Marguérite Barankitse (Parte 2)

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Lo que voy a decir viene del fondo de mi corazón. Tengo tres mensajes.

El primero va dirigido a los misioneros que habéis dado vuestra vida por África. Es una palabra de gratitud. Si estoy aquí es gracias a vosotros. Habéis dado la vida para anunciar la Buena Nueva del amor. No tengáis miedo, no penséis que porque envejecéis, África y la palabra que habéis sembrado envejecerán. Gracias de todo corazón por haber dado vuestra vida por África. Estoy segura de que dará frutos. No os amarguéis al ver Congo en guerra, Chad, Ruanda, Burundi, Uganda en conflicto. No, Dios que es amor, está allí porque vosotros habéis sembrado el amor.

El segundo mensaje es para vosotros, pueblo español. No reneguéis de vuestra identidad cristiana. Si perdéis este sentido de Dios, perderéis vuestra identidad. El cristianismo es la identidad de Europa y de ello os debéis sentir orgullosos. Gracias por haber enviado a vuestros hijos para transmitirnos el mensaje de Cristo a África. También nosotros estamos orgullosos de vosotros. No os podemos olvidar, sois nuestros hermanos y seremos hijas e hijos orgullosos y dignos de este mensaje que nos habéis transmitido. Vendremos a celebrar el amor a vuestra casa porque todo pasa, menos Dios. Confiad en Él.

El tercer mensaje es para vosotros, mis hermanas y hermanos africanos. África no está perdida. Estad orgullosos de este continente, que acogió a Jesús cuando tuvo que huir. José y María llevaron al niño Jesús a África, a Egipto. Contamos con vosotros, intelectuales africanos. No olvidéis que este continente espera a los médicos, las enfermeras, los profesores universitarios. Volved hermanos, volved hermanas. África es nuestra madre, y cuando una madre está enferma, necesita el apoyo de sus hijos. Gracias por celebrar esta Misa para decir: “Aleluya, la vida es una fiesta”. Disfrutemos de esta vida y rompamos el silencio de la indiferencia.

Injusticia social

El racismo está en el corazón de cada persona. Muchas veces las diferencias son fuente de conflicto. Yo no estoy dentro del corazón de todos los burundeses, pero con mis niños en la Maison Shalom sí que puedo decir que van juntos a la misma escuela y hay un mismo sentir.

El conflicto no fue étnico sino de injusticia social. Ahora el problema es político. El partido en el poder se niega a dar espacio a los otros. Es una cuestión de educación. Yo no soy política, pero puedo deciros, como mujer que ha recibido una educación cristiana, que es estúpido no ver en el otro a un semejante y odiarle simplemente por su etnia.

Cuando voy a Bruselas, los congoleños me dicen que soy tutsi y yo les contesto inmediatamente: “Alto, no he venido a atacar a vuestro país. Dejadme tranquila. No quiero oír la misma cantinela”. Lo que hay que ver en el otro es a un ser humano y crear entre todos un paraíso en este mundo.

Casa Shalom

Cuando Dios no está en nuestra vida, la vida deja de ser una fiesta. Pero si en la vida hay Dios, festejamos siempre la resurrección. Yo vivo en medio de sufrimientos terribles, tengo niños sin manos, sin ojos, niños que fueron violados, niños soldados, enfermos de sida. Podéis daros cuenta de que si no creyera en la resurrección habría sido la mujer más criminal del mundo. Pero Dios me ha impedido estar amargada.

He tenido momentos de desánimo. En 1996 mataron a mucha gente y yo enterré a 55 personas en una fosa común. Vi a niños con la boca destrozada por la explosión de una granada. Dije: “No, Señor, no es cierto. Si eres un Dios amor, ¿por qué me castigas?”. Perdí la voz, durante un mes no podía hablar.

Me retiré a un convento de carmelitas polacas, donde estuve un mes pidiendo a Dios que me diera mucha fuerza. Así fue como fundé la Casa Shalom, que significa Paz, para decir no al odio fratricida, no a la muerte, y sí a la vida y al amor.

Fe y educación

Algunos niños llegan con muchas heridas y tardan mucho tiempo en confiar en los adultos. Los hay que no tienen el valor de ir hasta el final, que abandonan la escuela porque están cansados. Vivir en Burundi exige tener mucha fe, mucho valor y esto cansa. La guerra ha destruido todos los valores de compasión.

Es difícil tener esperanza para los jóvenes. Todos ellos se preguntan dónde van a encontrar un trabajo, cómo van a vivir dignamente. Debéis entender que estáis frente a una loca a la que nada detiene. Porque sé que se puede cambiar esta mala situación en otra más digna. Hay suficiente fuerza en nuestro corazón, pero hace falta mucha fe y educación.

He tenido la suerte de nacer en una familia que me llevó a la escuela cuando era niña. Pero he acogido a niños soldados que sólo sabían matar. Es demasiado trabajo. Una vez que estuve en la Comisión Europea, en Bruselas, propuse que los ancianos europeos fueran a África para que nuestros niños tengan abuelos, y que los jóvenes africanos vengan a Europa, que está envejecida.

Conversión del corazón

Sólo se puede dar lo que se tiene. Hay mucha gente que llega a nuestro país y les pregunto a qué han venido. No tienen idea de la dignidad del que vive en la pobreza. Si vamos al país de alguien sin considerarlo nuestro hermano, igual que nosotros, entonces vamos a humillarlo.

Una vez me peleé con una ONG. Cuando hay guerra, vemos a mucha gente huyendo de los combates. Pero algunos tratan a las personas que huyen como ganado, no como seres humanos. Un día pedí a esta ONG que se marchara. Y me preguntaron que quién me había dado el permiso para detener su trabajo. Contesté: “Dios”. Porque estos hermanos no podían dormir debajo de las lonas que desprenden muchísimo calor de día y por la noche no protegen del frío. Sudan durante el día y tiritan por la noche. Luego, enferman. Si no hay amor en todo lo que hacemos, estaremos cometiendo actos terroristas. Sin otra opción, esta gente acepta con resignación esta ayuda.

También me enfadé con una congregación religiosa por un orfanato. Había 30 niños y, sin embargo, el dinero para la construcción se elevaba a 600.000 euros. Entonces pregunté a las religiosas: “¿El dinero es para el orfanato u os servís de él para construir la capilla, el convento y tener coche?”. Si se coge ese dinero y se da a las familias, se va a impedir la miseria que ha hecho que esos niños se conviertan en huérfanos.

Es la misma pelea que tengo con Unicef. Ví todas las fotos que tenían en los pasillos: “Primero, los niños”. Y yo les dije: “¿Aquí, en esta casa, vosotros veis que los niños son los primeros?”. ¿Sabéis cuál es el sueldo de un funcionario de Unicef en un país en guerra? No os lo puedo decir porque, entonces, ya no daríais más donativos. Muchas veces tomamos la miseria de nuestros hermanos y, al final, se convierte en un negocio, en un comercio.

Hace falta una conversión del corazón, pero es difícil, incluso para mí, lo confieso. Cada día es preciso golpearse el pecho y decir al Señor: “Ayúdame y muéstrame lo que hay que hacer, pues no es fácil”. Podríamos hacer un paraíso si nos convirtiéramos todos los días. Nadie nos ha pedido que llevemos el mundo entero sobre nuestra cabeza.