La guerra de Siria se remonta ya a marzo de 2011 y es una de esos conflictos silenciosos que Occidente ha olvidado, consentido y quién sabe si lucrado. Se calcula que son más de 100.000 muertos y cerca de 2 millones de refugiados el coste de esta guerra.
Eso sin contar los heridos, los traumas, los niños marcados para toda su vida, los odios y las mil secuelas que dejará tras de sí como un reguero sangriento. Los cristianos de Siria son una minoría de apenas el 5% de la población aumentada por muchos refugiados iraquíes que habían huido del terror de su país. Ahora se han visto en mitad de un fuego cruzado de odio que a ningún lado conduce.
Si los misiles americanos cruzan los cielos de Siria, sólo se puede esperar una muy peligrosa escalada en el conflicto, que rompería aún más el frágil equilibrio de Oriente Medio. Con fuerza y firmeza ha hablado en contra de esta posible intervención militar de Estados Unidos el patriarca Gregorios III, líder de la iglesia griega melquita suplicando que se deje un sitio a la paz. El líder iraquí de la Iglesia católica caldea, Louis Sako, ha hablado del desastre que sería esta escalada en el conflicto. Y el Papa Francisco, enormemente preocupado, ha convocado a los creyentes de todas las religiones a una jornada de oración y ayuno el próximo 7 de septiembre para pedir por la paz.
Frente al grito de terror del que espera la bomba o el misil a punto de impactar, frente al grito de triunfo del francotirador o del artillero que acierta un objetivo, frente al grito del odio, alcemos más fuerte que nunca el grito de una humanidad que no quiere ser indiferente a tanto mal, el grito de una humanidad que suplica a Dios que cambie los corazones de piedra por corazones de carne. ¡Alcemos el grito de la paz!
Autor: Javier Menéndez Ros