El intenso sentido religioso de Einstein emanaba de la emoción que le producía el orden y la armonía del cosmos. Siempre le molestó ser considerado como ateo, refiriéndose a quienes así lo hacían para aprovecharse de su autoridad con expresiones duras.
Por Antonio FERNÁNDEZ BAÑADA
El intenso sentido religioso de Einstein emanaba de la emoción que le producía el orden y la armonía del cosmos. Siempre le molestó ser considerado como ateo, refiriéndose a quienes así lo hacían para aprovecharse de su autoridad con expresiones duras.
Albert Einstein mantuvo una posición muy definida y original sobre la religión. Sus puntos de vista interesan más allá de su talla científica, por esa singular combinación de revolucionario intelectual e icono público que llevó a la revista norteamericana Time a nombrarle «Persona del siglo XX», como mejor representante de esta época maravillosa y horrible a la vez, este siglo turbulento y para-
dójico, «de degradación y progre-so» en palabras de Milan Kundera. Entre los candidatos estaban Gandhi, Freud, Roosevelt, Watson y Crick, Picasso, Juan Pablo II y los Beatles.
El filósofo e historiador de la cien-cia israelí Max Jammer, autor de libros clásicos como La Filosofía de la mecánica cuántica o El concepto de espacio y gran conocedor del pensamiento de Einstein, a quien llegó a tratar personalmente, ha escrito un libro profundo y aclarador sobre sus ideas religiosas. Las dos primeras partes, dedicadas a la influencia de la religión en su vida privada y a su filosofía de la religión, son de fácil lectura para cualquier persona interesada en el tema. La tercera trata de aspectos sutiles de la relación entre la física de Einstein y la religión, requiriendo un cierto conocimiento de filosofía y de física.
El intenso sentido religioso de Einstein emanaba de la emoción que le producía el orden y la armonía del cosmos. Durante una reunión social, alguien se extrañó de haber oído que era profundamente religioso. Einstein le respondió: «Sí, lo soy. Al intentar llegar con nuestros medios limitados a los secretos de la naturaleza, encontramos que tras las relaciones causales discernibles queda algo sutil, intangible e inexplicable. Mi religión es venerar esa fuerza, que está más allá de lo que podemos comprender. En ese sentido soy de hecho religioso». Y escribió en una carta: » las leyes de la naturaleza manifiestan la existencia de un es-píritu enormemente superior a los hombres … frente al cual debemos sentirnos humildes».
Einstein era un pitagórico creyente «en el Dios de Spinoza que se revela en la armonía del mundo, no en un Dios que se ocupa del destino y los actos de los seres humanos». Sentía una gran admiración por el filósofo Baruch Spinoza y cuya visión del mundo le resultaba próxima a la que él mismo había elaborado a partir de la física del siglo XIX.
Según él hay tres estadios de la experiencia religiosa. Primero la re-ligión del miedo, propia de los hombres primitivos. Segundo, la religión moral caracterizada por la creencia en un Dios providente que ofrece vida tras la muerte. En el Cristianismo estas dos fases corresponden al Antiguo y al Nuevo Testamento. Tras ellas viene, en tercer lugar, lo que llamaba el sentimiento cósmico religioso, por el que el hombre percibe con asombro el sublime y maravilloso orden y armonía de la naturaleza que la ciencia moderna ayuda a comprender, al tiempo que siente la inutilidad y la pequeñez de los deseos humanos. Einstein creía que el sentimiento cósmico religioso aparece ya en los Salmos de David, en algunos profetas y en el Budismo. Han avanzado por esa vía y lo han sentido personas de estilos vitales muy diferentes; algunos han sido considerados santos, otros herejes o incluso ateos. Como ejemplos, menciona a San Francisco de Asís, a Spinoza y a Demócrito (sin duda por el amor a las criaturas de San Francisco, la fascinación por el mundo de Spinoza y la pasión por el conocimiento de Demócrito). A ese tercer estadio sólo se llega tras un proceso de ascesis personal que permite percibir el orden del cosmos como misterio, por eso Hans Küng lo relaciona en su libro ¿Existe Dios? con las ideas de «nirvana», «vacío» o nada absoluta» de las religiones orientales. Aunque esa tercera fase le parecía a Einstein la más perfecta, no desdeñaba la segunda. «Yo nunca la criticaría [la fe en un Dios personal], pues tal creencia me parece preferible a la falta de toda visión trascendente de la vida» escribió en una carta comentando las ideas de Freud sobre la religión.
Como propio de Einstein, de su religión no se seguían consecuenias éticas, por su convicción de que nuestros actos están prefijados por un férreo determinismo universal, no pudiendo creer por ello en un Dios que premie y castigue a sus criaturas. Sin embargo, concedía gran importancia a la ética, lo que le llevó al compromiso con posiciones pacifistas. La contradicción parece evidente pues ¿qué sentido tiene intentar evitar una guerra que se producirá o no por pura necesidad, sin que nadie pueda cambiar el curso de los sucesos? La clave de esta contradicción está en que, en contra de la imagen habitual y de la revista Time, Einstein no fue el primero de los físicos del siglo XX, sino más bien el último de los clásicos. Su modo de pensar estuvo siempre enraizado en el determinismo del XIX y por ello se opuso frontalmente a la física cuántica, tras contribuir paradójicamente a crearla, por basarse en la existencia de un azar objetivo en el mundo microscópico. Según el juicio de la física de hoy, Einstein estaba equivocado sobre este punto. Cabe, por ello, preguntarnos qué pensaría Einstein sobre Dios y el misterio del mundo si hubiese llegado a. aceptar el indeterminismo esencial de los constituyentes de la materia que hoy nos abre el camino a una síntesis del azar y la necesidad, los dos términos de Demócrito. Es una pregunta incitante, a la que nadie puede responder.