Está claro, sin embargo, que en los siglos XVIII y XIX hubo una permanente actividad de las sectas masónicas contra la Iglesia Católica. En algunos países como Inglaterra y Francia, los testimonios históricos resultan abrumadores. Ahora, en España, tras la victoria mediática de Zapatero en las elecciones teñidas por la sangre del 11-M, el nuevo Gobierno ha desencadenado una persecución contra la Iglesia Católica sin precedentes en la democracia española y que tiene un cierto tufillo masónico, al estilo de hace dos o tres siglos
Luis María ANSON de la Real Academia Española
Fuente: La Razón 9 de octubre de 2004
Siempre he sido escéptico sobre las etiquetas masónicas. Franco decía que Pedro Sainz Rodríguez, especializado en literatura mística cristiana, era un masón y le llamaba el «hermano tertuliano». «Será porque me gustan mucho las tertulias», se cachondeaba el sabio profesor. Un tal Maurizio Carlavilla deslizó en un libro que Don Juan, que hacía de monaguillo en las misas de la iglesia de Estoril, era masón. La obsesión judeo-masónica producía carcajadas en mi generación. No he conocido a ningún masón hasta que hace unos años me dijeron que un banquero de tristes destinos lo era.
Está claro, sin embargo, que en los siglos XVIII y XIX hubo una permanente actividad de las sectas masónicas contra la Iglesia Católica. En algunos países como Inglaterra y Francia, los testimonios históricos resultan abrumadores. Ahora, en España, tras la victoria mediática de Zapatero en las elecciones teñidas por la sangre del 11-M, el nuevo Gobierno ha desencadenado una persecución contra la Iglesia Católica sin precedentes en la democracia española y que tiene un cierto tufillo masónico, al estilo de hace dos o tres siglos. Los matrimonios homosexuales, la adopción de niños por los gays, el divorcio exprés, el aborto libre, la eutanasia en ciernes, la protección absurda a otras religiones incompatibles con los derechos humanos y nuestra Constitución, la incesante propaganda antirreligiosa en los medios de comunicación públicos, las campañas de descrédito contra algunos obispos, las terminales anticatólicas activadas en los más varios sitios, la liquidación del estudio de la religión en las escuelas y otras muchas medidas tienen a la jerarquía perpleja en un país de abrumadora mayoría católica, donde el Papa moviliza a millones de ciudadanos cuando viene a España y las manifestaciones religiosas, sobre todo en Semana Santa y Navidad, están tan vivas como siempre. El Gobierno socialista, en fin, medita ahora cómo suprimir la financiación pública que recibe la Iglesia y, sobre todo, cómo liquidar la enseñanza concertada para escabechar a los colegios religiosos. No sabe bien Zapatero que ni siquiera el tufillo masónico va a servir para enmascarar tanta tropelía, tanto sectarismo contra los católicos.