Ciencia y Tecnología y el Destino Universal de los Bienes

2292

Vamos a abordar en este artículo uno de los aspectos más importantes de la justicia distributiva en el tercer milenio. El siglo XX ha demostrado hasta la saciedad que en un mercado liberal, una economía basada en la investigación y el desarrollo científico-tecnológico produce riqueza de manera exponencial.


En efecto, en los cuarenta últimos años del siglo pasado la población mundial se duplicó, pasando en números redondos de tres mil millones de personas a seis mil millones. Nunca creció tanto la población humana. Pero también es cierto que en ese periodo de tiempo, marcado por la implantación de las tecnologías punta de la información, la producción mundial de alimentos de cada año se triplicó y la riqueza anual en general se multiplicó por más de diez.

La humanidad actual dispone de alimentos sobrados para alimentar a todos y recursos de bienestar para más del doble de la población mundial existente; además, su capacidad tecnológica actual, empleada al servicio de la humanidad y respetando adecuadamente al medio ambiente, permitiría un crecimiento demográfico muy superior al que pudiéramos desear.

Este periodo de tiempo, con unos resultados económicos tan ilustrativos, obtenidos fundamentalmente en el bloque de países occidentales, ha significado también el triunfo de la economía capitalista sobre la de planificación de los países socialistas ó comunistas. Todo el bloque soviético se derrumbó como un azucarillo ante el cerco tecnológico que le impuso el mundo occidental en la segunda mitad del siglo XX. Gorvachov, con su Perestroika, no hizo más que reconocer de manera oficial la miseria y la ruina que una economía basada en la planificación autoritaria estatal había producido en esos países.

El desarrollo de la electrónica y de la informática en los países del Este era rudimentaria y dependiente de las migajas que les caían del bloque occidental. Hasta la carrera espacial de los Sputnik se controlaba desde tierra con ordenadores de IBM. Para la filosofía materialista del marxismo el desarrollo de las tecnologías de la información favorecía el capricho burgués al permitir la producción variada de productos.

La ortodoxia socialista debía conducir a una tecnología óptima para la producción de productos todos iguales; efectivamente, los tornos automáticos rusos, gozaron de merecido prestigio, pero no obtenían ni provocaban en los mercados internacionales los valores añadidos que sí provocaban los ordenadores americanos ó japoneses. Al final, una sociedad sin libertad y sin Dios, con la excusa de «pan para todos» y, además, sumida en el hambre y la miseria.
La ideología socialista también, en un proceso paralelo, tuvo que renunciar al marxismo y convertirse en la socialdemocracia para competir con los liberales y alternarse con ellos en ser fieles administradores políticos de los intereses del gran y único señor, el imperialismo transnacional de las multinacionales, dueños y gestores de las nuevas tecnologías de la Información. Las democracias burguesas en las que ciudadanos-consumidores sólo somos ciudadanos-políticos de vez en cuando al depositar el voto, (democracias como la americana… y como la nuestra), son el mecanismo jurídico-político que garantiza esta alternancia.

Pero esta derrota de la economía socialista ni representa el final de la historia, ni significa victoria alguna del Capitalismo. Los grandes problemas de la economía mundial no solo no se han resuelto sino que se han agravado. Si hace cuatro décadas los desnutridos del mundo apenas sobrepasaban el cincuenta por ciento de la población mundial, con una producción de alimentos adecuada al cien por cien, hoy con una producción de alimentos del ciento cincuenta por ciento de los necesarios para todo el planeta, los desnutridos pasan del 75% de las personas.
En parecidas proporciones han aumentado los enfermos, los analfabetos, los sin techo, los niños de la calle, los esclavos, los abortos… Incluso en los países desarrollados es galopante el incremento de enfermedades psíquicas, demencias seniles anticipadas, enfermedades del estrés, de la soledad, del aburrimiento, de la falta de afectividad… Si el objetivo de la economía liberal es garantizar la sociedad del estado del bienestar ¿cuáles son los indicadores de su triunfo?

Pero es que, incluso para el sostenimiento causal de esta economía boyante de las tecnologías punta, las sociedades occidentales han entontecido de tal manera a sus trabajadores y universitarios, que necesitan vitalmente de la inmigración de los países empobrecidos de mano de obra sin cualificar… y cualificada. Más de la mitad de los doctores que se forman en EE UU provienen del tercer mundo. El sesenta por ciento de los profesores de escuelas técnicas de grado medio de dicho país nacieron en los llamados países subdesarrollados. En España y en Europa la mejor garantía de las pensiones del mañana es la inmigración de hoy…

Lo cierto es que el principio ético de la prioridad del destino universal de los bienes sobre el derecho de propiedad privada tiene un fundamento mayor en la justicia distributiva que en la necesidad de misericordia y de caridad con el necesitado. El progreso tecnológico es patrimonio de toda la humanidad y hoy día está capacitado para la erradicación más o menos rápida de todas las lacras que hemos padecido secularmente por limitaciones de los recursos de que disponíamos. La miseria, el hambre, la enfermedad son fruto hay día fundamentalmente del egoísmo y de la rapiña, individual y colectiva, personal e institucional, de una parte pequeña de la humanidad, de la que formamos parte, frente a la gran mayoría de los pueblos empobrecidos.

Pero una humanidad así no tiene salida, y la historia humana tiene que tener sentido. El reconocimiento de los derechos humanos, sin el reconocimiento de que esos derechos no terminan en el individuo sino que su principal fundamento es el que las personas podamos cumplir nuestros deberes de servir a los demás, no es suficiente y, de hecho, fundamenta una economía individualista y egoísta.

El principal reto del tercer milenio es hacer realidad el principio del destino universal de los bienes del universo -que son inagotables- como consecuencia sobre todo del reconocimiento de la justicia distributiva. Una Justicia que reconozca a todos los engendrados los derechos y deberes suficientes para el desarrollo de sus capacidades; una Justicia vertebradora de una estructura social que les permitan ser protagonista de la vida personal y colectiva… Eso sí, el que no quiera trabajar que no coma.

Alfonso Gago
Lahorade.com