Crisis moral y social

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Ante las dificultades económicas y sociales de tantas familias y víctimas de la crisis, los obispos españoles han querido transmitir una palabra de aliento y de esperanza por medio de una Declaración tras la última Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal.

En el texto podemos leer nada más comenzar que «la crisis económica que vivimos tiene que ser abordada, principalmente, desde sus causas y víctimas, y desde un juicio moral que nos permita encontrar el camino adecuado para su solución». Las causas de la grave situación en la que nos encontramos tienen su origen en «la pérdida de valores morales, la falta de honradez, la codicia, que es la raíz de todos los males, y la carencia de control de las estructuras financieras, potenciada por la economía globalizada».


Es especialmente significativa la incidencia de la crisis en algunos sectores de la sociedad. En primer lugar en las familias, sobre todo en las familias numerosas y jóvenes; a este respecto se denuncia en la Declaración la escasa protección social de la familia y las políticas antinatalistas que son perniciosas para la sociedad y que tendrán efectos económicos perjudiciales para las generaciones futuras. También son víctimas de esta crisis los pequeños y medianos empresarios, así como los agricultores y ganaderos, que viven en una angustiosa situación económica.


Otro sector es la población emigrante procedente la mayoría de países empobrecidos, que colaboraron y colaboran, con su trabajo y con sus servicios, a nuestro desarrollo y bienestar, y a quienes ahora no podemos abandonar a su suerte. Por último aquellos que ya vivían antes en la miseria han visto agravada su situación. Ante este escenario de la sociedad los obispos formulan una pregunta «¿qué hombre queremos promover con el estilo social que estamos procurando?». La respuesta es obvia y estamos sufriendo las consecuencias en nuestra carne. La Iglesia cree que «el desarrollo es imposible sin hombres rectos, sin operadores económicos, y hombres políticos que vivan fuertemente en su conciencia la llamada al bien común» (Caritas in Veritate, 71). El espectáculo cotidiano de millones de seres humanos que sufren debe tocar nuestro corazón de creyente y nos debe empujar en nuestro interior a aliviar la miseria y sobre todo sus causas. Los obispos ven urgente y solicitan una respuesta inmediata en la que se impulse «un nuevo dinamismo laboral que nos comprometa a todos a favor de un trabajo decente que sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer» y, en particular, se exige «un trato humano y solidario con los emigrantes, pues la recién aprobada Ley de Extranjería restringe los derechos que afectan decisivamente a su dignidad como personas». El texto de la Declaración finaliza animando a comprometernos. En concreto a luchar por un desarrollo integral, que requiere una renovación ética de la vida social y económica que tenga en cuenta el derecho a la vida puesto que «la apertura a la vida está en el centro del verdadero desarrollo». Se pide renovar, como Iglesia, el compromiso con los pobres que en un mundo globalizado sufren la peor parte de la crisis. En este sentido, la Declaración explicita la necesidad de tomar conciencia del sufrimiento de nuestros hermanos más afectados por la crisis, no sólo en nuestro país sino también en el resto del mundo, y de mostrar con ellos un compromiso solidario. Se urge a discernir sobre las decisiones de gasto y a fomentar la responsabilidad hacia el bien común.

La Iglesia asume así el compromiso de compartir hasta lo necesario con el fin de que las víctimas de esta situación puedan salir de la misma, y solicita que el resto de la sociedad haga lo mismo.