Ecología integral si, neocapitalismo no

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LA «SOSTENIBILIDAD» DEL PLANETA: NUEVA ESTRATEGIA DEL NEOCAPITALISMO CONTRA EL BIEN COMÚN

Recordamos este artículo del año 2017, que nos sitúa ante la verdadera dimensión de la ecología en relación a la solidaridad, en el día Mundial del Medio Ambiente…

 1 de septiembre de 2017. Día de oración por la Creación.

            La sensibilidad ecológica es un buen camino para iniciarse en la solidaridad. La preocupación por la Casa Común es no solo una necesidad de supervivencia sino que sobre todo debe ser una expresión sincera y comprometida  con los hombres y mujeres de hoy y sobre todo con las generaciones futuras con los que tenemos una responsabilidad de la que vamos a tener que dar cuentas. La autentica solidaridad no es un sentimiento vago y superficial; es la determinación firme y perseverante de trabajar decididamente por el Bien Común de la sociedad, de la humanidad, de tal forma que todos -sin excepción- seamos realmente responsables de todos.

Por ello, lo primero que tenemos que denunciar son las causas reales de la actual degradación ambiental y del agotamiento de recursos. Recursos que son bienes comunes de todos los habitantes de la Tierra y cuyo uso no puede estar sometido a los intereses de las grandes empresas multinacionales y de los gobiernos de los países enriquecidos.

Actualmente, la causa fundamental de la degradación ambiental es la existencia de un sistema económico de escala mundial que prima el lucro y el beneficio sobre la vida de millones de seres humanos. Esto se ha traducido en una sociedad de consumo donde todo se ha mercantilizado y donde una minoría de la población de la humanidad mantiene unos niveles de consumo indecentes y destructivos mientras la inmensa mayoría carece de los medios indispensables para vivir.

Al mismo tiempo, las consecuencias medioambientales de este materialismo se trasladan de los países enriquecidos y consumidores -que cada día cuidan más su medioambiente particular- hacia los países empobrecidos donde se extraen recursos naturales sin ningún control; en donde se instalan las grandes industrias contaminantes que los enriquecidos no quieren y donde se implantan vertederos gigantescos  de residuos tóxicos en los que se  depositan los restos del festín consumista. Vertederos en donde millones de seres humanos rebuscan para sobrevivir mientras están siendo aniquilados por la miseria y la enfermedad.

Lógicamente, para  hacer « sostenible» esta situación de injusticia económica, social y ambiental el neocapitalismo ha desarrollado una serie de estrategias que sea han ido sucediendo a los largo  ya de varias generaciones.  Durante los últimos 25 años de siglo XX, mediante un conjunto de conferencias internacionales, se impuso explícitamente el mito de la superpoblación intentando controlar el crecimiento de  la población de los países empobrecidos. No porque fueran realmente muchos respecto a los recursos disponibles y potenciales, sino porque había que disminuir la presión social y política de la mayoría que estaba siendo expoliada. Se desarrolló toda una movilización de recursos -agencias, organismos, fundaciones, gobiernos- para introducir el aborto, la esterilizaciones y el consumo de anticonceptivos entre los más empobrecidos.

Sin embargo, los datos científicos no han podido ser silenciados: Un niño norteamericano ( o europeo) consume 50 veces más recursos que uno africano. La Tierra produce cereales para más del doble de la población actual. La población no solo no está aumentando su crecimiento sino que se está estabilizando y envejeciendo.

A principios de siglo XX la estrategia  de «sostenibilidad» dio un giro de tuerca. El mito de la superpoblación no cuela porque las desigualdades sociales a nivel mundial son evidentes y escandalosas. Millones de seres humanos se ven obligados a emigrar porque en sus países mueren de hambre, miseria o guerra. Se calcula que en la frontera entre Europa y África ya han muerto en el desierto o en el mar, más de 30.000 personas.

Fue entonces cuando vinieron los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM 2000-2015) para acabar con la pobreza; la Carta de la Tierra (2000) para dar un fundamento ecológico y no humanístico a los derechos humanos y  UN Global Compact (Pacto Mundial 2000) , un intento de legitimar políticamente el control económico de las grandes empresas multinacionales mediante la Responsabilidad Social Corporativa. El objetivo de esta nueva etapa es el mismo: hacer «sostenible» el sistema neocapitalista y para ello hay que controlar cuantitativa y cualitativamente a la población, en especial la población de los países empobrecidos, pero con otro discurso.

El fracaso de los ODM -reconocido por las propias agencias de las Naciones Unidas- no se ha podido tampoco silenciar. Según sus propios datos, al ritmo marcado por este plan, la pobreza extrema no se eliminaría hasta el año 2160. Por ello, en continuidad con los ODM, vinieron en septiembre de 2015 los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS 2015-2030) que suponían un perfeccionamiento de la etapa anterior. El objetivo formal siempre ha sido eliminar la pobreza, el objetivo real siempre ha sido el control de población de los empobrecidos para hacer «sostenible» el sistema neocapitalista actual. No hay que olvidar que en este proceso nunca se han cuestionado los principios del neocapitalismo ni las causas estructurales del empobrecimiento. Resulta aleccionador leer el documento oficial de Naciones Unidas sobre los ODS de octubre de 2015 para darse cuenta de la gran estafa moral y política que suponen.

El neocapitalismo, en su dimensión inclusiva, quiere legitimar toda su actividad e incluso convertir en negocio la propia vida de los empobrecidos que el propio sistema genera. Para ello está asumiendo progresivamente desde el año 2000, mediante UN Global Compact  y la Responsabilidad Social Corporativa, el control directo de las principales agencias de las Naciones Unidas. Las empresas transnacionales directamente  o mediante sus fundaciones financian la mayoría de los proyectos, reuniones, convenciones de expertos. Incluso generan sus propias ONG que  se constituyen en los principales intermediarios sobre el terreno de los países empobrecidos para implementar sus negocios.

Al mismo tiempo, ideológicamente bajo la denominación de «derechos sexuales y reproductivos» o «empoderamiento de las mujeres y de las niñas» se siguen introduciendo en todos los países pero especialmente en los países empobrecidos todo un conjunto de leyes sanitarias, educativas y de nuevos derechos ( derechos sexuales y reproductivos) para garantizar el aborto, las esterilizaciones  o el uso de anticonceptivos especialmente entre las adolescentes. Más de 1.200 millones de adolescentes empobrecidas están en el punto de mira de un proyecto  capitalista de  planificación poblacional al margen  de sus propias familias. Toda una imposición de la antropología neocapitalista capitaneada por la Fundación Bill &Melinda Gates que financia tanto a la OMS  como a su Family Planning 2020.

Además, desde el propio documento oficial de los ODS emana el concepto de «dividendo demográfico» , eufemismo economicista que consiste en vender la idea de que una reducción poblacional de los países empobrecidos  les supondría unos beneficios económicos de más de 100.000 millones de dólares. Es decir, que en lugar de acabar con las causas estructurales del empobrecimiento, lo que hay que hacer es acabar con los pobres, si puede ser antes de nacer. Muy «progresista». Incluso, en caso de crisis humanitarias  se ha previsto desde la OMS y dentro del Objetivo de desarrollo nº 3 sobre salud,  el uso de una «cesta» de productos básicos de supervivencia con 13 productos de los cuales 4 son anticonceptivos. Toda una evidencia.

Podemos concluir que la estrategia de los Objetivos de Desarrollo Sostenible implementada por el neocapitalismo a nivel mundial  a travésde Naciones Unidas (UN Global Compact) plantea la indivisibilidad de la sostenibilidad económica, social y ambiental del sistema y no oculta su objetivo de control cuantitativo e ideológico de la población, especialmente de los empobrecidos.

En el Día Mundial de la oración por la Creación rezamos para que los millones de personas de buena voluntad que están colaborando inconscientemente con esta estrategia perversa de los ODS reorienten su acción hacia la verdadera solidaridad. Instamos a las organizaciones católicas  que están apoyando a los ODS  a que dejen de hacerlo y dediquen todos sus recursos humanos y materiales en combatir esta estructura de pecado. Finalmente, pedimos a San Francisco de Asís -que nos reconcilió mediante la pobreza evangélica con el amor a la naturaleza-   nos ayude a vivir una vida sencilla y  austera que haga posible que nuestro planeta sea una Casa realmente Común para todos, especialmente y en primer lugar para los más débiles y empobrecidos.

Autor: Alke