EL MENSAJE DE LA MISERICORDIA

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Entrevista con monseñor Bruno Forte de la Comisión Teológica Internacional
–¿Qué quiere decir «misericordia»?

–Monseñor Forte: Hay dos dimensiones fundamentales en el concepto de «misericordia». El primero es el que se expresa en la palabra griega «eleos», es decir la «misericordia» como actitud de compasión hacia la miseria del prójimo, un corazón atento a las necesidades de los demás.

Pero, junto a ésta surge otra acepción, ligada a la palabra judía «rahamim», que tiene su raíz en el «regazo materno», es decir, indica el amor materno de Dios. ¿Qué es esta misericordia? San Bernardo la explicaba diciendo que Dios no nos ama porque somos buenos o bellos, sino que lo que nos hace buenos y bellos es su amor, el amor materno de Dios. En las dos acepciones surge una idea fundamental que llena de esperanza el corazón humano, es decir, Dios está dispuesto a acogerte y a comenzar de nuevo contigo, independientemente de tu historia, de tu pasado, de tu experiencia de alejamiento e infidelidad.

El final del siglo ha estado caracterizado por grandes tragedias, así como por la gran tragedia del mal. Yo creo que el Papa, al inicio del nuevo milenio, ha querido relanzar este evangelio de la «misericordia», es decir, el evangelio de un Dios que está dispuesto a recuperar al hombre independientemente de la situación en que se encuentre. Un Dios que está dispuesto a volver a comenzar con nosotros.

–¿Cómo es posible creer en esta «misericordia» ante el mal que vemos en el mundo?

–Monseñor Forte: La fe siempre es un desafío. Es un desafío para el hombre de toda época. Para el hombre de hoy es un desafío creer en esta locura del amor, la locura del amor de Dios, su «misericordia». Pero creo que el Papa no tiene miedo de lanzar este desafío al hombre, porque sabe que es el único desafío que vale la pena ser lanzado y acogido.

–¿Qué debe hacer el hombre para entrar en este misterio de la «misericordia» de Dios?

–Monseñor Forte: Rendirse. La humildad es el camino para hacer la experiencia de la «misericordia». La entrega de sí, la confianza, es quizá lo que más le cuesta a nuestro orgullo, al orgullo de la razón adulta de la modernidad. Pero precisamente por este motivo la humildad es la única puerta que nos introduce en el misterio de la «misericordia» de Dios. Con Dios se vence si se pierde.