Queridos hermanos y hermanas, esta mañana he visitado la diócesis de Velletri, de la que fui cardenal titular durante varios años. Ha sido un encuentro familiar, que me ha permitido revivir momentos del pasado ricos en experiencias espirituales y pastorales. Durante la solemne celebración eucarística, comentando los textos litúrgicos, he reflexionado sobre el uso correcto de los bienes terrenos, un tema que en estos domingos el evangelista San Lucas ha vuelto a proponer de diversos modos a nuestra atención.
Narrando la parábola de un administrador injusto, pero muy astuto, Cristo enseña a sus discípulos cuál es el mejor modo de utilizar el dinero y las riquezas materiales, es decir, compartirlos con los pobres, granjeándose así su amistad con vistas al reino de los cielos. Haceos amigos con el dinero injusto -dice Jesús-, para que cuando os falte, os reciban en las moradas eternas (Lc 16, 9). El dinero no es injusto en sí mismo, pero más que cualquier otra cosa puede encerrar al hombre en un egoísmo ciego. Se trata, pues, de realizar una especie de conversión de los bienes económicos en vez de usarlos sólo para el propio interés, es preciso pensar también en las necesidades de los pobres, imitando a Cristo mismo, el cual, como escribe san Pablo, siendo rico, por vosotros se hizo pobre, a fin de que os enriquecierais con su pobreza (2 Co 8, 9). Parece una paradoja, Cristo no nos ha enriquecido con su riqueza, sino con su pobreza, es decir, con su amor, que lo impulsó a entregarse totalmente a nosotros.
Aquí podría abrirse un vasto y complejo campo de reflexión sobre el tema de la riqueza y de la pobreza, incluso a escala mundial, en el que se confrontan dos lógicas económicas: la lógica del lucro y la lógica de la distribución equitativa de los bienes, que no están en contradicción entre sí, con tal de que su relación esté bien ordenada. La doctrina social católica ha sostenido siempre que la distribución equitativa de los bienes es prioritaria. El lucro es naturalmente legítimo y, en una medida justa, necesario para el desarrollo económico.
En la encíclica Centesimus annus escribió Juan Pablo II: La moderna economía de empresa comporta aspectos positivos, cuya raíz es la libertad de la persona, que se expresa en el campo económico y en otros campos (n. 32). Sin embargo -añadió-, no se ha de considerar el capitalismo como el único modelo válido de organización económica (cf. ib., 35). La emergencia del hambre y la emergencia ecológica muestran cada vez con más evidencia que cuando predomina la lógica del lucro aumenta la desproporción entre ricos y pobres y una dañosa explotación del planeta. En cambio, cuando predomina la lógica del compartir y de la solidaridad, es posible corregir la ruta y orientarla hacia un desarrollo equitativo y sostenible.
María santísima, que en el Magníficat proclama el Señor a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos (Lc 1, 53), ayude a los cristianos a usar con sabiduría evangélica, es decir, con generosa solidaridad, los bienes terrenos, e inspire a los gobernantes y a los economistas estrategias clarividentes que favorezcan el auténtico progreso de todos los pueblos.