Javier Repullés, un hombre para la Eternidad

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Lo conocí hace casi cuarenta años en unas jornadas de espiritualidad del Movimiento Cultural Cristiano. Quedé impresionado por su carisma y su sencillez. Vi en él a un hombre bueno que podía ayudar a un mozalbete veleta e inconstante que daba más vueltas que una noria con su vida. Así que me dije “tengo que cultivar su amistad”, y me puse a ello. Creo que lo conseguí.

Fueron años de visitas a su corrala en la calle Delicias casi siempre, o en la Capilla de Cachito, o, ya después en la antigua casa de los Jesuitas en la Glorieta de Alonso Martínez.

Siempre llegaba con la moral por los suelos y lo primero que hacía era arrancarme una sonrisa cuando no una buena carcajada. Sabía como hacerlo.

Siempre recuerdo una de las reflexiones que compartía en numerosas ocasiones conmigo: “Juan Antonio, si me dijeran que me van a llevar a una isla desierta por el resto de mis días y que sólo puedo quedarme con dos cosas, mi elección sería: la fe y el buen humor. Pero si me apurasen aún más y sólo me dejasen elegir una, me quedaría con el buen humor. Porque, te digo la verdad, un cristiano malhumorado pierde la fe, seguro. Porque la fe es esperanza y buen humor. Pero si he conservado el buen humor en mi vida, no me cabe duda, recuperaré mi fe a través de esa alegría”.

Y así me reparaba siempre, a través del buen humor.

Pero sería gravemente injusto si sólo recordase el buen humor de Javier. Otra de sus señas era su profunda convicción en la protección y el cariño del Señor. El salmo 138 brotaba siempre de su boca: “Señor, tú me sondeas y me conoces…”. Cuando me lo recordaba me transmitía una paz y una confianza que partía de la suya. El lo experimentaba. A pesar de sus migrañas desquiciantes que lo postraban tantas veces. De esa salud que le impidió cumplir su sueño como jesuita de ser misionero en el Tercer Mundo. Pero ningún impedimento le apartó de la confianza en Dios y eso ha impulsado a muchos hermanos de los que él ha sido y es padre espiritual. Yo me considero uno de sus hijos adoptivos. Y he intentado (mucho menos de lo que debiera) mantener la amistad con Javier.

Él presidió la eucaristía de mi boda y siempre que hablaba con él tenía un recuerdo entrañable para mi mujer y mi familia. Me ha dado muchísimo más de lo que merecía. Porque Javier es así, todo entrega, todo tuyo.

La última vez que lo vimos fue en una eucaristía en la iglesia de San Antonio de los Alemanes. Una preciosa mini “Capilla Sixtina” en el centro de Madrid. Una eucaristía, como todas las suyas, de confianza inmensa en Dios. Después nos tomamos juntos una cerveza y nos saludamos afectuosísimamente con el deseo de volver a vernos pronto… Han pasado varios años y sólo he vuelto a contactar con Javier para felicitarlo por sus cumpleaños… menos este año, el día 12 de mayo, no lo hice. Puede que ya no hubiese podido hablar con él. El caso es que pocos días después me sorprende su marcha al Cielo. A ese Cielo que bien se encargó de mostrarnos durante su vida.

No quiero parecer un adulador oportunista. Tuve enfrentamientos con Javier. Uno especialmente doloroso durante la huelga de hambre que sostuvo en 1993 por la inclusión del 0’7% de ayuda al Tercer Mundo en los presupuestos del estado. Yo sostuve una denuncia política (denunciar una economía de ROBO a los pobres) que el grupo de huelguistas rechazó de plano y acabamos por caminos separados. Pero siempre en comunión con nuestra fe y en la cercanía que comparten los que se quieren. Y en querer, Javier es un maestro excepcional.

Si me das a elegir (como dice el cantar), me quedo, sin ninguna duda, con su AMISTAD. Porque el amigo, el verdadero amigo es el que ama

Si me das a elegir (como dice el cantar), me quedo, sin ninguna duda, con su AMISTAD. Porque el amigo, el verdadero amigo es el que ama. Lo demás son compinches, conocidos, a lo sumo, colegas. Pero Amigo, ser amigo es otra cosa. Es lo más grande que se puede ser en la vida. Es, en fin, el Mandamiento Nuevo “Que os améis los unos a los otros COMO YO os he amado… Vosotros sois mis amigos si os amáis…”

Espero volver a verte, Javier, y tomar café contigo (supongo que en el Cielo habrá buen café) y charlar de nuestras vidas y del amor que nos hemos encontrado en ellas. Hasta ese momento me quedo con tu intercesión, que buena falta me hace, para no perder el rumbo del mandato que nos diste a Carmita y a mí el día de nuestra boda: “Cada uno de vosotros debe de poner todo de su parte para hacer que el otro sea un santo”. Y, a fin de cuentas, como decía otro santo y buen amigo tuyo: “Ser santo no es más que luchar toda la vida por ser honrado eficazmente”.

Juan Antonio T.