El intelectual Miguel Unamuno realiza una reflexión de la realidad del pueblo vasco pronunciando el grito inequívoco de ¡No matarás!

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(de las cartas abierta, publicadas en El Defensor de Granada en 1898)

[…] Sé que a muchos parecerá lo que voy a decir una atrocidad, casi una herejía, pero creo y afirmo que esa fusión que se establece entre el patriotismo y la religión daña a uno y a otra. Lo que más acaso ha estorbado el desarrollo del espíritu cristiano en España es que en los siglos de la Reconquista se hizo de la cruz un pendón de batalla y hasta un arma de combate, haciendo de la milicia una especie de sacerdocio. Las órdenes militares y la leyenda de Santiago en Clavijo son en el fondo impiedades y nada más. El patriotismo tal y corno hoy se entiende en los patriotismos nacionales es un sentimiento pagano. Decimos con los labios que todos los hombres somos hermanos, pero en realidad practicamos el adversus aeterna auctoritas, y tenemos de la fraternidad la idea que tienen las tribus salvajes: sólo es hermano el de la misma tribu.

Tiene usted muy triste razón cuando afirma que el cristianismo apenas se ha iniciado, que no es más que una débil capa en los pueblos modernos. El evangelio de éstos es, en realidad, ese condenado Derecho romano, quintaesenciado sedimento del paganismo, médula del egoísmo social anticristiano. Cuando se dirija usted a mí, amigo Ganivet, puede decir del Derecho cuantas perrerías se le antojen, porque lo aborrezco con toda mí alma y con toda ella creo, con San Pablo, que la ley hace el pecado. Derecho y deber, estas dos categorías con que tanto nos muelen los oídos, son dos categorías paganas; lo cristiano es gracia y sacrificio, no derecho ni deber.

Y ¡a qué monstruosidades nos ha llevado el infame contubernio del Evangelio cristiano con el Derecho romano! Una de ellas ha sido la consagración religiosa que se ha querido dar al patriotismo militante […].

Hoy, que tanto se habla por muchos del reinado social de Jesús, se debía meditar algo más en que tal reinado no puede ser más que el reinado de la paz y de la justicia, de la paz sobre todo, de la paz siempre y a toda costa. No hay fariseísmo que pueda empañar el claro y terminante: ¡no matarás! Y si para no infringirlo hay que renunciar a ciudadanías históricas, se renuncia a ellas.