Defensa integral de la vida humana y su dignidad

1893

por Carlos Llarandi Arroyo

Miembro de Profesionales por el Bien Común y militante del Movimiento Cultural Cristiano

En unos días, el 26 de junio, se va a celebrar una manifestación en Madrid bajo el lema “En defensa de la vida y la verdad. Basta ya de leyes contra la verdad y la naturaleza humana”.  Es una manifestación muy importante porque es cierto que el actual gobierno de España y todos los partidos que lo apoyan están siguiendo a rajatabla todas las directrices antihumanistas que la agenda neocapitalista mundial les exige como precio de su estancia en el poder. También es cierto que cuando los partidos que están en la oposición llegan al poder no suelen cambiar ni una coma.

Es sin duda una tragedia, ya secularmente consolidada, que la sensibilidad socialista o de izquierdas en general se identifiqué con el aborto, la eutanasia, la eugenesia o la ideología de género y todo un conjunto de leyes impuestas por la estrategia de control de población que siempre intentó e intenta imponer el capitalismo desde sus orígenes malthusianos y eugenésicos.

La tragedia humanitaria se agudiza porque además estos atentados contra la vida humana y su dignidad, auténticos genocidios, son presentados como “derechos humanos” conformando una cultura de muerte, una cultura contra la solidaridad en la que están siendo educadas las nuevas generaciones. Estas verán con normalidad que las personas enfermas, viejas, no productivas, débiles o simplemente pobres en vez de ser acogidas y cuidadas con amor y respeto sean literalmente liquidadas incluso con el consentimiento de ellas mismas. Al mismo tiempo, los pocos niños que nazcan serán diseñados total o parcialmente y producidos por la moderna biomedicina al precio de la vida de unos embriones, también personas humanas, que habrán servido como cobayas. Finalmente tenemos que preguntarnos, ¿Quién y cómo se acogerá a estos niños de laboratorio o gestados en vientres de alquiler?

Volviendo al campo específicamente ideológico, cuando hablamos de la “izquierda” hay que precisar un poco. El comunismo, con sus cien millones de muertos a la espalda, es uno de los totalitarismos clásicos que todavía no ha sido juzgado en los términos que merece. Lamentablemente mantiene una aureola de bondad con la que se justifican y silencian la mayoría de sus crímenes. Sin embargo, tanto histórica como doctrinalmente, el comunismo ha sido un capitalismo de estado, totalitario, fracasado en su modelo soviético pero que ha alcanzado un éxito evolutivo muy importante en el modelo chino actual. En definitiva, el comunismo nunca fue una alternativa al capitalismo ya que es un modelo particular de capitalismo que como tal explota y domina al ser humano.

Por otro lado, en las sociedades liberales, desde hace décadas lo que tradicionalmente se identificaba con la “izquierda” (socialdemocracia, eurocomunismo, verdes,…) no es ninguna alternativa al capitalismo, más bien todo lo contrario. Es un socio ideológico privilegiado que el capitalismo postindustrial ha fusionado con el neoliberalismo nihilista en la llamada posmodernidad hasta conseguir una estructura ideológica híbrida que combina un discurso pseudo progresista con el materialismo y el individualismo narcisista propio de la sociedad de opulencia digital. Es un engendro, una quimera político-genética que actúa muy eficazmente como instrumento para imponer la biopolítica que el capitalismo necesita. Se trata, como ya hemos dicho, de eliminar a los descartables, que diría el Papa Francisco, antes y después de nacer, con el mayor consenso posible de las propias víctimas, que en definitiva somos todos. Pero, además, la llamada genéricamente “izquierda” lo hace camuflando su impotencia económico social con reformas maquilladoras del amo capitalista que la sostiene en el pesebre. Lamentablemente la izquierda se ha convertido en un zombi, un cuerpo sin alma.

Sin embargo, hay otra tragedia oculta o muy poco visible que anula casi completamente una vez más la eficacia social y cultural de la manifestación que se nos propone. Desde el punto de vista institucional que es desde donde se hace esta reflexión, la defensa de la vida humana y su dignidad no puede reducirse a la vida naciente y terminal, ni la cultura de muerte reducirse a la ideología de género. El neocapitalismo es un sistema integral que lo abarca todo y la defensa de la vida humana debe ser también integral, es decir, debemos luchar por la vida y dignidad de todos los seres humanos y de todo el ser humano, de todas sus dimensiones. Como nos recordaba Benedicto XVI:

Después de las experiencias de los regímenes totalitarios, del modo brutal en que han pisoteado a los hombres, humillado, avasallado, golpeado a los débiles , comprendemos también de nuevo a los que tienen hambre y sed de justicia

Después de las experiencias de los regímenes totalitarios, del modo brutal en que han pisoteado a los hombres, humillado, avasallado, golpeado a los débiles, comprendemos también de nuevo a los que tienen hambre y sed de justicia; redescubrimos el alma de los afligidos y su derecho a ser consolados. Ante el abuso del poder económico, de las crueldades del capitalismo que degrada al hombre a la categoría de mercancía, hemos comenzado a comprender mejor el peligro que supone la riqueza y entendemos de manera nueva lo que Jesús quería decir al prevenirnos ante ella, ante el dios Mammon que destruye al hombre, estrangulando despiadadamente con sus manos a una gran parte del mundo.

Jesús de Nazaret, p 127

Lamentablemente está manifestación “provida” de nuevo olvida a sectores enteros de seres humanos condenados a vivir en el infierno. Y por ello, de nuevo se va a identificar el catolicismo, por lo menos en España y en Europa, con una doctrina burguesa de clases acomodadas. Una verdadera tragedia.

Esta importante y necesaria manifestación no debería olvidar a los inmigrantes empobrecidos sometidos a leyes biopolíticas como la de extranjería, ley inicua donde las haya y que muchos católicos apoyan. A diez minutos en coche del centro de Madrid está el Centro de Internamiento de Extranjeros de Carabanchel un auténtico campo de concentración donde se violan los más elementales derechos. Un amigo africano me contaba que los cincuenta días que pasó en el CIE fueron los peores de su vida. Ni el hambre y la guerra en su país, ni el viaje a España, ni su estancia en la cárcel se podía comparar con aquel infierno.

Esta importante y necesaria manifestación no debería olvidar la esclavitud sexual que hay en las calles de los barrios más pobres de nuestro país donde miles de mujeres, algunas niñas, inmigrantes empobrecidas la inmensa mayoría, están literalmente abandonadas y violadas en las fauces de las mafias y de los depredadores sexuales.

Esta importante y necesaria manifestación no debería olvidar a los millones de desempleados, de trabajadores precarios, a los trabajadores pobres, muchos jóvenes que se juegan la vida por las calles y que no pueden formar una familia y un hogar porque las leyes laborales en España están hechas para explotar al trabajador veinticuatro horas al día durante siete días a la semana en favor del capital.

Suma y sigue…

Cuando asistí a la presentación de NEOS en mi ciudad, después de una exposición brillante de D. Jaime Mayor Oreja sobre el proceso de descomposición moral de nuestra sociedad, en la que, en determinado momento, vinculó orgánicamente el catolicismo con la nación española y con la monarquía(planteamiento que no comparto en absoluto), una señora que se presentó como madre cristiana de nueve hijos le pregunto con gran respeto:

“Don Jaime después de escucharle atentamente (sobre la necesidad de una regeneración moral, política y cultural de España)le pregunto si de nuevo vamos a dejar a la izquierda la preocupación por los pobres y por los trabajadores. A mi me da una pena enorme –decía la señora con una voz apenas perceptible– como están sufriendo nuestros jóvenes”.

En mi opinión, Don Jaime sintió un mazazo brutal dado por una madre cristiana de nueve hijos con apenas un hilo de voz.

Con ello quiero decir que la defensa de la vida humana y su dignidad debe ser de todos los seres humanos sin excepción, en cualquiera de las fases de su vida, desde la concepción hasta la muerte natural y debe ser una defensa integral contra todos los atentados sin excluir ninguno. Eso sí sería una alternativa cultural y política.

Termino con un texto que recoge perfectamente este espíritu y con el que se podría encabezar una manifestación:

El respeto a la persona humana

Descendiendo a consecuencias prácticas de máxima urgencia, el Concilio inculca el respeto al hombre, de forma que cada uno, sin excepción de nadie, debe considerar al prójimo como otro yo, cuidando en primer lugar de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente, no sea que imitemos a aquel rico que se despreocupó por completo del pobre Lázaro.

Niños esclavos

En nuestra época principalmente urge la obligación de acercarnos a todos y de servirlos con eficacia cuando llegue el caso, ya se trate de ese anciano abandonado de todos, o de ese trabajador extranjero despreciado injustamente, o de ese desterrado, o de ese hijo ilegítimo que debe aguantar sin razón el pecado que él no cometió, o de ese hambriento que recrimina nuestra conciencia recordando la palabra del Señor: Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis. (Mt 25,40).

No sólo esto. Cuanto atenta contra la vida -homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado-; cuanto viola la integridad de la persona humana, como, por ejemplo, las mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos para dominar la mente ajena; cuanto ofende a la dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que reducen al operario al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona humana: todas estas prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes, degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador.

Gaudium et spes 27. Concilio Vaticano II