Los gestos y palabras del Papa han despertado una gran expectativa en todos los creyentes, y también en los que profesan otros credos e inclusive no creyentes.
Tenemos esperanza en la renovación de diversos ámbitos de la vida de la Iglesia y su relación con el mundo. Desde el manejo de los fondos económicos a la misión evangelizadora universal, desde cambios en algunos organismos del Vaticano a la paz en el globo, desde el diálogo interreligioso a una vida eclesial más pobre… y podríamos seguir enumerando unos cuantos aspectos más. Todos importantes.
Le pedimos mucho al Papa Francisco. Ponemos un gran peso en sus hombros. Y está bien que así sea, porque confiamos en su bondad y santidad.
Hay cambios en la vida de la Iglesia que dependen de las enseñanzas y decisiones del Papa y sus colaboradores en Roma. Porque involucran a la Iglesia Universal.
Hace muy pocos días una joven conmovida y contenta con el nuevo Papa me preguntaba: “¿qué quedará de este entusiasmo dentro de un año?” y espontáneamente me surgió decirle: “depende lo que hagamos vos y yo”. Y es así. Hay cambios que son responsabilidad de los cristianos. De vos: mamá o papá y de cómo ames a tu familia; de vos, joven, y cómo vivas tus elecciones; de vos, estudiante o trabajador y tu honestidad y compromiso con la justicia; de vos, catequista, y el entusiasmo que pongas en esa hermosa vocación; de vos, docente, y cómo te comprometas con tus alumnos; de vos en concreto.
Y de mí, obispo, sacerdote, consagrado; si soy más pobre, más cercano a los hermanos, más abierto a recibir a quienes sufren, más disponible para ir a las periferias geográficas y antropológicas; más fiel al Evangelio. Quienes tenemos alguna responsabilidad en la comunidad cristiana debemos dar el ejemplo.
Algunos dicen: no creo en la Iglesia Institución porque me defraudó. Lo comprendo. Pero si eso es excusa para mirar desde afuera se corre el riesgo de llevar a una postura un poco cómoda y evasiva. Te invito a ponerte la camiseta y entrar a jugar en el partido. Desde la tribuna se puede alentar o chiflar al equipo. Pero los que transpiran la camiseta son los que definen el partido.
El Papa, vos y yo estamos en el mismo equipo. No aflojemos. Hace falta la participación de todos.
Justamente en estos días se ha destacado de manera particular la actitud solidaria de más de 2 millones de personas -la mayoría jóvenes- en diversas tareas de servicio a quienes más sufren por los temporales: donar cosas, entregar tiempo, acompañar a los que tanto perdieron. Quiera Dios que también promovamos junto a la ayuda la búsqueda de justicia. ¿Por qué pasó? ¿Qué responsabilidades hubo? ¿Qué hay que prever a futuro?
El martes 16 de abril es el “Día mundial contra la esclavitud infantil”, conmemorando al adolescente cristiano pakistaní Iqbal Masih, que fue asesinado a los 12 años de edad en 1995. A los 4 años había sido vendido por su papá a mafiosos fabricantes de alfombras para pagar una deuda, la cual era de unos cien pesos nuestros. Desde ese entonces el niño trabajaba 12 horas por día encadenado al telar, pero nunca llegaba a saldar la deuda que se incrementaba por los intereses. Teniendo diez años logró escapar y asistió a un acto sobre derechos humanos, convirtiéndose en activo luchador contra la esclavitud laboral. Las mafias que veían peligrar sus intereses lo mataron a tiros. En España y otros países están promoviendo la causa de su beatificación. Nuestra oración, cariño y compromiso para con los niños y niñas secuestrados y esclavizados.
Según algunos estudios, actualmente hay cerca de 400 millones de niños esclavos en el mundo -¡equivalente a unas diez veces la población argentina!-. UNICEF calcula que alrededor de 300 mil menores participan en conflictos armados. Hierve la sangre, ¿verdad?
Acá también me animo a decir que estamos en el mismo equipo que trabaja para que los niños vivan como niños, libres de esclavitudes y deshonras.
Autor: Monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú (Argentina) y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social.