La abolición del hombre: Entrevista al cardenal Joseph Ratzinger..

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Entrevista realizada en el añó 2001en la que ofrece un punto de vista acerca de las cuestiones fundamentales de nuestra época. La Iglesia y la tolerancia, Occidente y el Islam, la ciencia y el futuro.

Le Figaro, 17.XI.01

CONSECUENCIAS DEL RELATIVISMO CONTEMPORÁNEO

–Usted escribió, en una ocasión, que «la fe no ha desaparecido, sino que se ha replegado al reino de lo subjetivo». Para la Iglesia, ¿cuáles son las consecuencias del relativismo contemporáneo?

Desde la época de la Ilustración la fe ya no es la misión común del mundo, como lo era, por el contrario, en el Medievo. La ciencia ha codificado una nueva percepción de la realidad: se considera objetivamente fundado lo que puede ser demostrado como en un laboratorio. Todo el resto – Dios, la moral, la vida eterna – se ha transferido al reino de la subjetividad. Además, pensar que pueda existir una verdad accesible a todos en ámbito religioso implicaría una cierta intolerancia. El relativismo se convierte así en la virtud de la democracia.

–Para la Iglesia, ¿sigue teniendo la fe cristiana un contenido objetivo?

Desde luego. Y es precisamente el contexto cultural que acabamos de describir el que representa nuestra mayor dificultad a la hora de anunciar el Evangelio. Pero los límites del subjetivismo están a la vista: aceptar incondicionalmente el relativismo, tanto en el ámbito de la religión como en lo referente a las cuestiones morales, lleva a la destrucción de la sociedad. El aumento progresivo del racionalismo lleva a la destrucción de la razón misma, instaurándose la anarquía: al convertirse cada individuo en una isla de incomunicabilidad, las reglas fundamentales de convivencia desaparecen. Si compete a las mayorías definir las reglas morales, una mayoría podrá imponer mañana reglas contrarias a las de ayer. Hemos vivido ya la experiencia del totalitarismo, en el que es el poder quien fija autoritariamente las reglas morales. De este modo, el relativismo total desemboca en la anarquía o en el totalitarismo.

MISIONEROS AYER Y DE HOY

–¿Sigue considerándose misionera la Iglesia?

Sí, yo diría: de nuevo misionera. Hoy la palabra misión no es siempre correctamente recibida, porque se piensa en la destrucción de las antiguas culturas por parte de los occidentales. La realidad histórica, sin embargo, es diferente: sabemos que los misioneros cristianos – en África, en Asia y en la misma América Latina – fueron con frecuencia los verdaderos defensores de la dignidad humana. Estos misioneros salvaron una parte de las culturas antiguas transcribiendo las lenguas indígenas y redactando diccionarios y gramáticas. Ayudaron a llevar a cabo esa gran revolución que fue el encuentro entre Europa y estos pueblos, integrando las tradiciones que convergían con la fe cristiana. Algunos de los problemas que África tiene en la actualidad derivan de que, con el racionalismo occidental, hemos destruido los antiguos valores morales, sin ofrecer nada a cambio. Y, dado que hemos importado la tecnología, lo que queda son las armas y la guerra de todos contra todos. En definitiva, lo que puede defender la edificación de las sociedades modernas es precisamente la misión cristiana, al permitirles mantener el vínculo con sus propias raíces.

TOTALITARISMO E INTOLERANCIA

–La Iglesia se declara contra la intolerancia. Pero, ¿no es ella misma víctima de la intolerancia?

En efecto. Ha habido, por una parte, filosofías de corte totalitario, si bien en la actualidad el marxismo está en crisis. Por otra parte, el racionalismo agnóstico no es tan pacífico como podría parecer. Algunos consideran a la Iglesia el último baluarte de la intolerancia, pero cuando combaten esta intolerancia se vuelven a su vez intolerantes. Y entonces la intolerancia puede convertirse en violencia.

SEXUALIDAD

–En las polémicas contra la Iglesia, las cuestiones relativas a la sexualidad y al libre albedrío moral reaparecen una y otra vez. ¿A qué se debe esta incomprensión entre el mundo moderno y la Iglesia?

Aquí llegamos a la visión individualista del hombre. Nuestra época glorifica el cuerpo y sus placeres, exalta la libertad sexual, pero piensa que todo eso tiene que ver más con la esfera de la biología que con la psicología. Se establece una sutil separación entre lo biológico, lo corporal – factores que se sustraen a la responsabilidad espiritual dado que se relegan al orden de la naturaleza- y el ser humano como tal. Desde el momento en que se considera la sexualidad como un fenómeno puramente biológico, deja de tener sentido una moral sexual.

La cultura contemporánea afirma una libertad absoluta, mediante la que el hombre debe «realizarse» a sí mismo. No existe, por tanto, una naturaleza humana que defina el bien y el mal. Esta visión se opone no sólo a la tradición de la Iglesia, sino a todas las concepciones que consideran que en nuestra naturaleza se halla inscrita una determinada línea de comportamiento, el sentido mismo de nuestro ser.La Iglesia habla de derecho natural, de moral natural. Por el contrario, si no somos más que productos de la evolución, somos libres de autodefinirnos. Existe entonces, como decía Sartre, una libertad en el sentido en que «yo no soy definido»: en mi situación, yo debo inventar lo que es el hombre. En la visión cristiana, por el contrario, la existencia del hombre – del hombre y de la mujer – es portadora de una idea de Creador, un Creador que tiene un proyecto sobre el mundo, que expresa ideas encarnadas en la realidad del mundo. Y la relación de fidelidad entre el hombre y la mujer revela que están hechos el uno para el otro, en una profunda unidad de cuerpo y espíritu, a la que están ligadas las generaciones futuras. La elevación de reacciones físicas al rango de realidades vividas en el respeto de la persona es el camino difícil, pero grande y bello, de la moral cristiana acerca de la sexualidad.

RELIGIÓN Y ESTADO. DIOS Y CÉSAR

–La Carta de los derechos fundamentales de la Unión Europea, adoptada el pasado año, no ha querido hacer referencia a la «herencia religiosa» de Europa. ¿Qué piensa usted de esta interpretación del laicismo?Es preciso definir bien el laicismo. En mi opinión, existe una noción positiva de laicismo en el sentido de que el cristianismo, fenómeno nuevo en la historia, estableció una diferencia, al reconocer la distinción entre la religión y el Estado.

Esta distinción entre el reino de Dios y el del César está en el origen del concepto de libertad que se ha desarrollado en Europa, en Occidente. Implica que la religión ofrece al hombre una visión para toda la vida, no sólo para la espiritual. Pero la institución religiosa no es totalitaria, sino que se halla limitada por el Estado. Y el Estado no puede pretender controlarlo todo porque está a su vez limitado por la libertad religiosa. El Estado no lo es todo y la Iglesia, en este mundo, no lo es todo. Entendida en este sentido, la laicidad es profundamente cristiana. La hostilidad de los nazis hacia el cristianismo, especialmente hacia el catolicismo, se funda en esta idea de que el Estado lo es todo.

Pero si laicismo significa que en la vida pública no hay sitio para Dios, entonces nos hallamos ante un grave error. Las instituciones políticas y las instituciones religiosas poseen ámbitos que les son propios. Sin embargo, los valores fundamentales de la fe deben manifestarse públicamente, no por medio de la fuerza institucional de la Iglesia, sino por medio de la fuerza de su verdad interior. Cuando el laicismo pretende excluir la religión, obra una mutilación del ser humano.

ISLAM

–¿La confrontación entre el mundo occidental y el mundo musulmán es un choque de civilizaciones?

El Islam no existe como un bloque único. No existe un magisterio del Islam, ni una constitución islámica centralizada. El Corán proporciona al mundo islámico algunas referencias comunes, pero da lugar también a interpretaciones diferentes. El Islam se concreta en contextos culturales muy diversos, desde Indonesia hasta la India, desde Oriente Medio hasta África. Por tanto, el mundo islámico no es un bloque y no cancela los temperamentos nacionales: hay países de mayoría islámica que son muy tolerantes y otros que excluyen en mayor o menor medida el cristianismo.

Hoy el Islam está masivamente presente en Europa. Y puede constatarse un cierto desprecio por parte de cuantos creen que Occidente ha perdido su conciencia moral. Así, por ejemplo, mientras que el matrimonio y la homosexualidad se consideran equivalentes, el ateísmo se transforma con frecuencia en derecho a lo blasfemo, especialmente en el arte, estos mismos hechos son horribles para los musulmanes. De aquí la impresión tan difundida, en el mundo islámico, de que el cristianismo agoniza, que Occidente está en decadencia, y la percepción de que el Islam es el único que porta la luz de la fe y de la moralidad. Una parte de los musulmanes ve en ello una oposición incurable entre el mundo occidental – con su relativismo moral y religioso – y el mundo islámico.

No obstante, no me parece incorrecto hablar de una confrontación de culturas: en el reproche dirigido a Occidente nos encontramos de nuevo con las consecuencias del pasado, cuando el Islam padecía la dominación de los Países europeos. Se puede llegar, de este modo, a formas terribles de fanatismo. Ésta es una de las caras del Islam, pero no es todo el Islam. Existen también musulmanes que buscan el diálogo pacífico con los cristianos. En consecuencia, es importante juzgar los diversos aspectos de una situación que es preocupante para todas las partes en cuestión.