La investigación del informe Chilcot concluye que Reino Unido defendió ante Washington un reparto equitativo para el acceso de las empresas británicas a los campos petrolíferos iraquíes
«El desarrollo del sector energético de Irak será complementado con la implicación de las empresas británicas, que producirá un negocio considerable para Reino Unido», dice una comunicación del Gobierno británico de 2004
Los gobiernos estadounidense y británico se pelearon con dureza por el control del petróleo iraquí tras el derrocamiento de Sadam Hussein, según ha revelado el informe Chilcot. Tony Blair parecía más preocupado que los estadounidenses por la idea de que los críticos vieran la invasión como una guerra por el petróleo: les decía que sería muy perjudicial que se viera que los dos países «se llevaban el petróleo de Irak».
Pero sir David Manning, asesor en política exterior de Tony Blair, dijo a Condoleezza Rice, la asesora de seguridad nacional de Estados Unidos, el 9 de diciembre de 2002 en Washington que Reino Unido aún quería más parte del botín.
«Sería inapropiado que el Gobierno entrara en debates sobre ningún reparto de la industria del petróleo iraquí», dijo. «Sin embargo, es esencial que nuestras empresas (británicas) tengan acceso en igualdad de condiciones a este y otros sectores».
Altos cargos del gobierno británico convocaron a un equipo de BP a una reunión sobre las perspectivas para el sector de la energía de Irak el 23 de enero de 2003, dos meses antes de la invasión, que acabó en mayo.
Más adelante en ese mismo año, la empresa petrolera británica comenzó una revisión técnica del campo de Rumaila, el segundo más grande del mundo. Para 2009, BP se había hecho con un contrato de servicios para aumentar la producción del campo, que tiene 20.000 millones de barriles de petróleo extraíble.
Edward Chaplin, el embajador británico en el Irak ocupado, habló de favorecer «los intereses de BP y Shell» cuando mantuvo conversaciones con el primer ministro provisional de Irak, Ayad Allawi, el 13 de diciembre de 2004.
Blair le había dicho al presidente de Estados Unidos, George W. Bush, en una reunión en mitad de la invasión el 31 de marzo de 2003, que hacía falta tener una imagen más clara de cómo sería un Irak post-Sadam para «esbozar un futuro político y económico y disipar el mito de que estábamos ahí para hacernos con el petróleo».
Sin embargo, ese mismo año, una comunicación interna del Gobierno para Geoff Hoon –el entonces ministro británico de Defensa– antes de unas conversaciones con su homólogo estadounidense, Donald Rumsfeld, hablaba de la necesidad de «Igualdad de condiciones: grandes contratos para reconstruir Irak. Puesta a salvo de las vidas británicas. Expectativas de igualdad de condiciones para las empresas de Reino Unido en el petróleo y otros sectores».
Autor: Terry Macalister