La SGAE de las semillas: más alimentos a la basura en un mundo de hambrientos

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La propiedad intelectual también explota el campo español. Hay mandarinas “sin papeles” y con papeles. En las regularizaciones, los huertanos pagaron 15 millones en ‘royalties’. La familia real marroquí y una multinacional francesa se lucran en este negocio. Las cosechas se pudren mientras sigue aumentando el hambre en el mundo.

Antonio Muedra Mínguez tiene 75 años, y sufrió una demanda por cultivar una variedad de mandarina patentada,  pagó unos 12.000 euros de multa y ni siquiera puede recoger la cosecha. La razón es la mandarina Nadorcott. Antonio cuenta que en 2004 oyó hablar de esta variedad, que se pagaba mucho más porque madura a finales de febrero, cuando ya no queda en el mercado nada. Entonces hizo lo de toda la vida: “Le pedí a un amigo unas varillas y las injerté en unos árboles. Por probar” en 530 árboles. Como él, cientos de agricultores, muchos en Valencia, comenzaron a probar la variedad. No sabían —o no quisieron saber— que la UE tramitaba el registro de esa mandarina, una especie de patente que protege la investigación y el desarrollo de variedades vegetales. La patente la había solicitado una empresa francesa, Nadorcott protection, en la que participa Les domaines agricoles, vinculada a la familia real marroquí, según Antonio Villarroel, secretario general de la Asociación Nacional de Obtentores Vegetales. El trámite en la UE se demoró una década, lo que dio tiempo a que cientos de agricultores compraran, injertaran y vendieran Nadorcott libremente. Como habían hecho toda la vida.

En 2006, la empresa recibió la protección y vendió el permiso de explotación para España y Portugal a la firma valenciana Carpa Dorada. Comenzaban los problemas. Los agricultores que se habían adelantado ahora debían pagar. El alcalde de Pedralba, el popular Roberto Serigó, fue uno de ellos. “Planté las primeras en 2000 porque fui de los pioneros. Luego regularicé en varias tandas”. En esas amnistías, las licencias costaban siete euros por árbol. Se regularizaron 2,2 millones de hectáreas, por lo que en royalties se pagaron 15,4 millones de euros. Fue un buen negocio, las licencias no eran infinitas. Como es habitual en estas operaciones, Marruecos puso un cupo para no hundir el precio de su producto ni encontrar demasiada competencia. Hubo quien, como Antonio, no encontró permisos. “Cuando fui a regularizar ya no vendían. Solo algunos pudieron comprar”. Y entonces llegaron las inspecciones, y las demandas, los chivatazos… Se formó una división entre quienes tienen papeles y quienes no. Antonio se quedó con los que cultivaban mandarinas “sin papeles”, como las llaman. Y hace un par de años recibió “una demanda enorme, de 800 gramos de papel”. Sostiene que no da la cifra al azar, sino que la pesó en la frutería. La demanda llega en nombre del Club de Variedades Vegetales Protegidas, que agrupa a 700 empresas y agricultores con papeles y que impide que nadie de fuera plante Nadorcott. Su misión es “defender los intereses de sus asociados y fomentar la explotación de la variedad con respeto a los derechos de propiedad industrial legalmente reconocidos a su titular legítimo”. El club ha iniciado 70 procedimientos judiciales contra agricultores y ya tiene nueve sentencias, todas favorables. Serigó y Salvador, otro miembro del club, están encantados con la sociedad. En el bar Sardi, a la entrada del pueblo, en el que charlan, se monta una tertulia rápidamente a favor del club. Les protege de los que han plantado sin papeles y evita así que el precio baje.

Quienes no tienen papeles no hablan alto. Al fondo hay una partida de dominó.La gerente del club de variedades, Reyes Moratal, explica en un correo que para defender la patente realizan “una intensa labor de vigilancia en el campo español que le permite detectar la mayoría de las irregularidades que se producen”. Si alguien ve mandarina fuera de temporada dará la voz de alarma. Nada parece escapar al club. “Lo tienen controladísimo todo. Hay técnicos rastreando todos los campos y últimamente se valen de chivatos”, admite Antonio. Lo que más le duele es que le han impedido recoger la última cosecha.

El caso de la Nadorcott es un extremo, pero no el único, de denuncias por el uso indebido de patentes en el campo. Geslive es una de las agrupaciones de empresas que defiende el copyright en los sembrados. Es algo especialmente complicado ya que “cualquiera puede reproducir un ser vivo”, como explica en un despacho del centro de Madrid Antonio Villarroel, su director. “El agricultor a veces no entiende la propiedad intelectual. Dice: ‘Si la planta es mía, la semilla es mía’. Hay mucho choque porque el campo es conservador”. Villarroel critica la visión romántica de las semillas que circulan libremente, “como toda la vida Geslive realiza un millar de inspecciones al año y tiene 45 procedimientos judiciales abiertos. La mayoría son por uso de semillas registradas de cereal, flores y frutales.

La empresa de Córdoba Eurosemillas pleitea por conseguir el registro de la mandarina Tango desarrollada en California. El director de Desarrollo de la firma, José Pellicer, cuenta que cuando va a promocionarla al campo hay quien ya la tiene: “He ido a venderla a gente que me dice que ya la tiene para probarla. Se traen una rama y la injertan. ‘Ya pagaré, pero quiero ser el primero’, me dicen”. O la mandarina Orri, desarrollada por un centro público de investigación de Israel. O la M7 australiana. Las variedades se suceden, pero el precedente de Nadorcott pesa. Villarroel considera que “ha sido una terapia de choque para el campo” y que dará un empujón a la protección de las patentes. Justifica la necesidad en que cada variedad nueva necesita una inversión millonaria.

Quien probablemente haya vivido el problema con mayor desazón es Rafael Boronat, un agricultor de 68 años: “Yo traje en una maleta a España las primeras varillas de Nadorcott en 1988. Tenía buenas relaciones con los Dominios reales [empresa de la familia real marroquí] y me las dieron en Rabat”. Jamás imaginó que con esas varillas para injertar prendería una mecha que aún arde.

Autor: Rafael Mendez