A penas se les conoce, pero los Jemeres Rojos han pasado a formar parte de la historia de los mayores genocidios del pasado siglo XX, junto al Holocausto nazi y los «gulags» de Stalin
Entre 1975 y 1979, unos dos millones de camboyanos – el 20 por ciento de los siete millones que componían la población en aquella época – fueron exterminados en los tristemente famosos «campos de la muerte» como consecuencia de la sanguinaria revolución puesta en marcha por Pol Pot y sus secuaces.
Tras ocho años de guerra civil y una explosiva situación política marcada por la guerra en la vecina Vietnam y el golpe de Estado del primer ministro Lon Nol que derrocó al rey Norodom Sihanouk en 1970, la insurgencia comunista de los Jemeres Rojos, apoyada por la China de Mao y el exiliado monarca, tomó Phnom Penh el 17 de abril de 1975. En su desquiciado intento por alcanzar la igualitaria utopía comunista a través de una sociedad agraria sin clases, los Jemeres Rojos despoblaron las ciudades, recluyeron a sus habitantes en campos de trabajo, separaron a las familias, abolieron la propiedad privada, prohibieron la religión, aislaron al país cortando las comunicaciones con el exterior y eliminando el servicio postal, cerraron los bancos, quemaron el dinero, suprimieron la educación, clausuraron los hospitales, anularon por completo la individualidad del ser humano y, por último pero no menos grave, liquidaron sin piedad a todo aquél que consideraban su enemigo.
Al principio, la represión golpeó a los ricos, intelectuales, técnicos, maestros, funcionarios de la Administración, oficinistas e incluso a aquéllos que hablaban algún idioma extranjero o que, por razones tan peregrinas como tener gafas, parecían más ilustrados que los demás. Pero pronto afectó a todos por igual en su plan por crear una «nueva y pura sociedad» agraria, una locura ideada por radicales revolucionarios comunistas y anticolonialistas procedentes de familias camboyanas acomodadas que, irónicamente, se habían educado en la Sorbona de París. Transformada hoy en un museo, la prisión de Tuol Sleng es una de las principales atracciones turísticas de Phnom Penh, pero también una de las pruebas más evidentes del sadismo de los Jemeres Rojos. Así lo demuestran los cuadros de crueles torturas pintados por uno de los supervivientes y las espeluznantes fotografías en blanco y negro de miles de detenidos, desde niños a ancianos pasando por un puñado de extranjeros y hasta los propios guardias y cuadros purgados del Jemer Rojo.
Tal y como explica una inscripción, los verdugos jemeres cogían a los bebés por los pies y estrellaban sus cuerpos contra el tronco de los árboles para romperles el cráneo, arrojándolos luego a la fosa como si fueran un trasto roto. En medio de la oscuridad, y como corderos que caminan mansamente hacia el matadero, decenas de hombres y mujeres atados en fila india y con los ojos vendados recibían, uno tras otro, un golpe seco y contundente en la nuca con una azada o una caña de bambú. Luego, otro verdugo les rebanaba el cuello con un cuchillo y los tiraba al hoyo mientras en los altavoces sonaban atronadores los himnos revolucionarios de los Jemeres Rojos: «Somos leales a Angkar, no puedes traicionar a la Organización».
Después de 30 años, comienza por fin en Phonm Penh, la capital de Camboya, el juicio por estos crímenes. En total, sólo cinco acusados de avanzada edad para responder por el exterminio de millones de vidas, lo que ha frustrado a la sufrida sociedad camboyana porque Pol Pot falleció en la jungla hace once años y porque el responsable militar de los Jemeres, Ta Mok «El Carnicero», murió en 2006 mientras esperaba a ser juzgado. Además, en el actual Gobierno abundan buena parte de los antiguos Jemeres Rojos, sobre todo los que desertaron tras la caída del régimen en enero de 1979 por la invasión de las tropas vietnamitas. Entre ellos, destaca el primer ministro, Hun Sen, que lleva en el poder desde 1985. Sólo sobrevivieron siete hombres – de los cuales únicamente quedan ya tres con vida – y una mujer, que están llamados a declarar como testigos. Controlados por el Gobierno, donde se han reciclado bastantes Jemeres Rojos, los medios de comunicación camboyanos eluden el tema, que apenas es estudiado en el colegio para disgusto y decepción de los padres.
No hay un solo camboyano que no haya perdido a algún familiar por culpa de los Jemeres Rojos. Ahora, con la apertura del juicio confían en que se haga justicia.