Rocío Lancho García
Fuente: L’ Osservatore Romano
La República Democrática del Congo es el segundo país más grande de África. Posee grandes riquezas naturales y sin embargo es uno de los últimos países del mundo en el Índice de desarrollo humano. Por eso se dice de él que es un «escándalo geológico». ¿A qué se debe?
La guerra civil en Sudán del Sur empezó como una guerra política y de ambición y lo sigue siendo, pero como los líderes pertenecen a distintas tribus está tomando mucho tinte racial. Además, las distintas facciones militares están muy descontroladas. Existe un «genocidio silencioso». Como no hay justicia y ante los crímenes hay impunidad, la gente se toma la venganza por su mano. Y es gente hambrienta, que ha vivido tragedias y está traumatizada. Todo esto lleva a despersonalizar y relativizar el valor de la vida humana. Se están realizando auténticas masacres, sin excluir a nadie, ni siquiera los niños o bebés se salvan.
Dos países sumergidos en una auténtica espiral de miseria, hambre, violencia e inestabilidad por los que el Papa Francisco ha pedido una jornada de oración y ayuno. Este 23 de febrero se responde a esta invitación para, de alguna, manera llevar un poco de esperanza y sobre todo escuchar el grito de estas personas que nos piden que no les olvidemos.
Victoria Eugenia Braquehais Conesa, misionera de 41 años española y de la congregación de religiosas Pureza de María, explica a L’Osservatore Romano que la situación actual en República Democrática del Congo se debe a causas internas de ambición por el poder, corrupción, avidez, luchas tribales. Pero también a una amalgama de intereses internacionales, porque todo el mundo quiere un «pedazo del pastel». Se habla mucho del coltán, que es el foco del conflicto en el este, pero hay muchas más cosas. Desde 2009 Victoria vive en Kanzenze, un poblado de la provincia de Lualaba, al sur del país. Por lo vivido en estos años cree que la esperanza para este pueblo puede brotar de la educación. «La educación, como dice el Papa, es uno de esos caminos que llevan a generar procesos y no a ocupar espacios. Decía Nelson Mandela que es el arma más poderosa para cambiar el mundo. Educar da fruto», nos dice. A la fundadora de su congregación, Alberta Giménez, le gustaba decir que «la educación no es la obra de un día, sino el resultado de una acción ejercida continua y constantemente» que «se extiende como una semilla» y que hace que las personas «por sí mismas huyan del mal y anhelen el bien». Este país está constituido por unos 80 millones de habitantes, y la mayoría son jóvenes. Por eso, la misionera cree en el encuentro de generaciones y en la lectura de la historia. Cree que este pueblo es capaz de sacar lo mejor de sí mismo, con la ayuda y la Gracia de Dios. Y también cree que si el pueblo puede elegir democráticamente, se puede esperar un futuro de prosperidad y de paz.
En este país —nos cuenta la misionera— han vivido muchas cosas bonitas, gracias a muchas personas, fundaciones, ong. Por ejemplo, se ha rehabilitado y construido la Escuela Infantil-Primaria Mikuba, ha mejorado mucho el Hospital General de Referencia, se ha construido un nuevo instituto de secundaria, mucho mejor y más equipado, se han llevado a cabo y están en marcha microcréditos y proyectos que han ayudado particularmente a la mujer en riesgo de vulnerabilidad y exclusión, se está haciendo un proyecto integral para la canalización de agua. Y esto da esperanza. «Muchas veces la gente nos dice que sostenemos su esperanza, que con nosotras son más fuertes, que les llevamos el consuelo de Jesús a través de nuestra presencia y acciones concretas», asegura Victoria. Al mismo tiempo, añade que «es un intercambio bonito porque también a mí vivir en Kanzenze me va cambiando la cabeza, el corazón, las manos, la manera de hacer, de conocer a Jesús… que se va haciendo en mi carne y vida africana». Por eso, la misionera admira mucho «la resiliencia, la fe y la alegría de este pueblo que me acoge». Al mismo tiempo, reconoce que el país se va deteriorando. Y aunque es difícil explicarlo todo, pone dos ejemplos. Durante los primeros años desde que llegó a República Democrática del Congo, 1 $ equivalía a 900 fc pero, de pronto, en menos de dos años, ha ido en caída libre, hasta llegar a los 1.700 fc (e incluso un poco más). Y esta devaluación de la moneda «trae un sufrimiento enorme a la vida de las personas». Otro ejemplo son las elecciones, que tenía que haber habido a finales de 2016 y no tuvieron lugar. Luego se dijo que en 2017. Luego, que a finales de 2018.
A propósito de la jornada propuesta por el Papa Francisco, Victoria hace referencia a una catequesis del Pontífice, del 20 de septiembre de 2017, en la que invitaba a no rendirnos a la noche. Nuestro pueblo —lamenta— atraviesa una oscura noche de inestabilidad política, social y económica. La mayoría de la gente lucha día a día por sobrevivir. Millones de personas no pueden alcanzar los niveles básicos necesarios en alimentación, sanidad, salud. La libertad de expresión se ve amenazada constantemente. Pero muchos, como decía el Papa, en mil modos y maneras —según se lo inspira el Espíritu Santo— abren brechas y caminos, a veces a costa de su propia vida o con la entrega cotidiana y silenciosa. Los que hablan y luchan abiertamente por sus libertades, los que empujan sus bicicletas cargadas de carbón para pagar la escolarización de sus hijos, las mujeres que sostienen sus hogares con tanto sudor y esfuerzo. Asimismo, subraya que la oración puede mantener viva esta llama. Por eso pide que «el Señor nos dé, a través de la oración, un corazón de niño, para creer y esperar». Agradece también que el Papa no se olvide nunca de los pobres, los lleva en el fondo de su corazón, mira el mundo desde las periferias. «El Papa es un padre que nos cuida, nos quiere y lo sentimos muy cerca. Y eso es algo que podemos vivir todos, porque es el saberse y sentirse pueblo de Dios», precisa Victoria.
Solidarity with South Sudan es un proyecto de la UISG (Unión internacional de superioras generales) y de USG (Unión de superiores generales) sostenido por más de 260 institutos, congregaciones, donantes y agencias internacionales. Surgió en 2005 como idea de los religiosos y llamada de los obispos de Sudán para que fueran. Nadie podía ir solo y decidieron unir a todas las congregaciones masculinas y femeninas juntos a hacer comunidades. Se decidió hacer escuelas de formación de maestros, enfermeras y comadronas, proyecto agrícola, y acompañar pastoralmente formando agentes de la conferencia episcopal. Y por supuesto también promover la paz y la reconciliación. Esto era antes de la independencia, que había mucha esperanza. Lo explica Yudith Pereira Rico rjm, directora ejecutiva del proyecto. Ella entró en este proyecto en 2013 y visitó por primera vez el país justo un mes antes de que estallara la guerra. En el gobierno empezaron las acusaciones de corrupción, un gobierno que se había formado con personas de tribus diferentes. Y son tribus tradicionalmente guerreras. Con el conflicto armado se destruyeron las esperanzas de la unidad porque todavía no había conciencia de unidad de pueblo, se estaba haciendo.
«No nos olvidéis». Eso es lo que pide la gente. Ni dinero ni comida. «Por favor, no os olvidéis de nosotros». Y el Papa no olvida y estos momentos ayudan a que los demás tampoco lo hagan.
La religiosa indica que las comunidades que tienen allí presentes responden a una peculiaridad: mujeres y hombres de distintos países y de distintas congregaciones. Esto se convierte en un modelo para sus alumnos de los centros de formación. Es así como se está creando una conciencia de solidaridad, haciendo real su propio nombre.
Al respecto, Yudith asegura que la gente, los ciudadanos de a pie, tiene mucha esperanza. Aunque la situación es muy dura y hay muchos intereses externos. Se está expoliando al país y por eso no hay interés en que acabe el conflicto. Mientras Sudán del Sur se tiene que centrar en el conflicto, los recursos siguen siendo extraídos.
Ante este drama, la misionera subraya que tanto jóvenes como mujeres son un ejemplo de esperanza y capacidad de aguante. Quieren un futuro y se ven capaces de diálogo. Una esperanza, que tal y como les cuentan los propios sursudaneses, viene de la fe.
Por otro lado, invita a pasar del concepto de «millones de personas» a «una persona». Podemos pensar en 8 millones de desplazados, pero de nada sirve si no sabemos cómo es la vida de un desplazado. Las cifras, lamenta, no ayudan, nos blindan. Por eso, la exhortación a pensar: ¿qué podríamos hacer y no estamos haciendo? La propuesta del Papa de ayuno y oración nos da la clave.
La religiosa asegura que el ayuno nos libera de distracciones y cosas que ocupan el corazón y la vida y no nos dejan ser libres y nos sitúa al nivel de esa conciencia de ayudar a otro. La limosna, del mismo modo, nos lleva a compartir. Todo esto nos ayuda a reducir la enorme brecha entre tenerlo todo y no tenerlo nada. Mientras que la oración nos abre el corazón, a Dios y a los demás.
Por último, hace referencia a otra de las grandes tragedias que allí se vive. Los niños soldado. Recientemente se ha liberado a 300, pero son 14.000 los que todavía siguen en este dramático destino. Son niños y niñas que reclutan desde la edad en la que pueden cargar un fusil, en zonas muy aisladas. Estos grupos de «rebeldes» llegan a los poblados, alcoholizados, hambrientos, y arrasan con todo. Y quien no quiere enrolarse, termina torturado y quemado vivo. A los niños les obligan a matar a sus padres, destrozando así sus propias vidas. Los que hacen esto sufrieron lo mismo, y ahora se defienden de la masacre y del trauma haciendo lo mismo.
Por eso, concluye la religiosa, la llamada del Papa es por la población de Sudán del Sur pero también por la indiferencia del resto del mundo. No podemos aceptar —lamenta— que se pierdan vidas humanas, son hermanos nuestros.