En 2022, un grupo de investigación de la Universidad de Nueva York —‹‹Congo Research Group››—, publicó un informe titulado ‹‹La Iglesia Católica en la República Democrática del Congo››. Se reconocía en él que ‹‹La Iglesia Católica es uno de los actores más importantes en la política nacional congoleña pues en momentos críticos del sistema político para el país ha desempeñado un papel clave en la promoción de la democracia››. No podía ser de otra manera, pues asi lo demanda la Doctrina Social de la Iglesia, pero mejor que darlo por sentado resulta de justicia conocer más de cerca, de la mano del informe y algunas otras fuentes, las estrategias, las tácticas y, sobre todo, los sacrificios —hasta el martirio— que ha supuesto esta tarea.
por Miguel Ángel Ruiz, profesor de Derecho y misionero en Perú
La dictadura en el Congo Belga: el colonialismo
El Congo sufrió en sus inicios uno de los colonialismos más abyectos de la era contemporánea. Más de diez millones de personas fueron masacradas o murieron por agotamiento, torturas o enfermedad. Desde 1885, el conocido como Estado Libre del Congo fue una propiedad privada del rey de los belgas, Leopoldo II, quien lo explotó personalmente o a través de las empresas privadas a las que otorgó concesiones de marfil y caucho. Son conocidas las imágenes de adultos y niños congoleños con las manos y los pies amputados por no haber cumplido con las cuotas de recogida de caucho. Un año antes de la muerte de Leopoldo, en 1908, paso su ‹‹propiedad›› a manos del Estado belga, creando la colonia del Congo (el ‹‹Congo Belga››). Así permanecería hasta 1960. En esta etapa colonial se desterraron progresivamente los métodos brutales seguidos bajo Leopoldo II, pero sus ciudadanos siguieron privados de derechos políticos y de la soberanía económica sobre los recursos de su propio país. Es decir, siguieron siendo empobrecidos por sus amos.
La dictadura en el Zaire: Mobutu y el neocolonialismo
Tras la independencia en 1960, en el marco del proceso descolonizador auspiciado por la ONU, se creó la República Democrática del Congo. La RDC heredó la deuda externa contraída durante el dominio belga (pese a que la mayor parte de las ganancias producto de esa deuda fueron para la metrópoli) mientras Bélgica se beneficiaba de la condonación de su propia deuda por los EE. UU. por haber aportado el uranio con el que se construyeron las bombas de Hiroshima y Nagasaki… que procedía de la mina de Shinkolobwe en el Congo. A su vez, las empresas belgas mantuvieron sus acciones en las explotaciones mineras congoleñas, en especial en la Unión Minera del Alto Katanga –Union Minière du Haut-Katanga–, mientras que el Estado congoleño perdía sus acciones en dicha empresa al disolver el parlamento belga la sociedad pública que las ostentaba.
Las primeras elecciones democráticas–junio 1960– fueron ganadas por Patrice Lumumba, el creador del ‹‹Mouvement National Congolais». Inmediatamente se produjo la secesión de Katanga (la zona más rica en cobre y cobalto), rebelión encabezada por Moises Tshombe y de inmediato apoyada por los belgas y su Union Minière. Más tarde se declararía la secesión de Kasai, región rica en diamantes y otros minerales. La torpe aproximación de Lumumba a la URSS en busca de apoyo frente a Tshombe, ante la pasividad de la ONU y tras serle negado apoyo por los EE. UU., el valedor de la antigua metrópoli, determinó que estos últimos apoyaran también la secesión. Aconsejado por la CIA, el presidente Joseph Kasavubu destituyó a Lumumba como primer ministro y Mobutu, que había sido su secretario y el jefe de su Estado Mayor –a la vez que confidente de los servicios de inteligencia belgas y de la CIA–, dio un golpe de Estado, asumió el poder y ordenó su localización (en la que colaboró la ONU), su detención y su entrega a Tshombe quien lo torturó y asesinó, tarea en la que participaron oficiales belgas. Era el 17 de enero de 1961, a menos de un año de su victoria electoral.
Mobutu fue un déspota cruel. En 1966 hizo ahorcar públicamente a sus opositores políticos, los llamados ‹‹Mártires de Pentecostés››, pese a la petición de clemencia del arzobispo de Kinshasa —antes Leopoldville—, Mons. Malula. Con el tiempo ordenaría torturar y asesinar a sus opositores, reales o imaginarios. Fue un déspota caprichoso e irracional que, por ejemplo, renombró la RDC como Zaire (supuesto nombre vernáculo, pero tomado erróneamente de un antiguo mapa Portugués) y cambió también los nombres de sus principales ciudades. Fue, por fin, un déspota corrupto: elevó la deuda externa a cifras estratosféricas, nacionalizó y expropió empresas y con todo ello se enriqueció personalmente y enriqueció a los mandos de su ejército y a los funcionarios de su gobierno, descapitalizando y hundiendo las empresas que expropió y regaló. Pese a todo, contó siempre con el apoyo de Francia y de los EE. UU. por razones tanto estratégicas (guerra fría) como económicas (materias primas).
La Iglesia frente a Mobutu.
Aunque en 1961 monseñor Malula, arzobispo de Léopoldville —Kinshasa desde 1964—, condonó el golpe de Mobutu, pronto descubrió su verdadera naturaleza y las relaciones con la Iglesia católica se deterioraron. En 1972 Malula pronunció un sermón contra el régimen y fue desterrado. Mobutu prohibió el bautismo y el uso de nombres cristianos. En 1976, Eugène Kabanga, arzobispo de Lubumbashi, publicó una carta pastoral denunciando el sistema impuesto por Mobutu: ‹‹Quien tiene algo de autoridad o medios de presión, se aprovecha de ello para imponerse a las personas y explotarlas, especialmente en las zonas rurales. Cualquier medio es bueno para conseguir dinero o humillar al ser humano››. La Iglesia católica se convirtió en la mayor fuerza de oposición al régimen de Mobutu, quien la combatía y la temía.
En 1991, tras treinta años en el poder, Mobutu accedió (por presión interna e internacional, que veía en Mobutu un peligro para la rentabilidad del Congo y la estabilidad regional) a dar un paso hacia la democracia. Para gestionar la transición y redactar una nueva constitución, se creó la Conferencia Nacional Soberana (CNS). A formar parte de ella fue invitado el principal partido de la oposición (en el exilio): la Union pour la Démocratie et le Progrès Social, apoyado por la Iglesia católica. Lo había fundado en el exilio Etienne Tshisekedi un antiguo colaborador de Mobutu que participó en la redacción de la constitución de 1967 y ejerció diversos cargos políticos hasta que fue exiliado en 1982. Tras unas revueltas del ejército, consentidas por Mobutu para hacer fracasar la conferencia, Mobutu nombró, en octubre de 1991, a Laurent Monsengwo Pasinya, arzobispo de Kisangani y presidente de la Conferencia Episcopal del Congo como presidente de la Conferencia Nacional Soberana, al tiempo que a Etienne Tshisekedi como primer ministro. Tres semanas más tarde Mobutu destituyó a Tshisekedi y tres meses después cerró la CNS.
En respuesta al cierre, Tharcisse Tshibangu, obispo auxiliar de Kinshasa y responsable del apostolado laico, creó el Comité de Coordinación de Laicos que se dedicó a organizar manifestaciones en todo el país pese a que el arzobispo de Kinshasa, Frédéric Etsou, contemporizador con Mobutu, había indicado claramente que no las aprobaba. Desde el Comité, Pierre Lumbi, quien en 1978 había fundado en Kivu Sur una ONG llamada Solidarité Paysanne y que había sido ministro en el gobierno de Étienne Tshisekedi, fue uno de los mayores impulsores de las marchas. El domingo 16 de febrero de 1992, decenas de miles de fieles, tras salir de misa, se unieron a la ‹‹Marcha de los Cristianos›› o ‹‹Marcha de la Esperanza›› exigiendo la reapertura de la CNS.
Así lo cuenta el padre José Mpundu, entonces secretario de Justicia y Paz: ‹‹a la altura de Saint-Raphaël nos topamos con un batallón de militares armados hasta los dientes. Yo iba delante. Habíamos acordado que, en cuanto sucediera algo, todos debíamos sentarnos en el suelo. Los militares nos bloquearon el camino y nosotros nos sentamos. A mi lado había una anciana que observaba incrédula a aquellos soldados de dieciséis y diecisiete años. Uno de ellos la miró a los ojos y ella le dijo: “Muana na nga, est-ce que omelaki mabele ya mama te?” (Hijo mío, ¿es que nunca has mamado del pecho de tu madre?). El joven no sabía adónde mirar. Esa es la fuerza de la no violencia, de la verdad. Después nos dispersaron con gas lacrimógeno. Nos fuimos, pero un poco más lejos volvimos a reagruparnos. Avanzamos y nos sentamos. Cerca de Kingabwa nos encontramos con unos guardaespaldas, creo que eran del primer ministro Nguza. Nos amenazaron de muerte. “¡No cantéis, caminad!”, gritaban. Sin embargo, yo dije: “Si caminamos, nos dispararán”. Un tipo corpulento armado con una pistola intentó agarrarme, pero la gente me sujetó. Los botones de mi sotana saltaron. Mi cadena se rompió. Un feligrés la recogió. También maltrataron a sacerdotes blancos.» (citado por David Van Reybrouck en su libro Congo, 2010).
Las fuerzas de seguridad abrieron fuego contra los manifestantes, matando decenas de personas, incluidos niños. Se emplearon gases lacrimógenos y napalm. Pero Mobutu tuvo que reabrir la Conferencia. Como afirma el citado Van Reybrouck: ‹‹Con la conferencia como órgano supremo del Estado el proceso de democratización recibió un impulso decisivo. Después de las sesiones plenarias los representantes se retiraban en veintitrés comisiones y cien subcomisiones, distribuidas por toda la ciudad. En muchas de ellas se realizó un excelente trabajo. Se efectuó un inventario de los problemas existentes y se diseñaron alternativas útiles››. En palabras de Regine Mutijima, maestra, representante de Kivu Sur en la Conferencia: ‹‹fue una magnífica escuela de democracia. Los partidarios de Mobutu debatían abiertamente con la oposición. Queríamos sacar a la superficie la verdadera historia del país y hacer oír la voz de los débiles». Se aprobó una constitución provisional.
Hubo elecciones en la Conferencia Nacional Soberana y Tshisekedi fue elegido primer ministro. Lamentablemente, con Mobutu de presidente, no se puso fin a la corrupción y el gobierno de Tshisekedi estuvo dominado por la hiperinflación y el empobrecimiento progresivo de la población. Su gobierno terminó en 1993 —duró menos de un año—, reemplazado por un nuevo primer ministro nombrado a dedo por Mobutu.
Dictadura en la República Democrática del Congo: Kabila y el mundo globalizado.
Para derrocar a Mobutu, se formó en 1996 una coalición regional liderada por la Ruanda de Paul Kagane (que decía querer perseguir a los autores del genocidio de 1994 refugiados en Congo) e integrada también por Uganda (gobernada por Museveni quien debía su victoria sobre Milton Obote a la guerrilla de Kagane), por Angola y por la Alianza de Fuerzas Democráticas para la Liberación del Congo-Zaire (AFDL), presidida por Laurent-Désiré Kabila un ‹‹señor de la guerra›› que desde 1964 controlaba una región congoleña (entre Fizi y Baraka) fuera del control de Mobutu. Kabila residía en Tanzania y su fuente de ingresos era el tráfico de oro, de armas y los secuestros. Había sido anfitrión del mismísimo Che Guevara en su aventura africana y que, por cierto, sacó una muy mala impresión de él. Tshisekedi, fiel a su política pacifista, no se sumó a la coalición. El siervo de Dios, arzobispo de Bukavu Christophe Munzihirwa, fue asesinado por haberse opuesto a la intervención ruandesa. EE. UU., en cambio, la apoyó. Tras la conocida como Primera Guerra del Congo (1996-1997) la coalición salió vencedora y Kabila expulsó a Mobutu del poder en mayo de 1997. No hizo caso de la CNS ni del partido de Tshisekedi: se hizo con todo el poder.
En 1998 se inició la segunda guerra del Congo ahora contra el mismo Kabila, involucrando a Angola, Rwanda, Burundi, milicias hutu y tutsi, Libia, Chad, Mozambique y Zimbabue. Terminó en 2003 con el acuerdo de Pretoria. La ONG International Rescue Commitee calcula que en esta guerra murieron 5,5 millones de personas.
La Iglesia frente a Kabila.
Después del asesinato de Laurent-Désiré Kabila en enero de 2001, su hijo, Joseph Kabila se convirtió en presidente. Pronto se manifestó como un nuevo tirano hábil para manipular elecciones, ganándolas en 2006, 2011 y 2015.
En 2011, tras una campaña electoral marcada por la represión y la manipulación estatal, las elecciones fueron mayoritariamente denunciadas como fraudulentas. Mons. Monsengwo, ahora cardenal, declaró que los resultados proclamados por la Comisión Electoral no eran ‹‹ni justos ni veraces››.
Tras las elecciones (fraudulentas) de 2015, para evitar un tercer mandato de Kabila (prohibido por la Constitución), se organizaron manifestaciones en Kinshasa, Goma, Bukavu y Lubumbashi entre el 19 y el 21 de enero de 2015. Las fuerzas de seguridad utilizaron tácticas brutales para reprimirlos, matando al menos a 43 personas. Mons. Monsengwo manifestó: ‹‹Es hora de que los mediocres se vayan y de que la paz y la justicia reine en la RDC››.
Surgieron muchos movimientos sociales, la mayoría de jóvenes. En respuesta, el gobierno comenzó a aumentar la represión a partir de 2015, encerrando a algunos líderes de estos movimientos y expulsando a periodistas e investigadores extranjeros. Las elecciones de 2016 quedaron pospuestas.
Entre 2017 y 2018 el Comité de Coordinación de Laicos organizó tres grandes marchas en coordinación con los movimientos sociales y los partidos de oposición. Las diversas estructuras de la Iglesia Católica fueron clave en la movilización en Kinshasa y algunas otras ciudades. Mons. Monsengwo, arzobispo de Kinshasa, era muy cercano a los miembros del Comité de Coordinación de Laicos –en particular a Isidore Ndaywel y Pierre Lumbi– y estaba activo entre bastidores para animar a sus sacerdotes. Además, al movilizar a los católicos a través del Comité, Monsengwo pudo superar la falta de consenso en el seno de la Conferencia Episcopal y en el Consejo de Apostolado Laico del Congo, pues no todos los obispos estaban de acuerdo con la táctica de movilización popular para enfrentar al régimen. A nivel local, las protestas fueron anunciadas y discutidas en las Comunidades Eclesiales de Base. Otras estructuras esenciales para la movilización dentro de la Iglesia fueron la Comisión Justicia y Paz y el Consejo de Apostolado Laico del Congo. En muchas parroquias, los sacerdotes anunciaron marchas durante la misa y acompañaron a sus fieles desde la puerta de la iglesia.
El padre Vincent Tshomba, sacerdote de la parroquia de San José en Kinshasa, donde comenzó la marcha de 1992, fue una figura clave como coordinador de la red de decanos –los 15 párrocos que supervisan las 167 parroquias de Kinshasa–. Como recuerda el padre Patrick ‹‹Nina›› Ikalaba, de la parroquia Christ-Roi en Kasa Vubu, ‹‹Durante la misa se leyeron comunicados del Comité de Coordinación de Laicos. Sin el apoyo de los sacerdotes, el Comité no podía tener éxito. También hubo participación de actores políticos como Vital Kamerhe [líder del partido político UNC] que vino aquí a nuestra parroquia y de Félix Tshisekedi que estuvo en la parroquia de San José››. Esta bendición oficial de la iglesia, esencial para movilizar a las masas, marcaba un agudo contraste con la marcha de 1992. En aquel entonces, los párrocos se habían movilizado contra la voluntad expresa del cardenal Frédéric Etsou. Esta vez, la Conferencia Episcopal apoyó al Comité de Coordinación de Laicos.
La movilización fue histórica. En cada manifestación, decenas de miles, tal vez cientos de miles en la segunda marcha, salieron a las calles. Hay imágenes conmovedoras de sacerdotes descalzos marchando junto a miles de hombres y mujeres con su ropa de domingo, agitando hojas de palma y sosteniendo Biblias. El gobierno recurrió a su represión habitual. Según Human Rights Watch, las fuerzas de seguridad mataron al menos a 18 personas, entre ellas la activista Rossy Mukendi y a la postulante a monja Thérèse Kapangala. Más de 80 personas resultaron heridas, muchas de ellas por disparos.
La amenaza el 12 de agosto de 2018 de una marcha aún mayor por parte del Comité de Coordinación de Laicos fue lo que probablemente precipitó la decisión de Joseph Kabila de no buscar un tercer mandato y nominar a un candidato, Emmanuel Ramazani Shadary, para representar en las elecciones a su partido (Parti du peuple pour la reconstruction et la démocratie o PPRD, incorporado al Front commun pour le Congo o FCC).
Las elecciones presidenciales se celebraron finalmente en diciembre de 2018; la Iglesia Católica envió 40.000 observadores electorales y realizó una estimación paralela de los resultados. La comisión electoral anunció que Félix Tshisekedi (cuyo partido –Union for Democracy and Social Progress o UDPS– se integra en la Union Sacrée de la Nation o USN, a su vez integrada en la coalición Cap pour le changement o CACH) era el ganador. Era el hijo de Etienne Tshisekedi. La Conferencia Episcopal dijo que tal resultado no reflejaba su propio conteo que, en cambio, indicaba que Martin Fayulu había sido el ganador con el 62,8 % de los votos (información corroborada por un estudio del Financial Times, usando datos filtrados por una fuente de la Comisión Electoral, que determinó que Fayulu ganó con el 59,4 % de los votos). Fayulu es un economista que participó en 1991 en la Conferencia Nacional Soberana como vicepresidente de la Comisión de Economía, Industria y PYME. Se pensó que Tshisekedi había hecho un trato con Kabila para compartir el poder a cambio de ser nombrado ganador de las elecciones. Sin embargo, la iglesia finalmente reconoció a Tshisekedi como presidente y no apoyó la movilización de Fayulu para anular los resultados electorales.
Por otra parte, en las elecciones legislativas y provinciales, que se celebraron el mismo día, el FCC, la coalición de la que Joseph Kabila era la figura más destacada, obtuvo 341 de los 500 escaños de la Asamblea Nacional. De este modo, Kabila controlaba el congreso, el senado y los gobiernos provinciales y Tshisekedi solo la presidencia. Ante esta situación sin precedentes, las dos coaliciones (FCC de Kabila y CACH de Tshisekedi) firmaron un acuerdo en marzo de 2019. Kabila podía así proteger sus intereses y los de su red clientelar que se extendía por el ejército, la policía, el alto funcionariado e incluso algunas guerrillas. Tshisekedi fue relegado al papel de un presidente simbólico e incapaz de impulsar su programa de reformas.
¿Por fin democracia?: Tshisekedi y el turbocapitalismo
Pero en 2021 miembros de la coalición que apoyaba a Kabila, el FCC (Front commun pour le Congo), se pasaron al partido de Tshisekedi. Quizás lo más importante es que Tshisekedi logró nombrar a docenas de funcionarios para altos cargos militares y judiciales sin la aprobación del FCC, que protestó porque Tshisekedi estaba violando el acuerdo de reparto de poder que había alcanzado con la coalición, pero no había nada que pudiera hacer para detenerlo.
El reto para Tshisekedi era colosal. Marcel Utembi Tapa, arzobispo de Kisangani afirma que la violencia que asola al Congo procede de todo tipo de contingentes armados: guerrillas apoyadas por Ruanda o por Uganda, tropas gubernamentales… cada uno en busca de su trozo de pastel. La globalización neocapitalista (ahora también en su modalidad de capitalismo chino de Estado) no facilita las cosas: actúa, como siempre, como fuerza extractora, empobrecedora y corruptora que encuentra terreno abonado en unas élites militares y políticas acostumbradas a sacar su tajada a base de violencia o amenaza de violencia. ¿Es posible gobernar en este contexto sin corromper y ser corrompido, sin ceder o tomar franjas de poder para expoliar, robar y matar? Las maneras antidemocráticas ya han aparecido en Tshisekedi.
Tras librarse del control de Kabila, Tshisekedi emprendió una política anticorrupción y de transparencia tanto en el sector de la minería como en el sector maderero. Ha enfrentado a las empresas chinas en busca de mejores condiciones laborales y ventajas para el Congo. Pero Kabila parece estar buscando financiación china de cara a las elecciones de 2023 y recuperar así el poder.
Pese a lo prometedor que parecía un gobierno de Tshisekedi libre de Kabila, en junio de 2023 los obispos denunciaron que en la República Democrática del Congo (RDC) se asiste ‹‹a un retroceso deplorable caracterizado por la represión violenta de las manifestaciones de la oposición, la restricción de la libertad de movimiento de los opositores, intentos de proyectos de ley discriminatorios, la instrumentalización de la justicia y detenciones arbitrarias››. Además, Tshisekedi y su familia han sido acusados de beneficiarse de acuerdos con empresas chinas deseosas de cobre, cobalto y diamantes (acuerdos cuya negociación inició Kabila), de aumentar el presupuesto «clasificado» (secreto) para «seguridad» (es decir, para lubricar la corrupción de las fuerzas armadas), del nombramiento por decreto de tres magistrados del Tribunal Constitucional (a cargo de la revisión de los resultados electorales), de declarar el estado de sitio en Ituri y Kivu, regiones dominadas por la oposición así como de violencia política (encarcelamiento y asesinato de opositores).
El 20 de diciembre de 2023 el Congo celebró elecciones presidenciales, así como a representantes al parlamento nacional, provinciales y municipales. La Conferencia Episcopal Nacional del Congo había instado a los congoleños a ‹‹despertar›› de su ‹‹sueño›› para exigir elecciones creíbles. Las elecciones se celebraron entre irregularidades denunciadas por la Iglesia y la oposición, dando la victoria a Tshisekedi con el 73% de los votos. La oposición, liderada por Martin Fayulu (del partido Compromiso por los Ciudadanos y el Desarrollo o ECD) las ha impugnado ante el Tribunal Constitucional (lamentablemente dominado por Tshisekedi) y ha acusado al presidente de la Comisión Electoral Nacional Independiente (CENI), Denis Kadima, de manipular los resultados.
Tshisekedi ha pedido a la Iglesia que no se meta en política, pero Donatien N’shole, obispo y secretario general de la Conferencia Episcopal respondió: ‹‹a partir del día en que tengamos gobernantes que cuiden bien de la población, la Iglesia se manifestará cada vez menos en cuestiones sociopolíticas››.
Artículo publicado en la revista Id y Evangelizad
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