Durante seis días Mons. Luis Argüello junto con un grupo de laicos y sacerdotes del MCC ha estado en el monasterio de Ntra. Sra. Soto en Cantabria realizando una jornada de espiritualidad, todo ello en un clima de silencio, oración y fraternidad. Nos ha recordado la centralidad de la Pascua de Jesús en la vida de la Iglesia y sus consecuencia culturales, políticas y económicas en una historia de salvación que camina hasta su consumación; estructurando las reflexiones desde dos documentos del Papa Francisco: Evangelii gaudium y Gaudete et exultate.
- Un mundo en guerra
Vivimos en un mundo en guerra entre el plan de Dios y la búsqueda de la vanagloria del hombre. Un mundo que se ha configurado para potenciar las tendencias de ser el primero, el poseer y el pasarlo bien intentando remover los fundamentos solidarios del ser del hombre: familia, trabajo, fe y comunidad. Se trata de un proyecto bélico que se está instalando con su propuesta de vivir según la carne, es decir, colocando el Yo como el centro de la vida, expulsando a Dios y su proyecto de vivir según el Espíritu, donde la Santísima Trinidad ocupa el centro de la persona humana.
Ante el proyecto de Gracia al cual la persona está llamado constitutivamente por ser imagen y semejanza de quien ha dicho: “Yo he venido para que tengan vida y para que la tengan en abundancia” (Jn 10,10). En definitiva, hoy asistimos a una cultura de muerte, que toman carne a través de diversas estructuras de pecados, que ha venido siendo denunciada sistemáticamente por la Iglesia Católica a través de los Papas: “Guerra de fuerte contra débiles” (S. Juan Pablo II), “dictadura del relativismo” (Benedicto XVI) y una “economía que mata” (Francisco). La raíz de todo esto es el antiguo pecado ser semejantes a Dios, pero sin Dios.
- Combate cultural y espiritual
San Juan Pablo II decía: “La cultura es aquello a través de lo cual el hombre, en cuanto hombre, se hace más hombre, «es» más, accede más al «ser». Ante el actual doble reduccionismo: materialista, que ve al hombre como material de explotación y descarte; y el espiritualismo, que genera la indiferencia ante la historia. Estamos llamado a la promoción de la conciencia de lo que somos y de lo que estamos llamado a ser. Un cultivo del “ser”, sabiendo que “en realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (GS 22) . Promoviendo una cultura de la gracia, ante la desgracia actual que se intenta implantar; rompiendo la buena conciencia para ver nuestro pecado personal y los pecados institucionales. Con lo cual, este combate cultural es un auténtico combate espiritual, contra fuerzas sobrenaturales (Ef 6,12) que toman carne en el mal actual, un combate contra el plan de Luzbel.
Tomás Malagón decía que el cristiano es la suma de encuentros, encuentros con el Señor resucitado, que ha vencido al padre de la muerte, reafirmándose como un Dios de vivos y no de muertos. Dejarnos encontrar por el Señor, con su misericordia y nuestra miseria, sacando todas las potencialidades de nuestro bautismo encarnando la gracia a través de una conversión que conlleve las virtudes de la pobreza, el sacrificio y la humildad, en vida asociada y ofreciéndola en la plaza pública. Un combate espiritual que confronte el individualismo, relativista e insolidaridad por la Comunión como respuesta solidaria a este mundo. Una comunión que plantee una nueva relación con las cosas, el tiempo y los espacios desde una la comunión de bienes, de vida y de acción. Es buscar hacer realidad la oración del Padrenuestro: “venga a nosotros tu reino”.
- ¡Ven, Señor Jesús!
Los cristianos son los discípulos de Emaús, ellos han reconocido al Señor al partir el pan y están llamado a salir a anunciar la vida nueva de la resurrección del crucificado a todos, pues la muerte no ha tenido la última palabra. La Iglesia se presenta como sacramento universal de salvación que lleva a su señor a todos los ambientes de pasión y cruz que vive la humanidad. En la vida de los laicos esto se expresa fundamentalmente por la caridad política: “El campo propio de su actividad evangelizadora, es el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía, y también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación de masas, así como otras realidades abiertas a la evangelización como el amor, la familia, la educación de los niños y jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento, etc.” (EN 70).
Esta lucha asociada de los laicos contra las causas de los grandes males de la humanidad, se convierte en una acción sacramental encarnando la vida del Resucitado en cada ámbito de la vida humana. Con ello, el laico encarna el reino desde la fe, revelando al hombre lo que es y lo que está llamado a ser; la esperanza, sabiéndose peregrino en la historia que está encaminada hacia la Jerusalén celestial de los “cielos nuevos y tierra nueva” de las que habla el libro del Apocalipsis; y la caridad, alimento y fuerza para el camino que recibimos principalmente por el Sacramentum caritatis, que es la Eucaristía, donde expresamos con las palabras nuestra misión diciendo “anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡Ven, Señor Jesús!