El Negocio de las ONGs en África

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Para que los niños europeos se ganen el cielo, es suficiente con que tiren las cosas al lugar adecuado: las botellas, al contenedor verde; el cartón, al contenedor azul y los cachivaches a las cajas para los negritos que “necesitan de todo”.

No lo dice un cualquiera. Es una frase del libro Blanco bueno busca negro pobre,  es­crito por el antropólogo Gustau Nerín, que ha desarrollado su carrera profesional durante los últimos años en Guinea Ecuatorial. Cooperante desde hace dos décadas, Nerín ha vivido anéc­dotas para todos los gustos. Y, al final, se ha decidido a escribir un libro sobre la cooperación. Lo que pretende con su obra es lanzar una voz de alerta sobre la inutilidad de la cooperación tal y como es entendida en la actualidad.

“Se ha de ir hacia otro orden donde se respeten las formas de actuar distintas. Desde el Norte, se dictan normas tecnocráticas, pero se ha de dejar a otros mundos que existan. El mío intenta ser un libro donde se aborda el tema con un cierto sentido del humor, que no parezca frío. Está vivido desde el terreno y quiere sólo desacralizar el icono inatacable de la bondad moderna”, dice Nerín a El Confidencial. Relata el antropólogo que los cooperantes toman el lugar de los líderes sociales africanos. Son ellos “los que los sustituyen como ‘representantes’ de las sociedades donde trabajan. Pero los cooperantes pertenecen a un universo cultural completamente diferente al de los ‘beneficia­rios’. Por eso, al hablar por ellos no hacen sino suplantarlos en nombre de una ‘ciudadanía global’ que no existe más que en sus cabezas”, dice en el libro.

Nerín critica especialmente que ahora hay mucha gente que gana dinero con la pobre­za. E incluso afirma que “el modelo de coope­ración tal y como se ha profesionalizado sólo es asequible a los ricos. Hay gente que llega a África y monta una ONG. Pero eso no lo puede hacer un mileurista, porque con lo que gana no puede poner allí una hilera de camiones que recorren el territorio. Este modelo es tremen­damente elitista. Y hay también un fenómeno de moda que es el turismo solidario. Gente que se va a África ‘a ayudar’. Y se pasan tres días pintando una escuela y luego ocho días en una playa paradisiaca. Y esa gente vuelve con una gran satisfacción pensando que ha solucionado los problemas del continente. Pero ha de saber que allí hay gente que hubiera pintado esa es­cuela mejor y con menos coste”. No lo dice, pero sobre la conversación pende el recuerdo de la caravana de Barcelona Acció Solidaria atacada en Mauritania por una célula de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) el 19 de noviembre del 2009, ataque en el que resultaron secuestrados Roque Pascual, Albert Vilalta y Alicia Gámez.

La ‘pornografía humanitaria’

Para Nerín, “hacer una escuela o una letrina no tiene impacto sobre el desarrollo de África. Llevamos cincuenta años de cooperación a gran escala y no ha habido resultados. El mo­delo está caducado. No hay ningún país africano que se haya desarrollado gracias a políticas de cooperación. Hace treinta años se creía que, al ritmo que avanzaba la cooperación, a principios del siglo XXI el continente africano estaría al nivel de Europa, pero se ha visto que no. De hecho, incluso se ha aparcado ya la expresión de ‘país en vías de desarrollo’. Hay muchísimo paternalismo y las ONG se acercan a África como si hubiera que enseñar a los pobreci­tos negros a hacer todo”. En otras palabras, se ha demostrado que aquellas pretendidas “soluciones mágicas” no eran tal. Han fallado las políticas de familia, de educación, incluso sanitarias, impuestas desde organismos inter­nacionales. “Pero nadie se hace responsable. Eso es un fallo democrático. Nadie se da por aludido. A nadie se le ha ocurrido cesar a los responsables”, explica el antropólogo a este diario. Explica en Blanco bueno busca…, que Aldeas Infantiles SOS abrió un internado para huérfanos en Guinea Ecuatorial. Pero una vez allí, no consiguió ningún niño desamparado al que llevar a sus aulas. Sobran las palabras.

Gustau Nerín habla incluso de “porno­grafía humanitaria” por la utilización de imágenes por parte de ONG que pretenden “golpear al ciudadano mediante las emociones. Según la lógica de las ONG, todos los africanos son bue­nos y cándidos, felices e ingenuos… Y el resto del mundo habría de ser como ellos”.

Pero habla también de historias punzan­tes que invitan a meditar. “En Salisbury, había una pequeña tienda de libros de segunda mano. A su propietario no iba mal el negocio hasta que le abrieron al lado una tienda de comercio justo de Intermon Oxfam. Para recaudar dinero, la organización de ayuda vendía en esta tienda los libros usados que la gente le donaba. La tienda de Intermon Oxfam no sólo no pagaba los libros, sino que tampoco pagaba a los dependientes, que eran voluntarios de la organización. De esta forma, podía vender los libros a un precio mucho más económico que la librería de ocasión del barrio. Finalmente, el librero tuvo que cerrar. Parece que el buen hombre no acabó teniendo buen concepto del comercio justo”.

O el relato del verano del 2002, cuando un grupo de estudiantes franceses de medicina aterrizó en Douala para ir a vacunar a los pig­meos de la zona de Bipindi, al sur del Camerún. “Llega­ron con un cargamento de vacunas sin tener en cuenta que en aquel país se pueden comprar sin problema. Pero, en cambio, se olvi­daron de prever cómo guardarlas; en Camerún no es fácil encontrar neveras que funcionen, especialmente en las zonas rurales. Al cabo de 48 horas, las vacunas ya estaban en mal estado y se tendrían que haber tirado. Pero los estudiantes no habían venido de tan lejos para nada y decidieron seguir con la vacunación”. De pueblo en pueblo, fueron convocando a los habitantes ayudados por una pseudo ONG ca­merunesa dirigida por un “espabilado” que no era pigmeo. Y los vacunaron, sin rellenar siquie­ra las obligatorias cartillas de vacunación. Los estudiantes vivieron allí tres semanas. Fueron unos auténticos mártires de la cooperación al desarrollo. “Pero se fueron del Camerún muy satisfechos: decían que el ‘trabajo’ que habían hecho era de gran importancia. Si hubiesen he­cho lo mismo en Francia, los habrían procesado por un delito contra la salud pública”.

Otras ONG hiperprotegen a sus co­operantes. “Médicos Sin Fronteras, en sus contratos, establecía que los cooperantes que trabajaban en el Camerún no podían coger taxis después de las 7 de la tarde; decían que lo ha­cían por su seguridad. Algunas congregaciones religiosas van más lejos y no dejan que sus voluntarias laicas europeas pisen ni tan sólo los bares de la zona; cuando acaban el trabajo han de volver enseguida al convento. Pese a todo, vete a saber cómo, algunas de las voluntarias se quedan embarazadas”.

La cooperación es un gran negocio

Todo ello hace que la cooperación, a veces, no sea más que un show. Tanto que “la mejor forma de recaudar fondos para un proyecto no es explicar las ventajas de esta iniciativa para los africanos, sino organizar un telemaratón: que un artista famoso cante, que una bella modelo haga un striptease, que algún niño repelente lea poemas y que los habitantes de un pequeño pueblo su­peren un récord Guinness”, escribe en su obra.

Nerín subraya también que, en la actualidad, la co­operación se plantea como negocio. No sólo porque la mayor parte de las ONG se fi­nancian con fondos públicos. “El propio Gobierno español habla de enfoque integral de la cooperación. Ello quiere decir que la ayuda se enfoca a zonas con determinados in­tereses económicos. Por eso, las relaciones internacionales influyen enormemente”. Y un sector, aún minoritario, cree que la cooperación sólo tendrá futuro y será efectiva si cambian las relaciones internacionales. “Se vio con las patentes del Sida -explica Nerín-. El Gobierno sudafricano comenzó a fabricarlas y, mientras, muchas ONG del Norte comenzaron una gran campaña de presión a las farmacéuticas en sus propios países, lo que finalmente inclinó la ba­lanza a favor de África. Otro tanto pasó con la condonación de la deuda, que no hubiera sido posible sin la presión de la sociedad civil. Por ahí sí que la cooperación tiene futuro”.

Porque allí, en el Sur, en África, también hay maestros y médicos. Y la mayoría de ellos no depende ONG alguna. “Saben que existen y que canalizan dinero en cantidades impor­tantes. Para lo único que les puede interesar una ONG es para ver si les puede caer algo”. Por tanto, el modelo de cooperación “refuerza el sentimiento de superioridad del Norte, pero también el sentimiento de inferioridad del Sur: el europeo da; el africano sólo recibe”. Un símil con mil lecturas, todas acertadas.