El clan Rockefeller mantiene una considerable influencia en las altas esferas del poder político. De hecho, buena parte de los personajes que determinaron el rumbo y el ritmo de la política norteamericana estan vinculados umbilicalmente a las entidades del trust Rockefeller, cuando no procedieron directamente de los órganos directivos de las mismas corporaciones. El Consejo de Relaciones Exteriores, la Comisión Trilateral y el Bilderberg Group, entidades financiadas por los grandes oligopolios económicos de Rockefeller, han estado, en las últimas décadas detrás de los sobornos parlamentarios, los negocios sucios y las invasiones más escandalosas de que se tenga memoria. Ya lo había advertido Theodore Roosevelt, cuando tomó posesión a principios de siglo: «todo esfuerzo por desmantelarlo resultaría fútil, a menos que se hiciera de una manera que ocasionara un grave detrimento a todo el cuerpo político».
Por Luis Miguel Martínez Anzures
LA CRONICA DE HOY, (2004-06-24 )
Fue uno de los candidatos a la Casa Blanca, Robert Taft, quien en la década de los cincuentas manifestó: «desde mil novecientos treinta y seis, todos los candidatos republicanos a la presidencia de los Estados Unidos hemos sido nominados por el Chase Manhattan Bank», evidenciando públicamente la decisiva intervención de los dueños de la economía en las campañas y los compromisos de los triunfadores en las urnas.
El clan Rockefeller mantuvo durante las siguientes cinco décadas una considerable influencia en las altas esferas del poder político. De hecho, buena parte de los personajes que determinaron el rumbo y el ritmo de la política norteamericana a lo largo de ese periodo, estuvieron vinculados umbilicalmente a las entidades del trust Rockefeller, cuando no procedieron directamente de los órganos directivos de las mismas corporaciones.
La relación es tan numerosa que sólo pueden citarse algunos de los más significativos, entre los cuales figuran Douglas Dillon, James Forestal, John McCloy, Robert Patterson, Allen y John Foster Dulles, Winthorp Aldrich y Dean Rusk, destacados protagonistas todos ellos de la escena pública estadounidense de postguerra. La lista continúa con los hombres que constituyeron el relevo generacional de los primeros, como son Walt W. Rostow, Zbigniew Brzezinski y Henry Kissinger, salidos igualmente de los foros y organismos patrocinados por las Fundaciones Rockefeller.
El forjador de la saga, John Davison Rockefeller, nació en 1839 en un suburbio de Nueva York; descendiente de una familia de inmigrantes judío-alemanes llegados a Estados Unidos en 1733, conjugó en su personalidad, a partes iguales y en una suerte de simbiosis perfecta, la austera cicatería del buhonero y la ambición ilimitada del empresario depredador. Y como se comprenderá, un hombre adornado de tales cualidades estaba irremisiblemente abocado al éxito económico.
Trasegador y mercenario en la guerra de Secesión fundó el 10 de enero de 1870, la Standard Oil. A partir de ese momento se inició un ascenso imparable que acabaría desembocando en el dominio absoluto de la industria del petróleo. Por el camino quedaron sus competidores y un largo rosario de artimañas, extorsiones, sobornos e irregularidades de toda índole. Nada que no fuera la propia lógica del capitalismo llevada a sus naturales consecuencias. Desde entonces, la jaculatoria preferida del fundador de la dinastía sería «Dios bendiga a la Standard Oil», y la divisa de su imperio económico, perpetuada en el tiempo por sus descendientes, dice así: «Por el bien de la humanidad».
En 1911, John D. Rockefeller, adquirió un grueso paquete de participaciones de la Equitable Trust Company, convirtiéndose así en su accionista mayoritario. Nueve años después, esa entidad financiera manejaba ya un volumen de depósitos superior a los 250 millones de dólares y se había situado en el octavo lugar del escalafón bancario estadounidense. El siguiente paso tuvo lugar en 1930, cuando John Davison Junior ultimó la fusión de la Equitable Trust Company con el Chase National Bank, que pasó a convertirse de ese modo en el mayor banco del país.
El proceso de consolidación financiera culminaría finalmente en 1955, con la fusión del Chase National Bank y el Bank of the Manhattan Company, ligado al grupo Warburg, fusión de la que resultó el Chase Manhattan Bank, presidido desde 1969 por David Rockefeller, nieto del fundador de la dinastía y cabeza de la misma en la actualidad.
No es difícil advertir que la conformación de estos mastodónticos conglomerados económicos, que se acentuó con el transcurso del tiempo, contradice frontalmente las cacareadas reglamentaciones antitrust, así como el no menos vociferado sofisma del libre mercado, conceptos que no son en la práctica más que entelequias propagandísticas, como los hechos demuestran hasta la saciedad. En famosos juicios litigados por ambos conceptos ante los tribunales y la Suprema Corte, resultó triunfante el Trust. El único cambio que se produjo consistió en que dejó de operar con un solo nombre para hacerlo bajo varios distintos.
Fue así como nacieron La Standard Oil of New Jersey, la Standard Oil of Ohio, la Standard Oil Company of New York (SOCONY), la Vancuum Oil, la Humble Company, etc. El único resultado efectivo de aquella «desmembración» fue la espectacular subida experimentada por las acciones de la Standard en la bolsa neoyorkina, al punto que, en el breve plazo de cinco meses, el valor de las mismas aumentó en 200 millones de dólares, una cifra nada despreciable para el año 1911.
El Consejo de Relaciones Exteriores, la Comisión Trilateral y el Bilderberg Group, entidades financiadas por los grandes oligopolios económicos de Rockefeller, han estado, en las últimas décadas detrás de los sobornos parlamentarios, los negocios sucios y las invasiones más escandalosas de que se tenga memoria. Ya lo había advertido Theodore Roosevelt, cuando tomó posesión a principios de siglo: «todo esfuerzo por desmantelarlo resultaría fútil, a menos que se hiciera de una manera que ocasionara un grave detrimento a todo el cuerpo político».
Asimismo, un biógrafo de la familia, George Gilder sentenció en 1980: «Cuando David va a Rusia es tratado a cuerpo de rey. Y resulta curioso que nadie sea capaz de reverenciar, halagar y exaltar a un Rockefeller tan bien como lo hacen los marxistas».
La ambición rompió el saco. Las contradicciones geopolíticas acabaron con las dinastías superpoderosas. Hoy no existe en USA —y menos en otras latitudes— el árbitro supremo, ni en el seno del sistema, ni entre las grandes corporaciones. La sociedad y las cúpulas del dinero ya no cuentan con un fiel de la balanza, con un juez electoral, financiero, diplomático o transnacional. Cada quien se rasca con sus propias uñas, para lograr el mejor pedazo del caníbal. Se acabaron las dinastías.
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