El ‘MANTERO’ con pijama de rayas

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‘Sólo queremos comer’, dice Alioune tras estar un año en prisión por vender ‘cedés’

En el patio de la prisión de Aranjuez, los presos le tomaban por mentiroso y los funcionarios le insistían en que no se habían caído de un guindo.


– A ver. ¿Y tú por qué estás aquí, moreno?


– ¿Yo? Por vender cedés.


– Anda yaaaa… Dice que por vender cedés…


Alioune se iba con su música pirata a otra parte. Si él les hubiera podido contar, si él pudiera contar lo que ha visto… Las fauces de espuma del océano, el llanto de un crío famélico y hasta la cara de un hombre muerto de miedo. Todo eso y más habían visto estos ojos de sangre y nácar. Todo, menos una prisión por dentro. Entró en la de Aranjuez hace un año, y es uno de los 50 manteros que pagan en prisión como campeones de la indecencia a pesar de unos botines de miseria. Esta es la balada triste de Alioune Diagne, que quedó libre el pasado miércoles y cuya historia sale hoy a la superficie tras aguantar la respiración de 27 años de mierda. Alioune, el mantero con pijama de rayas.


«Yo no conocía a nadie que hubiese entrado en prisión. Ni primos, ni hermanos, ni vecinos. Sólo yo». En casa eran siete hermanos y vivían sin agua, hacinados en 40 metros cuadrados alicatados de desdicha y sueños. Alioune era africano, pescador y pobre. Y, sobre todo, el mayor. Alioune era el mayor. Todos estudiaban en casa menos él, que junto al padre traía el dinero menguante. Así que lo hablaron y notó el empujón. Abrazó más que a ninguno al pequeñín de cinco años y se metió en un cayuco con 39 personas. Allí acurrucados, hablaban. Uno se compraría una casa y otro tendría un coche enorme. Otro sería famoso futbolista y otro no decía nada porque tenía pánico, ya ves.


Cuando abrió esos ojos, Alioune estaba ya durmiendo al raso en la madrileña parada de taxis de Méndez Alvaro. El que amanecía bajo una chaqueta en una esquina era él. Como un buen musulmán no roba, Alioune se puso a trabajar en lo único que pudo: vendiendo cedés y deuvedés. Todos le preguntamos alguna vez que cuánto era. Y él miraba así como asustado, ni que te fuera a vender droga.


Un mes afortunado ganaba 200 euros. Cada uno de los seis alquilados de casa pagaba 130. El capitalista de la manta desflecada mandó una vez 50 euros y otra evadió 30 rumbo al paraíso fiscal de su aldea. «Contaba la verdad a la familia, porque un hombre religioso no miente. Le decía que las cosas no iban bien, que no era como en la tele». Mamá le hacía pucheros al otro lado del teléfono.


– ¿Qué, madre? Que no la entiendo cuando llora.


– Que sigas luchando, hijo.


Huyó de la Policía que le perseguía y rompió las zapatillas de tanto correr. Hasta que le cazaron como a conejo. No opuso resistencia el delincuente, qué resistencia iba a oponer. Le cayó un año de prisión y una multa de 3.675 euros. Como no podía pagar, ingresó en la cárcel. En la inmensidad del módulo 11, Alioune se conmovió.«Estuve nueve meses allí sin querer hablar con mi madre. Sentía vergüenza de mí. Como no tenía noticias mías, mi madre pensaba que estaba muerto».


Además de Alioune, el comando mantero del módulo 11 lo formaban un chino, un chaval de Bangladesh y dos subsaharianos. Cuando se reunía con estos dos últimos montaban explosivos cargados de futuro.


El miércoles dejó la cárcel. En la mochila, tres libros: uno para sacarse el carné de conducir, un diccionario, y una novela policiaca cuyo argumento pretende contarnos Alioune en tiempo real. Afuera le esperaban los suyos (transfronterizo); con la manta que ponerle sobre los hombros.


«Yo no sé si me podrá escuchar algún artista, algún músico, algún actor. Sólo queremos comer, no somos malas personas», enarca las cejas y se mira las manos. «Aquí en España la gente llora ahora por la mala situación. ¿sabes?, nosotros desde que nacemos estamos en crisis»