Hasta ahora vivíamos en un mundo complejo, presa de las pasiones humanas, de las ambigüedades del deseo. La experiencia nos tendía trampas que no siempre sabíamos evitar. Había que rehacer el camino varias veces, volver sobre nuestros pasos. Elaborar tácticas. Elucidar enigmas.
A partir de ahora el camino está señalizado. El imperio nos guía por los caminos de la vía digital. Nos informa de los recursos de los que disponemos.
Es a la vez el medio que nos resulta propio, el hábitat digital que nos construimos, el exoesqueleto que secretamos y el espacio de nuestras interacciones sociales: es ese espacio sin intimidad. Nos aconseja sobre las maneras de sentirse apreciado, sobre cómo ser populares; nos ofrece los formatos de nuestra exhibición. Conoce nuestros deseos, reconocibles por los datos que producen, la frecuencia de su emisión, su traducción estadística en la caja negra de los ordenadores, las estelas de cifras canalizadas y tratadas mediante algoritmos.
El imperio no se parece a ningún otro de la historia. Es un imperio sin súbditos ni poderes. Una soberanía anónima, como un Dios invisible y omnipresente. El hipercontrol que se despliega al margen de la esfera institucional -que era la de la política- se suma al ideal utópico de burocracia. Se ha apoderado del meollo del individuo…
El Palacio de los Sueños de Kadaré (ver nota al final), sus funcionarios y su universo de papeleo estaban sometidos a la pesadez de los procedimientos burocráticos. El Palacio de los Sueños seguía siendo humano en razón de sus mismos errores, de las imperfecciones de la máquina administrativa, de la avaricia de sus chupatintas inquietos por su poder y sus privilegios. El gran cálculo del Sueño esencial estaba minado por los pequeños cálculos del sultanato.
Y eso es lo que permite a cada Kadaré montar el relato de sus afrentas. Un relato tejido de intrigas. Una novela de formación sobre el poder. En el imperio de las GAFAM no hay relatos, ni contactos, ni concatenación, ni tensión narrativa con resultados imprevisibles.
El cálculo produce un resultado, siempre concordante. Lo que el Imperio ha eliminado es el espacio mismo de la incertidumbre, coma la distinción entre lo verdadero y lo falso, coma la realidad y la ficción, la posibilidad de simbolizar, de relatar. El imperio nada tiene que ver con la novela. Lo que interesa al cálculo es calcular. Calcular las pulsiones de los unos y los otros y transformarlas en compras compulsivas. Perfilar los comportamientos, encontrar continuidades y regularidades. Extrapolarlas. Prever las evoluciones. Rizar lo posible sobre sí mismo.
Eric Smith director General de Google, lo afirma sin titubear. «Sabemos básicamente quién eres, que te interesa, quiénes son tus amigos»…
La tecnología llegará a estar tan lograda, que será muy difícil que alguien vea o consuma algo, que no se haya programado en cierto modo a su medida.
Texto extractado del capítulo la «Lógica del enfrentamiento», del libro La era del enfrentamiento de Christian Salmon
Nota; Si «el sueño de la razón produce monstruos», los sueños de un país entero pueden albergar tantos peligros que al Estado puede hacérsele necesario controlarlos. E incluso anticiparlos. Éste es uno de los puntos de partida de una de las más célebres novelas del Premio Príncipe de Asturias Ismaíl Kadaré (Gjirokaster, 1936), que tras un título tan (aparentemente) lírico y un tanto kitsch como El Palacio de los Sueños (Nëpunësi i Pallatit të Endrrave, 1981) esconde una alegoría fascinante y terrorífica sobre el poder absoluto.