La conclusión a la que llegó la Conferencia Europea sobre Desarrollo reunida en París fue demoledora. El mundo se encamina hacia una hecatombe social por el empobrecimiento acelerado en el que están cayendo crecientes masas de población mundial; de ésta el corolario es doble: reconocido fracaso de las medidas hasta ahora aplicadas y tremenda dificultad para diseñar otras que reviertan esa situación. Cifras en París se han dado muchas, pero hay una que se deduce de éstas y que impacta por su violencia: dos de cada diez habitantes del planeta contarán hoy, por ejemplo, y por todo ingreso, con la cantidad que en España debe pagarse por un café cortado en la mayoría de las cafeterías nacionales.
Las preguntas, tras leer y releer las estadísticas e intervenciones habidas en la conferencia son: ¿por qué se ha llegado a esta situación? y ¿puede, realmente, hacerse algo para invertir la tendencia hacia esa en apariencia imparable miserización?
Las distintas explicaciones que a lo largo de los años- fundamentalmente desde el fin de la Primera Guerra Mundial- se han dado para explicar el empobrecimiento han recurrido a una -o varias- de tres principales líneas de análisis: 1)carencias étnico-culturales de las zonas/países pobres/subdesarrolados que les impedía/impide abandonar su estado de postración económica y social, 2) actitudes colonialistas e imperialistas que los países enriquecidos fueron desarrollando desde el siglo XVI y 3) las propias características del sistema capitalista que dificultan e imposibilitan el crecimiento y desarrollo a partir de que la evolución económica y social ha traspasado un punto que para esos países y esas zonas se convierte en «de no retorno».
Distribución de renta
Hay un aspecto que no debe pasarse por alto y que condiciona cualquier aproximación que a la pobreza quiera efectuarse: la distribución de la renta en nuestro planeta no ha cesado de empeorar desde que el proceso de descolonización fue puesto en marcha.
A nivel mundial la relación de riqueza entre ricos y pobres que en 1913 era de 11/1, pasó a ser de 72/1 en 1992; más en detalle, la relación del 20% más rico de la población mundial que en 1960 era de 30 veces la del 20% más pobre, pasó a ser 61 veces en 1995 y 74 en 1999.
Cierto es que durante la Guerra Fría e incluso posteriormente se produjeron conflictos armados y desastres naturales que han influido en la degradación de las condiciones de vida de amplios sectores de la población mundial, pero, incluso intuitivamente y atendiendo a su localización, no parecen ser éstos los únicos culpables de la evolución creciente de la pobreza y miseria mundiales
En el sistema capitalista la renta personal es consecuencia de dos factores fundamentales: el valor generado por cada individuo y las rentas directas e indirectas propiciadas por los Estados; además, la distribución de la renta mundial es, en gran medida, reflejo de la distribución de las rentas nacionales y/o zonales. Por otro lado, las distribuciones de las rentas zonales y mundial se ven afectadas por las políticas macroeconómicas de los estados y, muy en particular, por las de los Estados más económicamente potentes así como por las orientaciones de las instituciones económicas internacionales.
Desde la Segunda Guerra Mundial las posibilidades de crecimiento se fueron orientando hacia el protagonismo de un «modo de hacer 1as cosas» que fue primando la renta personal creciente y basando el crecimiento en el consumo. Debido a esto, las posibilidades de los países pobres crecieron: cada vez eran necesarias más materias primas y más de los productos por ellos obtenidos, pero decrecieron en tanto en cuanto los bienes de capital precisos para obtener los bienes de consumo se fueron sofisticando y disminuyendo, proporcionalmente, la cantidad de «bienes no de capital» necesarios.
La crisis de la energía puso en marcha un nuevo proceso que se fue acelerando en el período 1973 -1996. La importancia de los «bienes no de capital» fue reduciéndose a medida que la base del crecimiento se fue desplazando hacia la cantidad de producción obtenida por unidad de factor productivo, lo que hizo que los elementos que propiciaban crecimientos continuados de la productividad obtuvieran remuneraciones crecientemente despegadas del resto de remuneraciones. A medida que la oferta pasó a desempeñar el papel central de la economía fue menos necesario buscar elementos compesatorios que elevaran las rentas- nacionales y mundial- más bajas a fin de dinamizar la producción. La oferta comenzó a volver a crear su demanda: aquella que le reportaba un mayor margen, y prescindiendo de demandas menos rentables a medida que compensaba su desaparición con costes decrecientes.
Incremento
La Nueva Economía no ha hecho más que acelerar la situación antes descrita a la vez que ha introducido un elemento nuevo; se busca el incremento continuado de la productividad a la vez que la reducción continuada de costes pero juntamente con el incremento de la cuota de mercado y todo ello en gran medida en y como consecuencia de un escenario de disminución del tamaño del papel de los Estados.
Desde 1996 las TICs están posibilitando, por un lado un abaratamiento -en sentido total- de la producción y, a la vez, la disminución acelerada de la necesidad de los «bienes no de capital», tanto de su peso en los productos acabados como de la cantidad que de ellos se precisan.
Los países empobrecidos del mundo han ido viendo como su importancia y su peso en la economía mundial decrecía, es decir, como disminuía la necesidad que de ellos tenían los «países enriquecidos».
En otras palabras, las producciones, las habilidades y los conocimientos de los pobres son cada vez menos necesarios para generar la renta mundial porque el valor, tal y como el sistema lo mide, que esos pobres son capaces de generar es menor, por lo que su remuneración porcentual también lo es: junto a esto, las posibles compensaciones -ayudas- que podrían corregir esa situación tienden al decrecimiento relativo, en base a la búsqueda acelerada de la eficiencia por parte del sistema.
Por todo lo dicho, no es exagerado pensar que, en términos humanísticos, el mundo empobrecido se dirige aceleradamente hacia una hecatombe (si es que, de hecho, no ha llegado ya a ella).
– Las guerras y los conflictos internos ocurridos en el decenio de 1990 obligaron a 50 millones de personas a abandonar sus hogares.
– Cien millones de niños viven o trabajan en la calle.
– Casi 18 millones de personas mueren cada año de enfermedades transmisibles.
– Unos 1.200 millones de personas sobreviven cada día con menos de un dólar.
– Hay más de diez millones de refugiados y cinco millones de personas desplazadas.
– Cada año hay en el mundo 40 millones de nacimientos que no se inscriben.
– Entre 85 y 115 millones de niñas y mujeres han sido sometidas a alguna forma de mutilación genital.
– Más de 30.000 niños mueren diariamente a causa de enfermedades que en su mayoría podrían evitarse.
– La riqueza combinada de las 200 personas más ricas del mundo ascendió a un billón de dólares en 1999, diez veces más que la suma de los ingresos de 582 millones de habitantes de los 43 países menos desarrollados. Un gran reparto de riquezas.
– Los conflictos armados infligieron lesiones a más de seis millones de personas en el decenio de 1990.
– A nivel mundial, las mujeres ocupan el 14 por ciento de los escaños parlamentarios.
– Hay unos 500 millones de armas pequeñas en circulación en todo el mundo.
– En 1998 los 48 países menos desarrollados del planeta atrajeron un nivel de inversión extranjera directa inferior al 0,4 por ciento del total. Menos de 21 billones de pesetas.
– Los servicios básicos en todo el mundo supondrían 7 billones de pesetas al año.
SIGUE CRECIENDO EL ABISMO NORTE-SUR
El número de pobres se ha multiplicado por 20 en Europa del Este y la ex URSS
Según el último informe dado a conocer por el Banco Mundial, correspondiente al año 2000-2001, «en un momento de riqueza sin precedentes para muchos países», la brecha entre los 20 países más ricos y los 20 países más pobres se ha multiplicado por dos en los últimos 40 años, siendo la proporción 37 a 1 entre unos y otros.
De él se deriva una definición de la pobreza tremendamente elocuente no por ser, sin embargo, ampliamente conocida: «ser pobre es tener hambre, carecer de cobijo y ropa, estar enfermo y no ser atendido, ser iletrado y no recibir formación; además supone gran vulnerabilidad ante las adversidades y a menudo (¿no será siempre?) padecer mal trato y exclusión de las instituciones», es decir, carecer de todos los recursos que se consideran básicos a los que debe hacer frente toda organización económica por definición. El informe apunta que esta miseria crece al tiempo que crece también la riqueza mundial, las conexiones internacionales y la capacidad tecnológica. Iberoamérica y el Caribe, con un crecimiento de los pobres en torno a un 20%, Europa del Este y la antigua URSS, que han multiplicado por 20 el número de pobres, y Africa Subsahariana, especialmente maltrecha, son las regiones del mundo donde crece más significativamente la miseria, sufriendo débiles retrocesos, en términos macroeconómicos, en el este de Asia, en el Magreb y en Oriente Próximo.
No deja de ser una hipocresía, digna del que tiene que justificar un indigno papel, llamar avance contra la miseria al descenso de un 28% a un 24% el número de los que en el mundo sobreviven (¿) con menos de un dolar al día, o inducirnos a definir esa pobreza con el dato de los que ingresan menos de dos dólares diarios. ¿Los que ingresan tres, cuatro, cinco, seis, siete, … dólares al día -aun sin tener en cuenta el precio de la cesta de la compra en cada lugar- no deben contabilizarse como tales teniendo una renta per cápita que no llega a las 6.000 de promedio que tienen todos los habitantes del mundo, y mucho menos a las 9.000 ó 10.000 que consideramos básica «los satisfechos»? Y no deja de ser de un cinismo superlativo pretender que los que han organizado la economía para aumentar el lucro vayan a ser los protagonistas de «los cambios institucionales y sociales», que junto «al crecimiento económico» serían necesarios para «reducirla a la mitad en el año 2015» según las propuestas realizadas por el propio Banco Mundial, objeto actual de una campaña de lavado de imagen que a todos los luchadores por la justicia nos tiene que hacer pensar.