Carlos de Foucauld «Evangelizar los desiertos del mundo»

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A los 20 años, confesaba vivir «como se puede vivir cuando se apaga la última chispa de la fe». Murió en el desierto de Argelia, asesinado por uno de esos mismos musulmanes entre los que había vivido tanto tiempo, sirviéndolos gratuitamente, sin haber “ganado” ninguno de ellos para la Iglesia católica.

El domingo 15 de mayo, en la plaza de San Pedro de Roma, la Iglesia católica lo proclamó santo, junto con otros nueve beatos. Charles de Foucauld (1858-1916), el monje que construyó sin ayuda tabernáculos en el desierto para «transportar» a Jesús entre quienes no lo conocían ni lo buscaban, es ofrecido al culto universal del pueblo de Dios. Su canonización lo presenta a todos como un modelo de vida y testimonio cristiano.
Entre las filas cada vez más numerosas de los canonizados, de Foucauld parecería a primera vista pertenecer a la categoría de los santos extremos, aquellos que custodian las fronteras de la aventura cristiana en el mundo. Sin embargo, su irrepetible historia da respiro y consuelo a todos. Cuenta cómo se puede confesar y anunciar a Cristo no sólo en el desierto argelino, sino también en los desiertos metropolitanos que crecen en la actualidad, en todo el mundo.

Charles de Foucauld. Huérfano a los seis años, pronto olvidó las oraciones que había aprendido en la infancia. De joven, vive una vida de aventurero, suspendida entre su carrera militar y sus exploraciones en el norte de África. Para él, como para muchos jóvenes de la actualidad, el cristianismo se convierte en “un pasado que no le concierne” (Joseph Ratzinger). Lo re-descubrió como un nuevo comienzo de gracia, también gracias a la cercanía que le ofrecían el alma cristiana de su prima Marie de Bondy y Henri Huvelin, que se convertiría en su padre espiritual: «Antes iba a la iglesia sin creer. Solía pasar largas horas allí repitiendo esta extraña oración: ‘Dios, si estás ahí, déjame conocerte’». Fue ordenado sacerdote en 1901.

En la experiencia del joven Charles, queda claro desde el principio que el corazón humano puede ser movido, conmovido y cambiado no por estrategias inventadas para hacer el mensaje cristiano “atractivo” y “cautivador”, sino sólo por la atracción obrada por la gracia de Cristo mismo, que comienza su obra y la lleva a término. En una meditación de noviembre de 1897, recordando cómo comenzó su nuevo camino en la fe, de Faucauld escribió: «Todo esto fue obra tuya, Señor, y sólo tuya…. Tú, mi Jesús, mi Salvador, lo has hecho todo, tanto dentro de mi como fuera». (…) (- continúa)

por Gianni Valente
(Agencia Fides 14/5/2022)