Cartas desde África

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Las guerras de África se miden en lustros, no en años. Paso mucho tiempo intentando entender el porqué. Sé que soldados, políticos, empresarios, productores de armas y banqueros ordeñan ganancias de ésta. Sé que ellos emplean a fanáticos nacionalistas para propalar el odio y justificar la sangre. Sé que el oro es el sobreyugo de la espada. Lo sabemos todo. Y, sin embargo, encuentro una razón que explica mejor la perduración de esta tragedia: en el fondo nos importa un bledo lo que le pase a esta gente.

por Gonzalo Sánchez-Terán.
Guinea Conakry, 26 de agosto de 2004

Anoche, a la una de la mañana, un grupo de rebeldes armados hasta los dientes atacó la casa donde vive Elisabeth Koïvogui junto con otras cuatro mujeres en Siably, al oeste de Costa de Marfil. Va para un año que Elisabeth dirige nuestra clínica móvil por las aldeas del interior: todos los médicos y enfermeras huyeron hacia la costa tras el golpe de Estado que degolló este país en septiembre de 2002, y había que atender a las miles de personas que quedaron más inermes aún ante la muerte. Es guineana, menuda, valerosa. Los rebeldes llamaron a la puerta de su casa diciendo que llevaban un herido. Las mantuvieron durante cinco horas tendidas boca abajo, encañonadas. Les robaron cuanto tenían.

Pocos días antes, 12 jefes de Estado, Kofi Annan, el presidente del Gobierno, miembros de la oposición política y el líder de la rebelión se habían reunido en el mejor hotel de Accra para celebrar una cumbre de la que salieron con un acuerdo de paz refrendado por todos los presentes. Bravo. Desgraciadamente, es el cuarto acuerdo de paz firmado por los combatientes en menos de dos años. Como sucedió durante la guerra de Liberia, a los acuerdos de paz, para diferenciarlos, han empezado a darles números romanos: Accra I, Accra II, Accra III, y así. Casi nadie confía en que este acuerdo sea el definitivo: unos u otros hallarán la hendedura legal o la provocación que les permita arruinarlo, recomenzarán las presiones de la ONU y las declaraciones airadas, y dentro de unos meses estarán sentados los mismos miserables en el mismo hotel de Accra. Entonces, para demostrar que la comunidad internacional está muy preocupada por la coyuntura en Costa de Marfil, vendrán veinte jefes de Estado en lugar de 12, y Estados Unidos mandará a un representante especial en vez de a un embajador.

Las guerras de África se miden en lustros, no en años. Paso mucho tiempo intentando entender el porqué. Sé que soldados, políticos, empresarios, productores de armas y banqueros ordeñan ganancias de ésta. Sé que ellos emplean a fanáticos nacionalistas para propalar el odio y justificar la sangre. Sé que el oro es el sobreyugo de la espada. Lo sabemos todo. Y, sin embargo, encuentro una razón que explica mejor la perduración de esta tragedia: en el fondo nos importa un bledo lo que le pase a esta gente. Sí, nos parece bien que alguien los ayude, pero no estamos dispuestos a perder un minuto de nuestra vida en agarrar por las solapas de la historia para que les mire a los ojos. […] Somos culpables de la criminal horizontalidad de los relojes de arena.