El hambre es la mayor guerra de la humanidad

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Cuando eliminemos el hambre de la Tierra, esto significará el fin de la prehistoria, o si se quiere y dicho en otros términos, el fin del periodo “humanoide”… Cuando no haya hambre, podremos marchar todos en la fase de la historia humana. No afirmo que habrá iniciado la historia de la humanidad, sino que habremos comenzado a vivir como humanos, esto es, que ya seremos capaces de apreciar la vida (la nuestra y la ajena), que usaremos la razón y, sobre todo, que sabremos amar. Una conciencia planetaria y de comunión de destino, nos impulsará a vivir en comunión con los otros hombres y con la naturaleza. Esta revolución ocurrirá si decidimos convertirnos en seres humanos. Por esta fe en el hombre apostamos.

El siglo XX comenzaba con un firme propósito: ser el siglo de la paz. Así empezó allá en 1900, en París, la exposición internacional y el monumento a la ansiada paz. El optimismo positivista impregnaba las relaciones entre las naciones, donde algunos se atrevían a decir que las guerras eran cosas del pasado y que no habría conflicto que no pudiera dirimirse alrededor de una mesa, ante los organismos internacionales, que ya comenzaban a gestarse.

Acabado ya el S.XX podemos afirmar que ha sido el siglo de la GUERRA, el siglo donde no ha existido ni un solo segundo de paz. Los historiadores se ponen de acuerdo al afirmar que, hasta ahora, el siglo XIII había sido el siglo más violento de la historia conocida. El siglo XX ha roto todas las escalas. Sólo en él se han producido tantas atrocidades como en el resto de los milenios de la humanidad juntos.

Ha sido tal el desengaño, que de un siglo donde se ha querido demostrar a toda costa que el hombre se sobraba así mismo, que no hacía falta Dios, hemos pasado a comienzos de otro donde predomina una gran confusión.

Es tal la confusión, que de lo más importante que la humanidad tiene planteado apenas se dice nada. El HAMBRE provocada es, y con mucho, el problema humano más grave que pesa hoy sobre la conciencia del hombre. No lo es el terrorismo, no lo es el choque de civilizaciones, no lo es la ecología, no lo es la globalización… El 80% de los seres humanos mueren en la miseria, mientras un 20 % disfrutan de más del 90% de las riquezas mundiales. Lo único realmente globalizado es la miseria. Los últimos datos de la FAO y el PNUD 2002 (programa de la naciones unidas para el desarrollo) afirman que estas desigualdades se incrementan. El hambre es, por tanto, la forma más común de morir.

¿POR QUÉ ENTONCES HAY HAMBRE EN EL MUNDO?

En palabras del que fue presidente de la FAO, Josué de Castro, el hombre que tiene hambre, que sufre hambre toda su vida, no es, no puede ser un hombre libre; es esclavo de su hambre que le cierra los ojos, los oídos y el corazón. Entonces, la pregunta que surge inmediatamente, es ¿por qué entonces el hombre permite que exista esta guerra?

La producción alimentaria mundial es suficiente para responder a las necesidades actuales, crece a un ritmo superior al del crecimiento demográfico y no es en la actualidad la causa del hambre. Las fatalidades naturales, como se ha dicho en ocasiones, desempeñan un papel ínfimo. Por ello las soluciones de carácter técnico siempre se han revelado como parciales e insuficientes. Las causas del hambre son fundamentalmente políticas y, por tanto, también las respuestas deben partir de este campo. Jean Ziegler, relator especial de las Naciones Unidas, lo sintetiza muy bien: “Hay hambre en el mundo porque impera un sistema asesino: el capitalismo especulativo mata cada día a 100.000 personas de hambre. Antes del capitalismo también había hambre pero era una fatalidad: no tenía solución. Hoy sí la tiene. Hoy hay superabundancia de alimentos. ¡El hambre es remediable! Lo dice la FAO: La agricultura mundial permitiría alimentar a 12.000 millones de personas, ¡el doble de la actual población del planeta!”

Es por tanto evidente, que no hay voluntad política de acabar con el hambre y así se reconoce, incluso, desde los propios círculos del poder. Periódicamente la FAO celebra cumbres internacionales sobre la alimentación, poniéndose compromisos a medio plazo de erradicación de la miseria. La penúltima, celebrada en 1996, establecía la fecha tope del 2015 para reducir a la mitad el número de hambrientos en el mundo. Fue firmado por 183 países, entre ellos los 29 de la OCDE (los países más enriquecidos del planeta). La última cumbre celebrada en Roma en junio del 2002, constató el absoluto fracaso del compromiso. A 12 años de vencer la fecha, la miseria, no sólo no ha descendido sino que se ha incrementado. Toda la cumbre fue un escándalo, desde el punto que fue aplazada en dos ocasiones por las exigencias del 11-S, pasando por la ausencia total de los jefes de estado y de gobierno de los países de la OCDE, hasta el adelanto de la clausura para poder ver la semifinal del Mundial de Corea. Juan Pablo II, profético como siempre, en el discurso de inauguración tuvo que recordarles toda ausencia de ética y moral: Si los objetivos de 1996 no se han alcanzado puede atribuirse a la falta de una cultura de la solidaridad y a la existencia de relaciones internacionales caracterizadas por un pragmatismo en el que brilla por su ausencia toda ética y moral.

LA PARADOJA DE LA MISERIA.

 

Es por tanto indudable que existe el hambre porque interesa. El hambre es negocio. La miseria es el verdadero motor del capitalismo. La miseria es el combustible de la opulencia. Las viejas palabras de Leon Bloy son hoy más ciertas que nunca: El dinero es la sangre del pobre. Las relaciones económicas profundamente desequilibradas (empresas transnacionales, deuda, externa, aranceles, subvenciones…), el control financiero (los precios de la materia prima del Sur se ponen en los mercados bursátiles del Norte…) y tecnológico (patentes, fuga de cerebros,…) por parte de la minoría enriquecida, y el control de los núcleos de poder (medios de comunicación, organismos internacionales, ejércitos…) sostienen, perpetúan y se benefician del actual estado de las cosas.

Pero, por otra parte, esta situación es insostenible. El hambre es una auténtica bomba de relojería. Y en este punto es donde se plantea la paradoja del capitalismo. Como afirma Samir Amin: El sistema se mantiene a base de aumentar el número de excluidos y va “superando” sus contradicciones ¿Hasta cuando? Es la pregunta fundamental desde la perspectiva de las víctimas”. De esto, los poderosos son perfectamente conscientes. Así, el que fue presidente del FMI, Michael Candessus decía recientemente en una entrevista que “La mayor amenaza sistemática es la situación de pobreza intolerable y el hecho que la globalización, cualesquiera que sean las promesas, crea un riesgo de inestabilidad financiera y de marginación constante .

Es así, que en esta nueva fase del conflicto fuertes-débiles, los primeros tienen que superar sus contradicciones, sino quieren dar al traste con sus privilegios, y que la bomba del hambre les estalle en las manos.

En este desequilibrio, lleva el capitalismo ya decenas de años. Son muchas las voces que desde hace décadas vaticinan el colapso , pero lo cierto es que las constantes reestructuraciones del sistema, su permanente crisis, su cambiar todo para que nada cambie, le mantienen a flote. Lo único cierto es que la violencia se está generando mayoritariamente en los más empobrecidos. En África, por ejemplo, el mapa del hambre se superpone al mapa de la guerra y la enfermedad.

Se trata a fin de cuentas de controlar la miseria, de mantenerla en unos márgenes que al mismo tiempo que permite buenos negocios y mercados, impida la explosión del sistema de privilegios que con tanto sufrimiento se ha creado.

UNA NUEVA CULTURA. ACABAR CON EL HAMBRE ES UN DEBER.

Este siglo que estamos empezando, es sin duda el siglo del hambre. En manos del hombre está el que no pase lo que sucedió en el siglo XX. Es obligación moral para todas las personas, y en especial de los cristianos, luchar para que esta situación no perdure, no ya 12 años, sino ni un minuto más. Es así como este drama, por humano, se convierte en religioso, y es deber de la cultura, la ciencia, la educación, la teología… sean hechas desde esta perspectiva

Ante esta situación, sólo existe una salida en palabras de Juan Pablo II: Es decir una revolución. Revolución que ha de suponer ante todo un vuelco de las conciencias, una nueva cultura, en definitiva una contextura moral y espiritual, como aquella que movió e irrumpió la solidaridad en la historia el movimiento obrero, último gran intento de liberación de los débiles.

Los caminos de la violencia están ya en extremo explorados. La han usado los poderosos y los pobres. Es estéril, es un callejón sin salida de la historia. La nueva cultura de la que hablamos, debe usar medios no violentos, debe basarse en la fraternidad y la mansedumbre. En esta nueva cultura que queremos alumbrar no hay hueco para la pasividad, no hay sitio para el derrotismo. Todo a nuestro alrededor clama, grita un cambio, invita a luchar. Y sólo la lucha genera esperanza, y la esperanza aliento para retos mayores.

Estos luchadores creen en la fuerza de la debilidad. Todo lo grande, primero fue pequeño. El premio Nobel de economía, Stiglitz, afirmaba recientemente, que el movimiento jubileo 2002, empezado con pequeñas acciones por 4 organizaciones católicas, tuvo mucha fuerza en el alivio de la deuda e influyó, pese a sus resistencias, en las políticas del FMI.

Estos luchadores de la solidaridad en el siglo XXI, sobre todo tienen fe en Dios, porque Dios es solidaridad. Tienen, por tanto, a pesar de todo, fe en el hombre, porque la grandeza de la paternidad de Dios, es que nos hace a todos los hombres hermanos.

Podemos concluir con las palabras de Ander-Egg E., en su libro Respuestas al hambre:</i<

“Cuando eliminemos el hambre de la tierra, esto significará el fin de la prehistoria, o si se quiere y dicho en otros términos, el fin del periodo “humanoide”… Cuando no haya hambre, podremos marchar todos en la fase de la historia humana. No afirmo que habrá iniciado la historia de la humanidad, sino que habremos comenzado a vivir como humanos, esto es, que ya seremos capaces de apreciar la vida ( la nuestra y la ajena), que usaremos la razón y , sobre todo, que sabremos amar. Una conciencia planetaria y de comunión de destino, nos impulsará a vivir en comunión con los otros hombres y con la naturaleza. Esta revolución ocurrirá si decidimos convertirnos en seres humanos. Por esta fe en el hombre apostamos.”


Por Raquel Martínez y Rodrigo Lastra
Matrimonio militante cristiano, miembros del Movimiento Cultural Cristiano. Ingeniera y Médico.

Publicado en La Revista Id y Evangelizad de febrero de 2004