Divide y vencerás – Europa en el nuevo contexto geoestratégico.
Conocer la historia de Alemania ayuda a entender su cultura política, su «genética histórica». Los pueblos germánicos de lengua germana y gala que formaron el primer gran imperio europeo post-romano, el de Carlomagno, iniciaron una andadura histórica de 1.200 años que está culminando en la eurozona actual cuyo corazón sigue siendo el reino de Carlomagno.
No sería correcto hablar exclusivamente sólo de dominio alemán. Los desastres de las guerras mundiales han enseñado a Alemania que sin alianzas y hasta uniones hasta las entrañas con otros países no puede hacer sus intereses. Al mismo tiempo, Francia, tras perder en menos de un siglos tres guerras sucesivas contra Alemania, igualmente aprendió a no luchar más por el mismo pastel sino aceptar que una Alemania económicamente dominante lo compartiera con ella, siempre que no perdiera el control militar de la unión entre ambos.
En consecuencia, «Fralemania» ha desarrollado una curiosa división de responsabilidades, en la que a Alemania se le reconoce la hegemonía en cuestiones económicas, mientras que Francia constituye la fuerza militar. La política se consensua bastante entre ambos, con pocos conflictos de intereses, resueltos en todo caso, en la guerra de los Balcanes en gran medida a favor de Alemania.
En esa época, en los años 90, Alemania supo reposicionarse en el tablero europeo con gran habilidad.
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En contra de los deseos franceses que vivían más cómodos en una relación de iguales con una Alemania Occidental de su tamaño llevaron a cabo la unificación con la parte oriental
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Con la guerra de los Balcanes y el reconocimiento de la independencia de de Croacia y Eslovenia, no consensuado con los socios occidentales, Alemania se puso nuevamente en el mapa como un país dispuesto a la guerra (oculta) para defender sus intereses; algo que fue un tabú total en los 50 años previos
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Con semejantes demostraciones de fuerza y voluntad de ejercicio de su nuevo papel, fulminó las resistencias de los principales socios comunitarios a ceder soberanía a una Unión hecha demasiado a la imagen y semejanza de Alemania, con tal de tener al coloso alemán controlado, integrándolo en unas estructuras europeas comunes.
Durante los años previos a la proclamación del euro, se llegó incluso a plantear una cierta «fusión» de numerosas instituciones políticas entre Alemania y Francia, posiblemente incluyendo al Benelux. Sin embargo, las posibles trabas constitucionales por ambos lados y el hecho de finalmente favorecer una unión monetaria amplia acabó con este plan.
Alemania ha asumido el liderazgo visible en el contexto de la actual crisis, precisamente por esta división de tareas entre ambos territorios «fralemanes». Francia, con su tradición mercantilista e intervencionismo estatal en la economía, sigue llevando en sus propias entrañas lo que a los alemanes les parece el «cáncer mediterráneo». En su cabeza ya es un converso total al liberalismo, pero su cuerpo todavía le sigue pidiendo otras cosas, por lo que, por si las recaídas, delega el 100% la gestión de las crisis económica-monetaria a su media naranja del norte.
El modelo de gobernanza de la UE es también, en gran parte, resultado de la experiencia histórica y cultura política alemana. Las dos unificaciones alemanas, la del fin de la guerra fría a partir de 1989 y la de Bismarck en 1871 enseñaron a Alemania las técnicas de «unir lo divergente». Por otro lado, durante más de mil años, el emperador del «Sacro Imperio Romano Germánico» aprendió a mantener unida una jaula de grillos de un «estado» que no fue una «nación».
Conscientemente o no, resulta obvio como la cultura política alemana sigue utilizando las competencias adquiridas en ambos procesos. El emperador alemán disponía de unos territorios «libres», unas «ciudades imperiales» repartidos por el Reich que le servían de base política y financiera para mantener la unidad del conjunto heterogéneo de reinados, principados y condados que presidía formal, pero no siempre realmente.
Creando unos cabezas de puente de dominio directo mientras crea conflictos dentro de, o entre, los reinados demasiado potentes como para no sentirse obligados a subyugarse a sus exigencias imperiales, sigue siendo exactamente una de las fórmulas con la que se va gobernando la UE: los nacionalismos transfronterizos se fomentan para debilitar a los estados-nación no centrales mientras se crean lealtades directas hacia la Comisión Europea (el «emperador» sin grandes poderes ejecutivos directo frente a los soberanos locales) dentro de estas «naciones transfronterizas y sin estado propio». En Italia vieron con buenos ojos los esfuerzos del norte para deshacerse del «lastre del sur» (que nunca formó parte del Imperio Romano Germánico) hasta que Berlusconi los dejó excesivamente con sus vergüenzas al aire.
Por otro lado, se fusionan estructuras, creando un mercado común, una defensa común, una moneda común y ciertas políticas comunes: Alemania, a lo lado de los siglos fue un ir y venir de uniones aduaneras –»mercados comunes»–, uniones monetarias y alianzas políticas.