En 100 días, perdieron la vida más de un millón de personas. Desde las primeras noticias de los sangrientos enfrentamientos de Ruanda, se elevó la voz de Juan Pablo II exhortando con fuerza a la reconciliación y a la paz. El mismo 9 de abril de 1994, en un mensaje a la comunidad católica ruandesa el Papa suplicaba «no ceder a sentimientos de odio y de venganza, sino practicar valientemente el diálogo y el perdón».
KIGALI, martes, 6 abril 2004 (ZENIT.org).- Diez años después del estallido del conflicto que acabó en Ruanda con la vida de más de un millón de personas en tan sólo 100 días, avanza la reconciliación en el país africano, un proceso en el también la Iglesia manifiesta activamente su compromiso día a día.
En la capital, Kigali, el domingo pasado comenzó una semana de conmemoraciones oficiales en memoria de aquellos días de violencia.
El padre Domenique Karekezi, de la oficina de Comunicaciones Sociales de la Conferencia Episcopal de Ruanda puntualizó a «Fides» el lunes pasado que «del análisis de los últimos censos, son más de un millón las personas asesinadas en sólo tres meses de masacres», si bien «se esperan más verificaciones que podrían elevar esta cifra».
El 6 de abril de 1994, un misil tierra-aire derribó del cielo de Kigali el avión en el que viajaban el presidente de Ruanda, Juvénal Habyarimana, de etnia hutu, y el de Burundi, Cyprien Ntaryamira, dando inicio a una serie de masacres sin precedentes.
Murieron muchísimas personas de la minoría tutsi, pero también hutus que se oponían al régimen existente. Los enfrentamientos se propagaron por los países limítrofes dando origen a una década de gran inestabilidad en toda la región de los Grandes Lagos.
A los terribles asesinatos de manos de los soldados y milicianos del entonces jefe de Estado Habyarimana, se sumaron otros tantos crímenes de los liberadores del «Frente Patriótico Ruandés» (FPR). La guerra terminó el verano de 1994 con la victoria del FPR, que estableció un gobierno de unidad nacional.
«Miles de personas están aún detenidas en espera de juicio, pero muchos miles ya han tenido su sentencia –explica el padre Karekezi, también director del periódico católico Kinyamateka–. Muchos fueron puestos en libertad al ser juzgados inocentes, o por falta de pruebas; otros porque admitieron sus culpas y pidieron perdón a la comunidad. Otros en cambio fueron hallados culpables y están cumpliendo su condena»,.
El gobierno ruandés decidió formar 11 mil tribunales tradicionales para hacer frente al elevado número de detenidos –actualmente unos 115.000— acusados de haber tomado parte en las masacres de 1994. En octubre de 2001 se eligieron por aclamación popular los jurados.
Del activo compromiso de la Iglesia en el proceso de reconciliación del país es ejemplo el encuentro internacional celebrado en Ruanda –29-31 de marzo pasado— para reflexionar sobre la situación de la región a los diez años del genocidio.
«En el encuentro participaron todos los obispos de Ruanda, sacerdotes, religiosos y religiosas, y numerosos laicos», así como «delegaciones de los países vecinos, Burundi y Tanzania en particular», explica el padre Karekezi.
La cita ha sido una iniciativa más «de la Iglesia católica a favor de la reconciliación y pacificación del país». Y es que «inmediatamente después del genocidio, de hecho, los obispos ruandeses promovieron sínodos de reconciliación en todas las diócesis y en todas las parroquias de Ruanda, y así durante varios años», recuerda.
«En la base de la reflexión comunitaria está el mensaje evangélico de la paz y de perdón –añade–. El Gran Jubileo del 2000 se vivió en la Iglesia en Ruanda en clave de reconciliación y de búsqueda de la paz», subraya el padre Domenique Karekezi.
Entre las actividades promovidas por la Iglesia católica, también se realizan encuentros entre las mujeres que perdieron a sus maridos en las masacres y aquellas cuyos maridos están en la cárcel bajo acusación de contarse entre los atacantes.
Desde las primeras noticias de los sangrientos enfrentamientos de Ruanda, se elevó la voz de Juan Pablo II exhortando con fuerza a la reconciliación y a la paz. El mismo 9 de abril de 1994, en un mensaje a la comunidad católica ruandesa el Papa suplicaba «no ceder a sentimientos de odio y de venganza, sino practicar valientemente el diálogo y el perdón».
El 23 de junio de 1994, el Santo Padre envió al país africano al cardenal Roger Etchegaray, entonces presidente de los Consejos Pontificios Justicia y Paz, y Cor Unum, en una misión de solidaridad y de paz. El purpurado visitó las diócesis más castigadas, los lugares del asesinato de los obispos y mantuvo encuentros con el presidente interino de la república y el líder del FPR.
«He venido entre vosotros en nombre del Papa Juan Pablo II para confortar a una Iglesia debilitada, disgregada, decapitada por el asesinato de tres obispos, de numerosos sacerdotes, religiosos, religiosas…», expresaba el cardenal Etchegaray en un mensaje a ambos líderes.
«Un día constataréis la exactitud de la palabra que hace vivir a la Iglesia de siglo en siglo: “la sangre de los mártires es semilla de cristianos” –proseguía–. Pueblo ruandés, estás llamado por Dios a comenzar una nueva página de tu historia, escrita por todos tus hermanos resplandecientes de perdón recíproco».
En efecto, en 1994 la Iglesia en Ruanda también pagó un elevado precio de sangre con la muerte de 248 personas, según datos de «Fides»: 3 obispos, 103 sacerdotes, 47 religiosos, 65 religiosas y 30 laicos consagrados. A estos hay que sumar quince fallecidos por la falta de tratamiento adecuado y los desaparecidos.