«El gran silencio»: la vida de los cartujos vence a Harry Potter

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La que parecía que iba a ser la película de la década ha sido desbancada por una comunidad de monjes orantes. La contemplación ha ganado a la magia de Rowling.

La Razón

 

En una época en la que cinco minutos de silencio son un lujo, la película-documental de Philip Gröning puede convertirse en un auténtico shock para el público abonado al café y a la agenda repleta. Y es que «El gran silencio» es eso: un prolongado silencio, 162 minutos de pura quietud. Ambientada en el monasterio cartujo de Grenoble, en Francia, relata con imágenes -que no con conversaciones- la vida cotidiana de los monjes: la oración litúrgica, la meditación, el trabajo, los cantos gregorianos, los paseos por la naturaleza, la vida en comunidad… Todo ello envuelto en un silencio pacífico, entre las campanas del monasterio, la música sacra que recitan, las hojas de los árboles que caen y el viento que sopla. Y muy poco más. Porque si los cartujos se distinguen por algo es precisamente por pasar todo el día en silencio, en constante oración.

Alguien podría pensar que esta película-documental estaba condenada a pasar desapercibida ante el gran público, aparentemente ansioso de thrillers de acción y suspense, y poco interesado en un film que rebosa paz y tranquilidad por los cuatro costados. Pero no ha sido así. En Alemania, «El gran silencio» ha sido un auténtico éxito de taquilla, que ha superado con creces a Harry Poter en la media de público por proyección. La que parecía que iba a ser la película de la década ha sido desbancada por una comunidad de monjes orantes. La contemplación ha ganado a la magia de Rowling.

Un largo proceso. Cuando Philip Gröning comenzó a idear la película corría el año 1984. Habló con la orden monástica sobre la posibilidad de grabar el film ese mismo año. ¿La respuesta? Era demasiado pronto: «Dentro de diez o quince años, quizá». Está claro que el tiempo en un claustro no se mide igual que en una oficina. Finalmente, en 1999, el momento había llegado. El director recibió una llamada del monasterio del «Gran Charteuse» de Grenoble, en los alpes franceses, el referente de todas las cartujas del mundo. Los preparativos previos a la grabación le llevaron a Gröning dos años. El rodaje, seis meses. Él solo ha grabado, producido y montado la película. Para ello, no ha querido usar luz artificial, ni música de fondo añadida, ni ningún elemento decorativo que no estuviera ya en el monasterio. Sólo quería grabar la realidad, y por eso vivió medio año con los cartujos.

En 2005, Gröning presentó la película en el Festival de Venecia, en la sección dedicada al lenguaje experimental («Horizontes»). Y después vino el éxito. Primero, en su tierra natal, Alemania. Ahora, en Italia, donde crítica y público también han acogido «El gran silencio» favorablemente. Será porque la vida de una de las órdenes monásticas más austeras y desconocidas del mundo ha salido a la luz a través de una película donde el factor tiempo es sólo una circunstancia secundaria y el silencio se convierte en una actitud vital.