodista Howard Mumma. En el año 2000, con noventa años, liberado por el peso de la responsabilidad y del silencio, y a los cuarenta años de la muerte de Camus, el reverendo Mumma publicó las notas de las conversaciones con el literato francés.


Hace unos pocos días ha parecido la edición española de esas conversaciones con el título «El existencialista hastiado. Conversaciones con Albert Camus», en la editorial Voz de Papel, que dirige el ejemplar publicista Alex del Rosal.


El libro es un precioso testimonio y testamento de la amistad entre un hombre de fe y un hombre que busca la fe, y que ha escrito estremecedoras páginas sobre el lado oscuro de la existencia, del mal, del pecado. La Biblia juega un papel central en los encuentros que se van desarrollando durante varios veranos parisinos. Dios, el mal, el hombre, el mundo, Jesucristo, son algunas de las materias de esa confidencia dialogada que tiene su punto culminante cuando Albert Camús le dice a su amigo Mumma: «Sí, Howard, eso es totalmente correcto. La razón por la cual yo estoy viniendo a la Iglesia es porque estoy buscando. Me encuentro en algo que es casi como un peregrinaje; buscando algo que llene el vacío que siento, y que nadie más conoce. Ciertamente, el público y los lectores de mis novelas, aunque ven ese vacío, no encuentran las respuestas en lo que están leyendo. En el fondo tiene usted razón: estoy buscando algo que el mundo no me está dando. (…) Desde que estoy viniendo a la iglesia, he estado pensando mucho sobre la idea de una trascendencia, algo totalmente distinto de este mundo. Es algo de lo que no se oye hablar mucho hoy día.»


Días después, con los ojos llenos de lágrimas, le confesará, refiriéndose al bautismo: «Howard, estoy preparado. Quiero esto. Esto es a lo que yo quiero comprometer mi vida». Pero la muerte apareció de repente el 4 de enero de 1960, en un accidente de tráfico. Howard Mumma siempre pensó en el suicidio. Fue una losa de la que ahora se ha liberado con esta confesión literaria.


Sísifo y el absurdo, Prometeo y la rebeldía, Némesis y la búsqueda de la justicia… Tres etapas en la vida y en la obra de quien ha marcado a generaciones y generaciones. ¿Cristo y la gracia? ¿Habría sido la cuarta etapa de la vida y de la obra de Albert Camus? Nos hemos quedado sin el Cristo sentido y descrito de Albert Camus.