El cura santo que convirtió a los gauchos pobres
Gran devoción de los argentinos por su cura Brochero que murió en 1914
Cuenta divertido el sacerdote salesiano Julio César Ramos, «Él solía decir a los gauchos, a la gente pobre del campo, que la misericordia de Dios es como una cabra que caga sobre un horno. Su cagada cae para todos lados». Literal. «Así le entendía la gente sencilla a la que visitaba a diario, montado en su mula Malacara. Su parroquia abarcaba 4.300 kilómetros cuadrados de una zona totalmente inhóspita, tras las sierras de Córdoba, donde estaban los pobres. Pero a todos visitaba. Entraba a tomarse su matecito, a charlar, y acababa llevándolos a la Villa del Tránsito –ahora Villa Cura Brochero– a hacer los ejercicios espirituales ignacianos». De hecho, en la casa que construyó ex profeso para los ejercicios «había gauchos durmiendo en los pasillos, unos sobre otros. Nadie quería perderse los sermones del cura. La gente salía transformada».
«No se quedó peinando ovejas»
El proceso de canonización se inició en la década de 1960. El cura de la Pampa muestra, en palabras del Pontífice, «la actualidad del Evangelio. Es el ejemplo de ir a la periferia geográfica y existencial para llevar la misericordia de Dios». «No se quedó en la sacristía a peinar ovejas», añadía el Papa.
El cura fue también un defensor del progreso de su pueblo: «Peleó con todos los políticos por la llegada del tren», explica Julio César Ramos. Tanto amó a su gente que murió leproso, tras contagiarse por visitar a enfermos.
Solo tres años después de ser beatificado, el Vaticano reconoció la semana pasada el segundo milagro de José Gabriel Brochero. Camila Brusotti, de 8 años, recibió una paliza mortal a manos de su madre y de su padrastro. Con un infarto cerebral, según los médicos estaba destinada al estado vegetativo. «Aunque no está curada del todo, la recuperación a nivel cognitivo llega casi al 100 %», afirma Ramos.
Ser «presencia viva de Cristo» es un requisito para la santidad, el cura Brochero lo fue entre los gauchos.
Autor: María Martínez y Cristina Sánchez
Fuente: Alfa y Omega