A finales de 2015, el Partido Comunista de China (PCCh) puso fin a casi 30 años de la desastrosa política del «hijo único», decretada en 1979 ante el temor de que el país no tuviera suficientes recursos para afrontar la supuesta “presión demográfica”
Entre los efectos secundarios más dañinos destaca, obviamente, el rápido envejecimiento poblacional, que ha provocado que la pirámide demográfica de China sea similar a la de los países enriquecidos, y la disminución de mano de obra.
El anuncio de la reforma, que implicaba que «todas las parejas» del país podrán tener hasta dos hijos, coincidió con la aprobación del XIII Plan Quinquenal, con el que Pekín pretendía guiar el desarrollo social y económico para el lustro 2016-2020.
Los padres chinos se muestran cada vez más reticentes a tener otro hijo, y la anterior modificación de la norma, que afectaba a unos 11 millones de hogares, no provocó el ‘baby boom’ esperado.
China ya había decidido relajar a finales de 2013 la política del ‘hijo único’, permitiendo que las parejas formadas por al menos una persona sin hermanos tuvieran dos descendientes. Antes, ambos miembros del matrimonio debían ser hijos únicos si querían solicitar el permiso para tener un segundo bebé.
Pero los padres chinos se muestran cada vez más reticentes a tener otro hijo, y la anterior modificación de la norma, que afectaba a unos 11 millones de hogares, no provocó el ‘baby boom’ esperado.
Una encuesta realizada por la Universidad Fudan de Shanghái afirmaba que, en Pekín, solo un 15% de las mujeres casadas estaba interesado en tener un segundo niño.
También ha influido sobremanera el desequilibrio entre el número de hombres y mujeres debido a las políticas de nacimiento (aborto) selectivo, evitando el nacimiento de niñas.