Hace casi sesenta años, un sacerdote vizcaíno y cinco alumnos de la escuela profesional que fundó en Mondragón, echaron a andar el taller que dio origen a la cooperativa Fagor. Aquello fue el embrión de la corporación de más de 100 cooperativas con más de 80.000 trabajadores que constituye el mayor grupo cooperativista del mundo con presencia en más de cien países de Europa, Asia y América.
Esta experiencia industrial ha sido estudiada en muchas universidades del mundo como ejemplo de un modelo de producción capaz de desafiar al modelo capitalista imperante.
Hoy Fagor ha cerrado agobiada por su enorme deuda. Los marxistas celebran este fracaso, pues nunca creyeron en otra cosa que en un sistema económico de dirección centralizada. El mundo capitalista, también se frota las manos y recomienda a los cooperativistas que abracen, aún más, las nuevas formas de hacer negocios acordes con los tiempos que corren.
La que presumía de empresa modelo cayó víctima de su alejamiento de los principios que la vieron nacer: la solidaridad y la autogestión. En pleno proceso globalizador, una cooperativa no puede hacer frente a los retos de la economía de forma solidaria abriendo plantas en China, Brasil, Polonia, etc., con forma de sociedad anónima y pagando salarios de explotación. Es decir, actuando como una multinacional más. Tampoco es cooperativo el que las decisiones estratégicas se dejen en manos de expertos fuera del control de los trabajadores.
Hace falta un cooperativismo solidario y militante. Ningún político habla de cómo disminuir la brecha que se ensancha entre los rendimientos de capital y del trabajo. Las reformas laborales más recientes han creado un marco que debilita el poder del trabajo en la economía y provoca la extensión de los trabajadores pobres. En la moderna empresa capitalista, la brecha salarial entre trabajadores y ejecutivos es de 1 a 500 y creciendo. En el mundo cooperativo, en cambio, la ratio salarial es de 1 a 5. Caminamos a un mundo empresarial salvaje empleado en aplicar a fondo la devaluación salarial exigida por los organismos financieros que gobiernan el mundo. En un mundo de competitividad brutal de todos contra todos, las oportunidades son para las multinacionales que pueden comprar a precios de ganga la riqueza de los países.
Hay países europeos con sectores de economía mayoritariamente en manos de cooperativas ¡sin leyes de cooperativas!. Y encima construyen alianzas internacionales con otras cooperativas al margen de estados y reglamentaciones legales. En España, en cambio, tenemos no una, sino diecisiete leyes de cooperativas que crean una dependencia asfixiante de las burocracias autonómicas. Así se explican los índices de paro que tenemos y que nos hayamos hipotecado con rescates bancarios.
Guillermo Rovirosa empeñó mucho trabajo y estudio en construir una empresa a la medida de la persona. Su conclusión fue que sin formar cooperativistas no hay cooperativa posible. Hay que construir el hombre cooperativo en primer lugar. ¿Pensaron en esto en Fagor?.
Editorial de la revista Autogestión