‘El crucifijo no genera ninguna discriminación. Calla. Es la imagen de la revolución cristiana que diseminó por el mundo la idea de la igualdad entre los hombres, hasta entonces ausente’
De todos los símbolos que a diario perciben los jóvenes, la sentencia dictada el miércoles 4 de noviembre por el Tribunal de Estrasburgo -que prohíbe la exhibición del crucifijo en las aulas escolares italianas porque supone que es contraria al derecho de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones y al derecho de los niños a la libertad de religión- ha golpeado aquello que más representa una gran tradición, no sólo religiosa, del continente europeo. «El crucifijo no genera ninguna discriminación. Calla. Es la imagen de la revolución cristiana que diseminó por el mundo la idea de la igualdad entre los hombres, hasta entonces ausente». Quien escribió estas palabras, el 22 de marzo de 1988, fue Natalia Ginzburg en las páginas de «L'Unità», el diario fundado por Antonio Gramsci, entonces órgano del Partido Comunista Italiano.
Las palabras de esa escritora, a más de veinte años de distancia, expresan un sentimiento todavía ampliamente compartido en Italia. Lo demuestran las numerosas reacciones que han seguido al pronunciamiento del tribunal europeo. Mientras el Gobierno italiano ha anunciado que ha presentado recurso contra la sentencia, el mundo político ha manifestado casi unánimemente la falta de sentido común que supone la medida, subrayando cómo la laicidad de las instituciones es un valor muy distinto de la negación del papel del cristianismo. «Estupor y pesar» ha expresado en particular el director de la Sala de prensa de la Santa Sede, el jesuita Federico Lombardi, en una severa declaración emitida por Radio Vaticano y por el Telediario del primer canal de la RAI, la televisión pública italiana. «Es grave -afirmó- querer marginar del mundo educativo un signo fundamental de la importancia de los valores religiosos en la historia y en la cultura italiana». Y continuó: …»Sorprende, además, que un tribunal europeo intervenga seriamente en una materia vinculada muy profundamente a la identidad histórica, cultural y espiritual del pueblo italiano. No es este el camino adecuado para atraernos a amar y compartir más la idea europea que, como católicos italianos, hemos sostenido fuertemente desde sus orígenes».
La Conferencia episcopal italiana ha hablado de «visión parcial e ideológica», subrayando que en la decisión del tribunal «se ignora o se descuida el múltiple significado del crucifijo, que no es sólo símbolo religioso, sino también cultural».
Conviene recordar que en Italia el Consejo de Estado en 2006 ya había considerado legítimas las normas que prevén la exhibición del crucifijo en las escuelas, afirmando que ello no implica discriminación respecto a los no creyentes porque representa «valores civilmente relevantes y, especialmente, aquellos valores que subyacen e inspiran nuestro orden constitucional».
De hecho, la sentencia del Tribunal de Estrasburgo, con la intención de tutelar los derechos del hombre, acaba por poner en tela de juicio las raíces sobre las cuales se fundan esos mismos derechos, desconociendo la importancia del papel de la religión -y en particular del cristianismo- en la construcción de la identidad europea y en la afirmación de la centralidad del hombre en la sociedad. Bajo otro perfil, la decisión de los jueces de Estrasburgo parece inspirada en una idea de laicidad del Estado que lleva a marginar la contribución de la religión a la vida pública. Así se podría prefigurar un futuro no tan lejano en el que los ambientes públicos estarían despojados de cualquier referencia religiosa y cultural por miedo a ofender la sensibilidad de otros. En realidad, no es con la negación, sino con la acogida y con el respeto de las diversas identidades como se defiende la idea de laicidad del Estado y se favorece la integración de las distintas culturas. «El crucifijo representa a todos» -explicaba Natalia Ginzburg- porque «antes de Cristo nadie había dicho jamás que todos los hombres, ricos y pobres, creyentes y no creyentes, judíos y no judíos, negros y blancos, son iguales y hermanos».
Fuente: Natalia Ginzburg en L´Unitá, diario del Partido Comunista