El Nuevo Orden Mundial Chino también nos afecta a nosotros

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La imagen de la purga pública de un colaborador estrecho de Xi Jinping durante el reciente XX congreso nacional del Partido Comunista Chino visualizó “la nueva China”: autoritaria, implacable con cualquier propuesta divergente, firmemente leninista.

Editorial de la revista Autogestión 148

A pesar del retorno del comunismo “de la vieja escuela”, hay quien considera el Partido Comunista chino, sinónimo de “estado chino”, como “la mayor empresa multinacional del mundo”. Como cualquier transnacional capitalista es una máquina voraz y expansiva para acumular poder y riquezas.

Portada Revista Autogestión dedicada al Neocapitalismo Made in China
Portada Revista Autogestión dedicada al Neocapitalismo Made in China

La China de Xi Jinping está volviendo a sus raíces, tanto imperiales como marxistas-leninistas. Su análisis político marca un estricto retorno a la ortodoxia. Xi no es un cínico, sino verdaro creyente en la ideología constitutiva de su régimen comunista. Estudioso el colapso de la Unión Soviética, es el anti-Gorbachov: para tener futuro, el Partido Comunista debe recuperar el monopolio absoluto del poder. Lleva años recortando el poder a las empresas privadas y expulsando a empresarios estrella que le podrían hacer sombra. Por añadidura, la pandemia le ha servido como gigantesco experimento de hasta qué punto su pueblo aguanta la represión extrema y el confinamiento.

El capitalismo liberal occidental y el estatal chino se visten de discursos estratégicos antagónicos, pero con objetivos idénticos: someter el mundo para explotarlo según sus intereses. Esa guerra por su dominio tiene lugar en muchos planos. El más evidente es el geoestratégico: China quiere dominar territorios y poblaciones en Asia, recursos en África y América Latina y mercados en todo el mundo. Para eso tiene que neutralizar resistencias locales, pero también saber afrontar adversarios globales.

Algunos estrategas afirman que en una guerra moderna no hay necesidad de matar al enemigo. Es más rentable inutilizarlo como sujeto político: que pierda interés o capacidad de defender sus intereses, identidad y dignidad.

En la guerra de los (grandes) relatos (concepto gramsciano muy popular entre los neomarxistas actuales) unos se construyen para fortalecer la cohesión entre los míos, con razones para luchar. En paralelo, para debilitar al adversario, se diseñan (pequeños) relatos tan banales como seductores que distraen, dividen, enganchan, intimidan. En la visión histórica del materialismo dialéctico de Xi Jinping, el mundo exterior irá cayendo sólo, víctima de sus propias contradicciones. Para acelerar el proceso, impulsará, desde fuera, conflictos con ideologías identitarias que terminan combatiendo entre si.

En este contexto, hay una curiosa confluencia entre relatos occidentales, fabricados para el control social de sus propias poblaciones (ideología de género, etc.), y los promocionados y financiados por instituciones chinas o rusas (por ejemplo, el neoracismo del “black lives matters” o de los que tumban estatuas que simbolizan el mundo occidental).

China nos puede parecer un país y una realidad lejana, pero está marcando nuestras vidas con creciente fuerza. No sólo estamos siendo víctimas de esas guerras de relatos de un lado y de otro. Tenemos una guerra terrible en pleno corazón de Europa que mata a rusos y ucranianos con sus bombas y a millones de empobrecidos de hambre. Es una guerra que somete Europa al occidente geoestratégico para evitar la formación de la tan temida (por EE.UU.) Eurasia dominada por China, mientras que China se conforma con quedarse con los recursos rusos. La estrategia china, proyectada a largo plazo (relato fuerte) frente al cortoplacismo occidental (relato débil) funciona. Los ciudadanos europeos hemos renunciado a tener ideales comunes por los que vivir.

Los pueblos, comunidad de personas utilizadas y explotadas por el poder, tenemos una gran capacidad para crear espacios de solidaridad y libertad cuando vivimos y trabajamos de forma autogestionaria

El recién fallecido papa Benedicto XVI nos recordó que las únicas causas por las que merece la pena luchar son el amor fraternal, descubierto a través de la búsqueda de la verdad, y viceversa. Ningún materialismo, sea capitalista liberal o estatista, tiene capacidad de dar sentido a la vida ni de construir esperanza. Los pueblos, comunidad de personas utilizadas y explotadas por el poder, tenemos una gran capacidad para crear espacios de solidaridad y libertad cuando vivimos y trabajamos de forma autogestionaria. Los imperios seguirán ahí, pero depende de nosotros poner coto a las armas que usan contra nosotros: sus ideologías y relatos.

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